Hombre, no sé. La de Rollerball tiene un final bastante abierto y para nada feliz. Y otro tanto puede decirse de Soylent Green y The Omega Man. Y en algunas de estas películas el final feliz se da precisamente cuando el protagonista escapa de la sociedad, que con frecuencia, aparece como opresora del individuo. De todas formas, tampoco hay que buscarle tres pies al gato, y hay que procurar ver muchas de estas películas con la mente abierta, como lo que son, apreciando sus cualidades fílmicas. A título de curiosidad, a mí una de las películas de este tipo que me parece más conformista con el sistema (y a pesar de ello, una de mis favoritas) es precisamente una de las más antiguas, Metrópolis: una historia sobre una ciudad del futuro dirigida con mano de hierro por un personaje tiránico, las intrigas que se tejen a su alrededor y cómo su propio hijo acaba desafiándole, que se hizo en Alemania en 1926, y que sin embargo, es una de esas películas que hay que ver al menos una vez en la vida: por su valor histórico, sus cualidades fílmicas y el apabullante poderío visual que desprenden sus imágenes. Fue la pionera del género ciencia-ficción y una de las primeras películas en incluir un robot. Ha influenciado muchísimas películas del género: desde La guerra de las galaxias a El quinto elemento, pasando por Blade Runner:
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