Con Prisión, de 1949, nos encontramos con el primer film de Bergman basado en material propio, la adaptación de una narración de la cual es autor. Y se nota, en todos los aspectos. Para empezar en la estructura: un profesor de matemáticas llega al plató de rodaje de un film.
Propone al director un historia para una película sobre el infierno en la Tierra, en una conversación con referencias a la bomba atómica, la muerte y el suicidio (todos ellos temas bergmanianos cien por cien). Llega a decir: “Dios esta muerto o vencido”. El director, más tarde, se lo comentará a su hermano, Thomas, escritor y periodista (Birger Malmsten), quien le cuenta que ha conocido a una chica, Birgitta-Carolina, de 17 años (Doris Svedlund), que se prostituye (lo vemos en un flash back). De golpe, han pasado varios meses, pasamos a un plano en forma de travelín a lo largo de una calle estrecha mientras una voz en off nos presenta el film y nos anuncia los créditos. Justo al final vemos una chica, con paso vacilante, Birgitta: está embarazada, a punto de parir. Se arrastra (literalmente) hasta un piso donde parece convivir con su hermana y su amante, Peter, padre del bebé (Stig Olin), donde dará a luz.
En pocos minutos hemos saltado hacia tras y hacia delante en el tiempo; un extraño personaje, el profesor, nos ha puesto en situación para desaparecer del relato; y además la irrupción de un narrador, que incluso nos lee los créditos, y que no va a volver a aparecer, provoca un efecto claro de distanciamiento, se nos está haciendo evidente que eso que vamos a ver es una ficción, todo ello muy típico de Bergman.
A partir de aquí, después de varias situaciones conflictivas, Thomas y Birgitta iniciarán una relación amorosa muy peculiar, refugiados en una pensión de resonancias góticas, fantásticas, un no-lugar, un ambiente que parece situado fuera del tiempo y del espacio (las imágenes, poderosas, están brillantemente fotografiadas por Göran Strindberg).
Ella le contará un extraño sueño (otro detalle muy bergmaniano), bastante largo, con algunas imágenes perturbadoras (una mujer que le entrega una joya, iluminada por un resplandor artificial, sobreimpreso; una aparición de Thomas que se transforma en otro hombre; otra de Peter, que retuerce el pescuezo a una muñeca de plástico que se convierte en un pez al que deposita en una bañera, etc.). Este último detalle apunta a un hecho trágico: la hermana y Peter se han desecho del bebé.
Más adelante, después de diversas idas y venidas de los tres personajes, más la mujer de Thomas, que lo había abandonado al inicio del film (después de que él intentara matarla, en otra singular secuencia, inquietante, aunque a la vez grotesca), Peter le trae a Birgitta un “amigo”, más bien un cliente, de comportamiento sádico (otro detalle bastante presente en la filmografía de Bergman: el sexo asociado a la violencia).
Spoiler:
Volvemos al plató del inicio, donde el profesor comenta que un film sobre el infierno acabaría con una pregunta que sólo se puede formular si se cree en Dios, pero el director, Martin, hermano de Thomas, no es creyente. Abandonan el plató, que queda solitario, en sombras. Podríamos decir que el silencio de Dios queda flotando en el ambiente. La película se cierra con la pantalla a oscuras y un estridente sonido de orquesta.
Mucha chicha para los escasos 75 minutos que dura la película (buena edición de Filmax, en la colección Antología Ingmar Bergman, versión en sueco con subtítulos en castellano, como casi todos los títulos incluidos, salvo tres o cuatro), filmado con una vocación estética innegable (hay un excelente trabajo de iluminación). Para mí, con diferencia, la película más arriesgada de las que he comentado hasta ahora.