La sed (también conocida como Tres amores extraños), de 1949, es la primera película de Bergman que parte de un guion ajeno, basado a su vez en una novela cuya autora es una de las actrices principales del film, Birgit Tengroth, que interpreta el papel de Viola. A pesar de ello, el film me parece completamente bergmaniano, ya que la pareja protagonista, el matrimonio integrado por Ruth (Eva Henning) y Bertil (Birger Malmsten) tiene todos los ingredientes habituales las parejas del cine de Bergman: amor, odio, ternura, violencia, hastío y pasión en diferentes proporciones, con unos apuntes directamente enfermizos que acaban resultando el elemento más destacable de la película.
Vayamos por partes: un matrimonio sueco regresa de un viaje turístico a Italia (otro título del film es La fuente de Arelusa, en referencia a una fuente que se haya en Siracusa). Pasan la noche en la habitación de un hotel, bastante sórdida, en Basilea, a la espera que salga el tren que los ha de llevar a Suecia atravesando Alemania (estamos en 1946). Es una noche de insomnio para ella, que recuerda una relación amorosa con un hombre casado, un militar (precisamente más adelante se lo van a cruzar en una estación de tren cuando él y su mujer viajan en dirección contraria, es decir, hacia Italia, una casualidad francamente chocante). Esa relación finalizó con un embarazo y posterior aborto (algo habitualísimo en Bergman: dudo que haya ningún otro director que haya reflejado tantos embarazos y abortos en sus películas como Bergman, él mismo padre de un buen número de hijos con distintas mujeres). Durante esa larga, calurosa y angustiosa noche, la pareja se formulará innumerables reproches e insultos, con una mezcla de ternura y aspereza marca de la casa.
Ya en el tren, su recorrido por una Alemania devastada se va a ver ilustrada por las siluetas de los edificios en ruinas a través de la ventanilla, como si de un diorama macabro se tratara. Cuando se paran en las estaciones, una masa de gente hambrienta se abalanza sobre los vagones pidiendo comida: son unos breves apuntes, Bergman no va a entrar a analizar la situación de la Alemania de posguerra, pero provocan un efecto desasosegante. A mí este viaje en tren a través de una Alemana destrozada física y moralmente me recuerda Europa, de Lars von Trier, aunque el danés juega mucho más a fondo con las circunstancias históricas, mientras que en Bergman es sólo un telón de fondo.
Con el viaje se entremezcla en la narración otra historia, la de Viola, una mujer desequilibrada mentalmente que fue amante de Bertil. La conocemos llevando flores a la tumba del marido y, luego, visitando la consulta de un psiquiatra sin escrúpulos que pretende abusar de ella (en una secuencia extrañísima, que rompe el tono del film, entre patéticamente cómica y de una violencia insostenible). Ella huye de la consulta.
Hay un par de momentos, ya de vuelta al tren, particularmente perturbadores, inquietantes: una puerta que no cierra bien en el corredor sugiere que quizá el marido arroje a la esposa fuera del tren. Más adelante, Bertil va a imaginar que mata a la mujer golpeándola con una botella (mientras suena una aguda música electrónica). Mezclados con estos dos momentos especialmente tensos, viviremos más discusiones, llantos, risas, peticiones de divorcio, declaraciones en sentido contrario, etc. O sea, una relación matrimonial “modélica” a la Bergman, un infierno.
Con Viola aún viviremos una nueva aventura: el intento de seducción por parte de una antigua amiga, momento con un indisimulado contenido lésbico.
Ya anteriormente ha habido una serie de apuntes lésbicos encarnados en la figura de la profesora de danza de la protagonista, Ruth, que es una bailarina retirada temporalmente por culpa de una lesión. En esa escuela aparecerá también la mujer que luego va a intentar seducir a Viola.
Viola huye también de esta relación, y después de vagar por las calles de la ciudad, con ambiente de fiesta, bailes y bares repletos, llega al puerto y, ya fuera de campo, se oye que un cuerpo cae al agua.
Finalmente, la pareja del tren se despide de nosotros con la confesión del marido de que ha soñado que la mataba. Pero, añade, no quiere estar sólo, sería, dice, peor que el infierno en que viven. Se besan...
Todo lo descrito es reconocible como habitual en el cine de Bergman, aunque en esta ocasión esa estructura con diversos saltos temporales, que mezcla acciones distintas (el viaje en tren por Alemania; las peripecias de Viola en Suecia) está, a mi modo de ver, peor resuelta que en otras ocasiones. En cambio, visualmente el film tiene momentos muy poderosos, y consigue ese par de instantes terroríficos que he descrito anteriormente que son buena muestra de algo que Bergman conseguía quizá como ningún otro director: introducir en una narración más o menos realista unos elementos propios del cine de terror, fantásticos e inquietantes.
Lástima que la edición de Filmax, sin ser del todo mala, carezca del contraste necesario, para apreciar con todo detalle la fotografía de Gunnar Fischer.
Y sigo esta vez con otro film, Hacia la felicidad (o La alegría), del mismo año. En sus memorias, Bergman dice que escribió este guion en la Costa Azul, donde se había instalado con su colega Birger Malmsten. Comenta: “la película iba a tratar de una pareja de músicos de la orquesta sinfónica de Helsingborg. El disfraz era puramente formal, trataba de Ellen [su mujer del momento] y de mí, de las condiciones del arte, de la fidelidad y la infidelidad. Además la música iba a fluir a raudales por la película”. Cierto: oímos a Smetana, Mozart, el concierto para violín de Mendelssohn y, muy en especial, la novena de Beethoven.
El film empieza por el final: una llamada telefónica mientras ensayan la novena de Beethoven avisa a Stig, un violinista, que algo ha pasado en su casa. Allá descubre que su mujer ha muerto por la explosión de una estufa de queroseno. El momento es gélido, un mazazo descrito con una frialdad emotiva impresionante. A partir de ese instante, retrocediendo de entrada siete años, vamos a conocer la historia de la pareja protagonista, Martha (Maj-Britt Nilsson) y Stig (Stig Olin), dos violinistas que empiezan en una orquesta de segunda fila, dirigida paternalmente, pero con rudeza, por un viejo director, interpretado ni más ni menos que por Victor Sjöström.
Uno de los violoncelistas (Birger Malmsten) es un antiguo amante de Martha. Después de una fiesta alocada (donde percibimos la presencia de un jovencísimo Erland Josephsson, en una de sus primeras colaboraciones con Bergman), se inicia su relación, al principio sólo amistosa (se explicita que no mantienen relaciones sexuales). Cuando deciden casarse ella confiesa que está embarazada (¡de nuevo el mismo tema!) y él no quiere tener hijos. Se casan, en una ceremonia civil, y viven tiempos felices (más adelante parece sugerirse que ella ha abortado del primer embarazo). Stig intenta triunfar como solista, con el concierto de Mendelssohn, pero fracasa totalmente.
Pasa el tiempo y, ahora sí, la mujer pare dos niños (avisan a Stig durante un ensayo y suena Mozart). Ella ha abandonado su carrera musical. Se van a vivir junto al mar, y todo parece feliz, pero en el fondo no lo es tanto: él mantiene una relación adúltera con la mujer de un conocido, que le facilita el acceso a la esposa (el hombre es mucho mayor que la mujer). En la casa de este sujeto tiene una habitación alquilada el violoncelista: se sugiere un ménage à trois consentido por el marido, un tipo particularmente desagradable, baboso.
Más adelante, ¡cómo no!, asistimos al deterioro de la relación de Martha y Stig: ella se niega a mantener relaciones sexuales con él, discusiones, reproches, golpes, peticiones de perdón. Se separan durante un tiempo, para volver de nuevo a vivir juntos. Saltamos en el tiempo y vemos a los niños crecidos. La mujer se va fuera de la ciudad con ellos, pero sucede la desgracia (que no se nos muestra).
El film retorna al presente. El director da el pésame a Stig. Él insiste en continuar con los ensayos. Es el final de la Novena, el Himno de la alegría. Un niño, su hijo, entra en la sala y se sienta a escuchar el ensayo. Sobre la partitura se sobreimpresionan diversas imágenes de momentos de su vida matrimonial.
Finaliza la Novena y con ello el film con la cámara encuadrando al niño. Bergman apunta en sus memorias que el protagonista se daba cuenta de que había una alegría que era mayor que la alegría. Personalmente, me parece un final muy poco sutil, muy forzado, el juego con Beethoven chirría demasiado.
La edición de Filmax a mi modo de ver es algo inferior a otras películas que hemos comentado, la copia presenta más defectos de celuloide. Aún así, me parece aceptable. La fotografía vuelve a ser de Gunnar Fisher.