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La primera que vi fue The Blue Lagoon (1980). Mi afecto por esta hermosa película se desarrolló de forma independiente en mi niñez. Quiero decir que no estuvo, como en el caso de Summer Lovers (1982), también dirigida por Randal Kleiser y con música de Basil Poledouris, ligado a la pasión que desató Conan the Barbarian (1982).
Su falsa leyenda de pornográfica seguramente es la razón por la que mis padres no me llevaron a ver The Blue Lagoon al cine, uno de los pocos éxitos de los 80 que no vi en la gran pantalla. En la pequeña me quedé bien a gusto y mis amigos y yo la vimos muchas veces en la sala de vídeo del club de tenis. ¡Lo recuerdo como si fuera ayer! Una experiencia estimulante: el barco, la isla, la playa, los árboles, el agua, la figura atlética de Christopher Atkins y, ¡cómo no!, la belleza espectacular de Brooke Shields. Se abría ante mis ojos un paraíso, un mundo de fantasía del que, en unas de las escenas claves del film, cuando los chicos descubren un navío en el horizonte, te arraiga y lleva a la conclusión de que es mejor quedarse en él.
A día de hoy sigo teniendo en estima The Blue Lagoon, aunque no tanta como a Summer Lovers que, he de admitir, no descubrí y vi hasta alrededor del año 2000, investigando sobre la fallecida protagonista Valérie Quennessen, llegada desde España, del rodaje de Conan, para rodar Summer Lovers en Santorini y otras islas griegas.
Supongo que, a la mayoría de cinéfilos, cuando les dicen Randal Kleiser lo primero en lo que piensan es en Grease (1978), un film al que hallo no pocas virtudes pero que nunca me ha entusiasmado.