Cultura rima con caradura
QUIM MONZÓ
Este fin de semana me quedé pasmado al ver en los noticiarios de la tele a un grupo de señores y señoras con carteles en las manos en los que se leía "¡Basta de agresiones a la cultura!" y "¡La especulación acaba con la cultura!". Carteles idénticos, diría que de tamaño Din A3: todos con las mismas letras mayúsculas, negras sobre fondo blanco. El tono de las pancartas chocaba con las caras, los peinados y los vestidos de los que los aguantaban. Francamente - y con todos los respetos- o eran miembros de La Cubana o no parecía que cuadrasen con el prototipo de personas interesadas por lo que comúnmente entendemos por cultura. Mientras pensaba "¡abajo los estereotipos, a ver si no va a poder interesarse todo el mundo por la cultura!", subí el volumen de la tele y presté atención, a ver qué nuevo atentado le habían infligido los malvados especuladores.
Y así me enteré de que los que protestaban eran trabajadores de la sala de fiestas La Paloma, que se quejaban de que el Ayuntamiento ha dado orden de cerrar el local si no realizan las obras de insonorización precisas para completar el aislamiento acústico. Tanto en los noticiarios televisivos como en los diarios, la gerente (esposa del propietario) explicaba que estos últimos tiempos han hecho un gran esfuerzo económico para insonorizar el local, y que muchos vecinos se quejan por quejarse, y que son tan malos que echan botellas con orines a la cabeza de los clientes cuando, por la noche, los clientes están de cháchara en la calle, y que intentan extorsionarlos (a ellos, a La Paloma, no a los clientes), y que no son tantos los pisos que sufren el ruido de la sala, y que, en vez de ordenarles cerrar el local, el Ayuntamiento debería ser comprensivo y ayudarlos.
O sea que lo de las agresiones a la cultura y lo de la especulación que acaba con la cultura se reduce, simplemente, a un problema de normas municipales no acatadas: el Ayuntamiento pide a La Paloma que cumpla la ley. Que la música no supere el límite permitido. Que no intenten engañar al limitador de sonido instalando fuentes sonoras que el sistema no controla. Que los vecinos de la zona puedan dormir cuando el ruido y las vibraciones de la sala estén bajo control. Según he leído después en la prensa, hay vecinos con insomnio, fatiga crónica, y alguno - con problemas de corazón- no puede vivir en su casa.
Y todo eso ¿qué tiene que ver con la cultura? Yo - que por fortuna no vivo cerca de La Paloma- me he hecho cargo de la situación simplemente con la desfachatez de esos carteles. Llevamos décadas en las que la palabra cultura sirve para todo, y a ver quién pone ahora el freno. Desde la cultura del esfuerzo a la cultura del tocho,pasando por la cultura del agua o la cultura del prêt-à-porter personalizado.Alta o popular, baja o pretenciosa, hoy en día no hay nada en la Tierra a lo que no se pueda denominar cultura.Pero ver a ese grupo de manifestantes esgrimiéndola - cogida por los pelos- para intentar hacernos saltar la lagrimita solidaria es el colmo. ¿"¡Basta de agresiones a la cultura!"? Todos sabemos que La Paloma tiene más de un siglo de vida, y todos hemos bebido, escuchado música y tenido historias personales en esa sala de baile, pero con tergiversaciones chapuceras lo único que consiguen es que quien cree que el pan se llama pan, y vino el vino, piense: "¡Anda y que la chapen ya!"