Vista entera, salvo la belleza de Paris, CDMX, la envidiable madurez y belleza de Diane Lane, y el papelón que tiene Marthe Keller como princesa en el primero, es olvidable al 100%. Marthge Keller se venga así de la mala fama que le trajo la Fedora de Billy Wilder.

Incluso los dos episodios más interesantes, el del orfanato ruso por las dudas morales que plantea, y el último, el de Londres y el eurostar, son olvidables.

El austriaco con el duelo de tetas, digo, pelirrojas es de vergüenza ajena.