MADELEINE PEYROUX
La verdad es que no entiendo muy bien el mundo de la música y, por supuesto, menos el de su industria.
Y digo esto porque cuando en el año 96, la Atlantic lanzó el primer disco de la Peyroux, hubimos muchos aficionados que consideramos un hallazgo la voz de esta georgiana que, con solo veintitrés años- entonces- ofrecía una especial amalgama de clasicismo y astuta modernidad en un envoltorio que, tal vez, bien aconsejada por sus mentores, reunía dulzura y firmeza en una rara mezcla desde luego muy atractiva.
Recuerdo que cuando escuché por primera vez la excelente versión del clásico de Fats Waller “I´m gonna sit right down and write myself a letter” (me voy a sentar y escribirme una carta) le hice obligatoria en mi programa durante bastante tiempo. Pensé, y lo sigo creyendo, que una niña que evocaba con aire melancólico pero desde la perspectiva de su insultante juventud los clásicos como Billie Holiday, Fats, o Bessie Smith y lo hacia con resolución contundente pero, insisto, perlada de candidez, es que teníamos artista para rato.
Creí que una producción con músicos de la solvencia de Cyrus Chesnut en el piano, James Carter en el saxo y Vernos Reíd o Marc Ribot en las guitarras, entre otros muchos era algo meditado, serio y eficaz para un mercado absolutamente carente de ideas. Estimé, también que me encontraba con un interesante producto ofrecido por la industria que, por una vez, apoyaba algo distinto, sutilmente dirigido por algún viejo conocedor de este negocio.
ME EQUIVOQUË.!!!!
Después de aquel Dreamland no pasó nada. ¿Doloroso, verdad? Madeleine desapareció del mundillo discográfico y me atrevo a pensar que la artista se fue con la amargura de creer que muy pocos entendieron su apuesta. También intuyo que recordaría en ese inmenso vació su paso por Paris, el grupo Latin Quartet al que se unió, o aquellos Riverboat Shufflers con los que trabajó a finales de los ochenta. Quiero creer que durante estos ocho años de inacabable silencio, la cantante seria artista invitada en clubes de buen gusto y meetings de calidad.
Creo también que el pasado año Madeleine grabó un disco en un sello desconocido y a dúo con William Galison, excelente armónica y con la ayuda de la gran Carly Simon.
Sin embargo su nueva apuesta, su entrada - ya era hora, menos mal, ya esta bien,- por la puerta grande se produjo cuando en septiembre del pasado dos mil cuatro y de la mano de Larry Klein , la Peyroux lanza Careless Love. Un disco en el que se entremezclan y superponen gotas de pop, country, susurros jazzy y sobretodo calidez, cercanía. Por eso está este viernes y en la noche Verve en el Festival de jazz de Vitoria-Gasteiz.
Es para mí la cantante a descubrir en un festival de descubrimientos. Es la apuesta más atractiva de cuantas- como nuevas- ofrece Vitoria y feliz prolegómeno de su treinta aniversario. Y también es una incógnita de cómo podrá encarar ante una audiencia expectante el preciosísimo “Dance Me to the End of Love” de Leonard Cohen al modo que ella lo hace, con una dejadez excitante, con una feminidad seductora.
No defraudará a quienes en este concierto estén ávidos de sensaciones hacia las nuevas formas de expresión vocal femenina- léase Norah Jones, Lizz Wright y no muchas mas- como tampoco lo hará con los aficionados que esperan cada año algo distinto en un festival al que cada dia le resulta mas difícil sorprender después de haberlo hecho unas cuantas veces. Es, sin duda, una noche donde se mezclaran conceptos vocales distintos y eso es a todas luces atractivo.
Y también porque todo el mundo dice, al escuchar sus discos que Madeleine Peyroux, la georgiana de treinta y dos años que viene por primera vez a este país, tiene una voz muy parecida a Billie Holiday. Encima.
Rafael Fuentes Hermosilla