Iniciado por
Jane Olsen
Resulta singular que una mujer tan bella como Natalie Portman, con un vestuario mucho más llamativo, y que encima es una buena actriz, resulte tan poco atrayente dentro de una película como los episodios I a III de Star Wars. No sólo es por la pobre dirección de actores o lo risible de algunos diálogos (en el episodio I en concreto, cuando la Reina se supone debe transmitir majestad más bien parece un robot leyendo las cotizaciones de la bolsa). Yo creo (y esto ya lo he dicho en alguna ocasión) que es porque, de entrada, el personaje de Padme Amidala es más previsible, más típico y menos atrayente para el espectador mayoritario de hoy que el que podría ser Leia. Esto, en parte, tiene que ser así por la historia que nos quieren contar. En los episodios IV a VI veíamos la forja de un héroe: en los I a III la de un villano. Que debería tener unas motivaciones más complejas y mejor hiladas de lo que salen en las películas. Quizá por un exceso de corrección política, propia de esta época. Los Jedis (que podrían ser quizá personajes menos positivos de lo que salen en las precuelas, y de hecho hay indicios que llevan a pensar que no son tan buenos como parecen), son personajes inmaculados. Hubiese sido más interesante presentarlos como una especie de organización religiosa tipo los jesuítas, maquiavélicos, moviendo hilos en la sombra, y que su ansia de poder o riquezas materiales hubiera sido parte de las razones del auge del Lado Oscuro. Es como cuando surge una organización religiosa que al principio es muy buena y muy austera, ayuda a los desfavorecidos, lucha contra las injusticias, pero que, por el contacto con los poderosos, empieza a acumular prebendas materiales y a perder de vista sus objetivos iniciales. ¿Por qué, por otra parte, los Jedis no permiten que se casen sus miembros, como pasa con los sacerdotes católicos? Esta podría ser otra razón para mostrar su hipocresía. De haberse podido casar los Jedis, no habríamos tenido el conflicto que se plantea en los episodios II a III. Por otra parte, cuando Obi Wan se entera, no hace absolutamente nada (al menos, no en un primer momento). Anakin podía haberse enfadado, y no sólo por eso (los Jedis apartan a los niños de sus familias, como hicieron con él, y además no se molestan en llegar a planetas lejanos donde el crimen y la corrupción campan a sus anchas) y fundar su propia Orden Jedi por su parte (algo así como un Lutero Jedi). En lugar de éso, es un ingenuo de cuidado que se cree sin pestañear los cuentos chinos que el pérfido Palpatine le cuenta, mientras le manipula emocionalmente aprovechádose de sus carencias afectivas de niñato arrogante e inmaduro.
Y luego está Padme, que es todavía más ingenua, como ya queda dicho. En las tradicionales historias sobre la forja del héroe, la mujer suele cumplir una serie de roles determinados: o bien es la recompensa a los afanes del héroe, o la inspiradora de sus hazañas (caso de Leia en la trilogía clásica), o, por el contrario, una tentadora ardiente y peligrosa que busca apartar al héroe de su fin. Tenemos aquí la historia de la forja de un villano. No hubiera sido descartable que Padme apareciera como una especie de mujer fatal. En lugar de esto, Lucas opta por mostrarnos la tradicional imagen de Ofelia muerta. Leia es un personaje que va de menos a más: de damisela en apuros, una expatriada perseguida de un planeta destruido, a Nuestra Señora de la Rebelión, una virgen libertaria (al menos, en las películas clásicas), que más adelante se ve en la disyuntiva que elegir entre dos hombres. Uno de ellos finalmente se vuelve inelegible. Padme en cambio va claramente de más a menos, y no es exactamente una imagen de empoderamiento femenino: una nena bien de un planeta idílico y horterón, seducida por el primer macarra que se le presenta. Empieza siendo una reina y acaba siendo un pobre lirio pisoteado (¿recordamos cuál es la imagen final de Padme en las precuelas?): una penosa imagen de abuso e inocencia destruida. Y tampoco podemos decir que haya sido obligada, o sea enteramente inocente, porque, por lo que parece, ella es tan débil como su novio: venga, venga, déjate llevar, desmelénate que no pasa nada. No hacen nada -ninguno de los dos- por evitar el sentimiento que surge entre ellos, a pesar de que lo intuyen fatal, y la cosa tampoco es que acabe exactamente de manera violenta y trágica (con Anakin violando a Padme, por ejemplo). Las precuelas quieren ser una tragedia griega, pero su corrección política y la superficialidad de sus personajes les impide llegar a serlo.