En el último capítulo, se realiza un interrogatorio y los polis lanzan sobre la mesa, en las narices del detenido, varias fotos que vienen a resumir las bestialidades que se han cometido desde que comenzó la temporada. En esta despiadada jungla de asfalto de Baltimore, la vida vale poco y hasta tus amigos son capaces de liquidarte.
Poned en una coctelera elementos del cine de Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Spike Lee o Michael Mann y agitad bien. Si el producto resultante lo convirtiésemos en una serie, probablemente tendría varios puntos en común con The Wire: Bajo escucha, otra de las genialidades televisivas de la HBO. Su mirada, profundamente desencantada y cínica, hacia la lucha contra el tráfico y la venta de drogas, la criminalidad y la corrupción, tanto a pie de calle como en las más altas esferas de la burocracia, el politiqueo y la jerarquía, arroja un efecto nada complaciente. Si para incriminar a los sospechosos se ha de sudar sangre siguiendo un larguísimo procedimiento basado en las escuchas (¿alguien dijo La Conversación, de Coppola?), ya me diréis qué se ha de hacer para condenarlos. El trabajo policial es muy complicado y poco gratificante, y el happy end está en las antípodas de lo que uno ha de esperar.
Como os comenté hace unos días en este post, la serie se divide entre los que defienden (se supone, al menos) la ley (policías, jueces, abogados, políticos) y los que la vulneran (camellos, traficantes, criminales) sin establecer una separación clara, es decir, sin perfilar a unos mediante el estereotipo del “bueno” y a otros con el del “malo” en términos absolutos. Como personajes complejos, llenos de aristas, se profundiza en la personalidad e inquietudes de cada uno, de manera que tendremos las perspectivas de unos y otros, componiendo un rico y extenso mapa de comportamientos.
Tal vez la mayor particularidad de The Wire: Bajo escucha es que, durante toda la temporada, se afronta la resolución de una única operación. A lo largo de estos trece capítulos, vemos cómo los polis reúnen pruebas y luchan no sólo contra las presas sino también frente a sus superiores y los muchos intereses que hay en juego, mientras que el bando de los observados y perseguidos, basados en una cadena de mando férrea, al dictado de los peces gordos, y atrapados por un destino casi inevitable (entre la familia, el negocio y la necesidad de subsistir), se someten al peligro de la detención. En este toma y daca constante, en este proceso que da tantos bandazos, en este combate callejero que avanza y retrocede, los guionistas tejen una fascinante red que a uno le atrapa por completo, siendo imposible perderse la continuación.
Diseñada, entonces, como una “novela televisiva” en la que perderse un capítulo es como saltarse un puñado de páginas, engancha a un nivel adictivo total porque se encajan, poco a poco, las piezas que van surgiendo como en un gran puzzle de lo más impredecible. Por supuesto, no estamos ante un producto ligero, de digestión fácil y rápida, sino frente a un denso mosaico de dimes y diretes que, no obstante, elude la confusión y el pecado de lo farragoso. Estad atentos, poned de vuestra parte y el premio será considerable. Disfrutad de los guiones.
Si de contenido la serie va sobrada y satisface al más exigente, formalmente recurre a la pureza del realismo. No hay música salvo la que emiten las radios u otros aparatos. La reproducción de las condiciones en las que desarrollan su labor los personajes, incluyendo los detalles desgarradores, y el modo de actuar de los mismos son creíbles al máximo en virtud del escrupuloso cuidado en la definición de este microcosmos que se siente como auténtico.
Culpable, en gran parte, de las espléndidas cotas alcanzadas es el amplísimo reparto de magníficos y poco conocidos actores que dan vida (y de verdad) a este enjambre humano sucio por el dinero, por la ambición, por el poder… Destacar a un actor o a un personaje sería injusto y difícil, pues casi todos están provistos de entidad propia y se emplean con una naturalidad pasmosa.
Una obra maestra.