REVISANDO LA FILMOGRAFÍA DE SIR ALFRED HITCHCOCK (1899-1980) / PARTE XVI:
17. THE MAN WHO KNEW TOO MUCH (1934, EL HOMBRE QUE SABÍA DEMASIADO)
Director: Alfred Hitchcock.
Producción y distribución: Gaumont-British Picture Corp. Ltd.
Productor: Michael Balcon.
Guión: Charles Bennett y D. B. Wyndham Lewis, a partir de un argumento de Edwin Greenwood y A. R. Rawlinson. Diálogos adicionales: Emlyn Williams.
Dirección artística: Alfred Junge.
Fotografía: Curt Courant (1.37:1).
Música: Arthur Benjamin.
Reparto: Leslie Banks (Lawrence), Edna Best (Jill), Peter Lorre (Abbott), Frank Vosper (Ramon), Hugh Wakefield (Clive), Nova Pilbeam (Betty Lawrence), Pierre Fresnay (Louis), Cicely Oates (La enfermera Agnes), D. A. Clarke Smith (Binstead), George Curzon (Gibson).
Duración: 1 h 15 m 34 s. (Copia en BD editada por Network en Reino Unido en 2014).
Rodaje: del 29 de mayo al 2 de agosto de 1934.
Estreno: diciembre de 1934.
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St. Moritz (Suiza) > Londres
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Del 19 al 22 de marzo de 1934
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En 1929 Hitchcock había llevado a la gran pantalla la obra teatral “Blackmail” (Londres, 28 de febrero de 1928) de Charles Bennett (1899-1995) que no sólo sería su primera película sonora (y por extensión del cine británico) sino también su segunda incursión en el thriller (tras EL ENEMIGO DE LAS RUBIAS).
Bennett se convertiría en una figura central en la obra del maestro durante esos años pues elaboraría en solitario o en colaboración los libretos de algunas de las mejores cintas del director en territorio británico (EL HOMBRE QUE SABÍA DEMASIADO, 39 ESCALONES, EL AGENTE SECRETO, SABOTAGE, INOCENCIA Y JUVENTUD).
En 1931 Bennett había firmado un contrato con la British International en la que trabajaba Hitchcock con el fin de colaborar ambos en la preparación de un film basado en el popular personaje “Bulldog Drummond” de Herman Cyril McNeile (1888-1937) y en cuyo germen pueden apreciarse ya las líneas generales de lo que más tarde se convertiría en EL HOMBRE QUE SABÍA DEMASIADO.
As the film's director, Hitch joined me and we worked together on the development. The tale was pure suspense. Bulldog, in Switzerland with his wife, inadvertently learns that a terrible assassination will shortly take place in London. But the 'heavies' know that he knows, with the result that Drummond's five-year-old daughter is kidnapped. She will die unless Drummond holds his tongue. Meanwhile, the story stalks relentlessly toward the assassination - at a certain time and place.
— Charles Bennett
No obstante, John Maxwell, el jefazo de la British International, veto el proyecto alegando el elevado coste que supondría una producción de semejante naturaleza.
En 1933 Hitchcock firmaría con la Gaumont-British de su mentor Michael Balcon y el proyecto sería retomado inmediatamente aunque para ello hubieron de prescindir del personaje “Bulldog Drummond” por desavenencias contractuales con el escritor.
Otras manos intervendrían en la confección del nuevo guión, entre ellas las de la propia esposa del director, Alma Reville.
[Incidamos en el hecho de que tanto Alma como Alfred intervinieron, de una forma u otra, en los guiones de todas las películas en las que trabajaron (siempre codo con codo) aunque ello no quedara convenientemente reflejado en los títulos de crédito.]
El (feliz) título del nuevo proyecto lo tomarían prestado de un libro de G. K. Chesterton (THE MAN WHO KNEW TOO MUCH AND OTHER STORIES (1922)) del que la productora poseía los derechos para el cine.
Si antes hemos hablado de la importancia de Bennett en los guiones de esta etapa del director británico no hemos de dejar de señalar la llegada ese mismo año de una mujer que sería junto con Alma la persona más importante en la carrera de Sir Alfred. Me refiero a Joan Harrison (1907-1994) que ese mismo año sería contratada por Hitchcock como su secretaria personal pero que acabaría por convertirse en la mano derecha del director además de escribir los guiones de cinco de sus películas (POSADA JAMAICA, REBECA, ENVIADO ESPECIAL, SOSPECHA y SABOTAJE) para luego convertirse en una de las escasas mujeres productoras del Hollywood clásico. Y que, curiosamente, estuvo casada con el popular escritor de novela negra Eric (Clifford) Ambler (1909-1998).
Dejemos de marear la perdiz y centrémonos en la película. Después de todo hasta un MacGuffin no puede estirarse indefinidamente.
Lo primero decir que la que podría considerarse como el pistoletazo de salida del auténtico Hithcock, aquel que todos conocemos y amamos, es una película que si la comparamos con su remake de los años ‘50 no sale bien parada.
Y que nadie me entienda mal. La versión de 1934 es una auténtica delicia pero también he de reconocer que tenía un recuerdo (ay, la memoria, qué frágil es) de una película de más empaque.
Como no es tiempo de hacer una comparativa entre las dos versiones (todavía quedan unas cuantas películas por medio) me limitaré a señalar las cosas que más me han gustado así como las que me parecen no malas pero si mejorables (como se podrá observar cuando toque el turno de la versión de 1956).
Pero antes hagamos una breve sinopsis del argumento...
Bob (Leslie Banks, el inolvidable Zaroff de, lógicamente, THE MOST DANGEROUS GAME (1932, EL MALVADO ZAROFF)) y Jill (Edna Best, esposa del gran actor Herbert Marshall – quien ya había trabajado con Hitchcock en ASESINATO -) Lawrence son una pareja de turistas británicos que están pasando unas vacaciones en una estación de esquí en St. Moritz, Suiza, junto con su hija adolescente Betty (Nova Pilbeam).
Allí se han hecho amigos de un francés, Louis Bernard (Pierre Fresnay, el protagonista de la obra maestra de Jean Renoir LA GRANDE ILLUSION (1937, LA GRAN ILUSIÓN)), un deportista que compite en saltos de esquí.
Aquí Hitchcock introduce uno de los tres momentos que jalonan la trama que se traducen en interrupciones (o intentos frustrados) de la acción y que tendrán una importancia capital en el devenir de la misma.
Me refiero al momento en que el perro de la niña se escapa de sus brazos y va a parar en medio de la pista lo que provocará que aquella corra rauda a rescatarlo y que el esquiador, en su afán de evitar llevársela por delante, tenga un accidente, afortunadamente sin consecuencias.
Anticipándose a la acción Louis le comentará a la jovencita que su último día de estancia en Suiza podría haber sido el último de su vida. Toda una premonición de lo que está a punto de ocurrir.
En ese momento conocerán al señor Abbott (un formidable Peter Lorre, sin duda el alma de la película y el primero de una galería de villanos “con encanto” que pueblan los mejores títulos del director británico) y a la enfermera que le acompaña (y con la que parece mantener una extraña relación – una de esas figuras femeninas inquietantes que también abundan en la filmografía del británico -).
Extrañas miradas se cruzan entre Louis y Abbott…
Mientras, la esposa de Bob, Jill, deportista de tiro olímpico, compite con el arrogante Ramon Levine (un Frank Vosper que venía de trabajar con el director en VALSES DE VIENA).
De nuevo una interrupción (y van dos), en este caso producida por el sonido del reloj que el señor Abbott pretendía regalar a Betty (un regalo envenenado por lo que pronto podremos ver) y que provoca que Jill falle el tiro lo que da la victoria a Ramon.
Aquí tenemos de nuevo al mejor Hitchcock cuando introduce un objeto (en este caso el rifle) que será decisivo en el desenlace de la trama.
E igualmente el broche que la madre le regala a la hija y que servirá más adelante como prueba del rapto de la niña.
Durante la cena, mientras Jill y Louis (que más parecen una pareja que simple conocidos – otra de esas bromas recurrentes del maestro -) bailan, Hitchcock tiene la brillante idea de hilvanar (y nunca más apropiada la palabra) dos escenas antagónicas, una cómica, la otra trágica, de manera magistral.
Mientras Bob (que parece tomarse el (inocente) flirteo entre su esposa y su amigo con la típica flema inglesa) le gasta una broma al francés al engancharle una hebra del jersey que está tricotando su esposa en el frac lo que provoca el caos en el salón del baile, súbitamente vemos cómo un cristal del salón se rompe por efecto de un disparo. Disparo que tiene como destino al francés quién al principio no parece darse cuenta de lo sucedido.
Sin embargo y mientras agoniza en los brazos de Jill le susurra a ésta que le diga a Bob que coja la brocha de afeitar del baño de su habitación y que se la lleve al Cónsul Británico o a un tal Gibson.
Y ya estamos en el meollo de la cuestión o sea, el MacGuffin de la historia.
Una vez en la habitación de Louis, Bob encuentra la brocha y dentro se percata de que hay un papel. Un papel que tiene unas indicaciones precisas de lugar (A. Hall – luego sabremos que se refiere al Albert Hall -) y de tiempo (el 21 de marzo).
[Yo diría que aquí se le ha escapado un gazapo al maestro dado que el concierto es el 22 y no el 21...]
Mientras los Lawrence son interrogados por la policía Bob recibe un mensaje en el que se les advierte de que si comentan algo de lo que saben no volverán a ver a su hija con vida.
[Por cierto, tenemos que hablar en algún momento de la importancia que tienen las cartas, mensajes, recortes de periódicos o telegramas en la obra de Hitchcock. Juraría que todas ellas (sin excepción) hay un ejemplo de lo que comento.]
De regreso a Londres e interrogado por la policía británica Bob se niega a dar ningún tipo de información a la misma por el peligro que ello entrañaría para su hija. Allí conocerá de la mano del señor Gibson (a quien recordaréis que mencionó el francés cuando agonizaba) la verdadera naturaleza de su amigo: un agente secreto que trabajaba para el Ministerio de Asuntos Exteriores. E igualmente cual es el significado del mensaje que dejó dentro de la brocha de afeitar: un complot para asesinar a un alto mandatario extranjero, lo que podría tener unas consecuencias desastrosas en el contexto de la época (recordemos que Hitler ya estaba haciendo de las suyas…).
A partir de ahora la acción se acelerará al compás de los acontecimientos.
Bob y su hermano Clive (Hugh Wakefield – un personaje un tanto infantil y al que Hitchcock presenta por primera vez jugando con un tren eléctrico (ya sabemos la afición del británico por las maquetas) -) se dirigen a la dirección que indica la nota que estaba dentro de la brocha, una consulta de dentista presidida por una enorme boca (otra obsesión del director, los objetos magnificados).
Aquí tenemos de nuevo al Hithcock juguetón con escenas tan divertidas como aquella en la que Clive, alegando un ficticio dolor de muelas, entra en la consulta, lo que permite a Bob husmear mientras tanto. Claro que Clive sufrirá las consecuencias, o sea, la pérdida de una muela en perfecto estado (una escena muy similar que retomaría el mismísimo Howard Hawks en su última película, RIO LOBO (1970, RÍO LOBO)).
Se me está yendo la reseña de las manos así que tendré que hacer como Alejandro Magno y el nudo gordiano.
Ahora le toca el turno a Bob de sentarse en el sillón del dentista y así averiguará que la consulta es uno de los puntos de reunión de los secuestradores.
[De nuevo no dejo de pensar en una escena similar (pero mucho más terrorífica) que acontece en la estupenda MARATHON MAN (1976, ídem) entre Dustin Hoffman y Laurence Olivier.
Si tienes cita con el dentista no te aconsejo ver antes la película…]
En otra genial escena, Bob y Clive, siguiendo a Abbott y Ramon, aparecen en una congregación religiosa de nombre “El tabernáculo del Sol” (¡!), lo que provocará algunas hilarantes escenas que incluyen una conversación a modo de salmo entre los protagonistas, una sesión de hipnotismo (¡!) y una pelea digna del mejor salón de una película del Oeste (¡¡!!).
[Otra secuencia que el director reciclaría en títulos posteriores y siempre con un marcado tono humorístico.]
Y, por fin, sabremos cual es el plan maestro que el señor Abbott ha ideado para acabar con la vida del estadista.
Durante la actuación de la orquesta en el Albert Hall, el asesino Ramon efectuará el disparo (curiosamente no con un rifle, como le hemos visto al principio de la historia, sino con una pistola) en el momento en que suenen los timbales, lo que evitará que nadie lo oiga.
[Una música encargada especialmente por Hithcock al compositor australiano Arthur Leslie Benjamin (1893-1960) y que el director reciclaría en la versión de 1956.]
Es magnífica la tensión que el director consigue en la escena más celebrada de la película. Un soberbio ejemplo de planificación y de dilatación del tiempo y donde veremos el tercer (y último ejemplo) de interrupción. Lógicamente me refiero al momento en que la protagonista, Jill, grita cuando ve el arma de Ramon asomar por detrás del palco lo que evita que éste cumpla su objetivo.
- Por cierto, creo que la magnífica escena del Albert Hall es la única en la que suena la música en toda la película. Seguramente algo buscado por el director (algo así como cuando en THE WIZARD OF OZ (1939, EL MAGO DE OZ) pasamos del sepia al Technicolor) para realzar la misma y hacer que el espectador sólo se centre en lo que el director quiere, o sea, ese toque final de timbales y lo que ello lleva aparejado –
La parte final de la historia, con la banda de asesinos/secuestradores rodeados por la policía, tiene su antecedente en un tristemente famoso suceso que aconteció en Londres en 1911 (“El sitio de la calle Sidney”) y donde estuvo involucrado el mismísimo Winston Churchill y donde murieron varios policías en un enfrentamiento con un grupo de anarquistas letones.
El policía que se ve incapaz de disparar a Ramon que persigue por los tejados a la niña permite a Hitchcock enlazar con el principio de la historia: será la madre, la tiradora olímpica, quien acabe con el malvado que amenaza a su querida hija. Aunque el director nos escamotea (elegantemente) el disparo y sólo vemos su reacción de alivio (que no de satisfacción) al salvar a su hija.
- Por cierto, otra de esas persecuciones tan típicas de sus películas y que siempre Hitchcock sabe manejar con maestría -
En la refriega morirán todos los villanos, con una muerte especial (muy de película de gánsteres norteamericana) donde Abbott, escondido tras la puerta, recibirá los balazos de la policía.
Fin de la historia.
Como decía al principio las diferencias más notables entre las dos versiones de la película son el tono empleado por el director en cada uno de ellas.
Mientras que en la primera domina un tono burlón, acentuado por la actuación de Leslie Banks y, especialmente, por la de Peter Lorre (un recién llegado que no hablaba ni una palabra de inglés y que tuvo que memorizar los diálogos fonéticamente y al que Hithcock le cayó tan bien que fue aumentando progresivamente su papel según avanzaba el rodaje – de hecho, en principio iba a hacer de Ramon, no de Abbott -), en la segunda Hitchcok opta por un tono más melodramático donde sólo la escena del taxidermista (aquí la del dentista) introduce un elemento de humor.
Y aunque tanto Banks como Edna Best hacen un buen trabajo justo es reconocer la superioridad interpretativa de James Stewart y Doris Day.
También perjudican a la película una cierta escasez de medios (algo que no sucedería en su remake de 1956) y, probablemente, la adecuación del director al nuevo equipo técnico con el que tenía que trabajar dado que todos sus más fieles colaboradores de estos últimos años permanecieron en la British International.
En esta versión, además, el papel de la Jill, la esposa de Bob, está mucho menos desarrollado y es menos determinante que el encarnado por la recientemente fallecida Doris Day, aunque ambas sean decisivas en el tramo final de la historia.
También es cierto que aquí Hitchock contaba con sólo 75 minutos frente a los 120 del remake, lo que hace a veces la historia un tanto apremiante.
[De hecho, la historia transcurre en sólo 4 días, del 19 al 22 de marzo (de 1934)]
De todas formas y pese a lo arriba comentado, EL HOMBRE QUE SABÍA DEMASIADO, versión de 1934, es una estupenda película y que además sería el título que, definitivamente, pondría el nombre de Hitchcock en lo más alto. Un lugar que no abandonaría nunca hasta el final de sus días.
Y nos deja a las puertas de la que para mí es la primera obra maestra de su director, 39 ESCALONES, que tiene en su reparto al excelente (y prematuramente desaparecido) Robert Donat (el hombre que robó el Oscar a Clark Gable…) y la bellísima (y rubísima) Madeleine Carroll.
Así que, abróchense los cinturones porque empieza a funcionar la montaña rusa…
Perdonad el rollo y disfrutad de lo que queda del día.
Ah, y tenéis una semana completa de tregua para añadir vuestros comentarios. A ver si aparecen voces nuevas (¿cinefilototal, muchogris, tomaszapa?) ahora que entramos en la etapa más conocida (y mejor, todo hay que reconocerlo) de Sir Alfred.
P.D. Se me olvidaba el cameo de Hithcock (que, por cierto, me ha pasado desapercibido).
Y no deja de ser curioso que sólo los haga cuando se trata de películas de temática criminal, sean o no thrillers...