MEMORIA DE HIROSHIMA
JEAN-MICHEL FRODON
De Hiroshima, mon amour a Las malas hierbas, la filmografía de Alain Resnais cierra este año, en Cannes, un bucle melancólico, pero no cansado ni nostálgico, que muestra a Alain Resnais tan interesado por la innovación fílmica como hace medio siglo.
Cincuenta años después de la presentación en Cannes de Hiroshima, mon amour, que junto a Los 400 golpes supuso el reconocimiento de la Nouvelle Vague, Alain Resnais regresa al festival con Las malas hierbas. Este retorno simboliza la longevidad de los creadores cinematográficos que desde hace medio siglo vienen encarnando el espíritu de aquel movimiento. Resnais no pertenece a la “banda de Cahiers”, por lo que resulta aún más significativo que, en la época, se dieran cita en una mesa redonda Éric Rohmer, Jean-Luc Godard, Jacques Rivette, Jacques Doniol-Valcroze, Pierre Kast y Jean Domarchi. Un encuentro en el que Rohmer dijo: «es posible que Hiroshima sea un film totalmente nuevo (…) en diez, veinte o treinta años, se sabrá si Hiroshima es la película más importante desde la guerra, el primer film moderno del cine sonoro…», al mismo tiempo que Godard afirmaba que «los travellings son una cuestión moral».
- Su nueva película, Las malas hierbas, se presenta en competición, pero hasta ahora Cannes rara vez ha sido satisfactorio para usted.
- No. Ha habido resultados neutros, como los de Mi tío de América. La película se había estrenado antes, así que ya no había peligro. Y también desastrosos, como en el caso de Stavisky… Ahora no es que estuviera buscando ir a Cannes, pero así lo querían mis productores y distribuidores. Si ellos me han proporcionado los medios para realizar Las malas hierbas, no veo por qué habría yo de perjudicarlos, siempre que no afecte a la integridad de la película y que nadie me ordene modificarla. Pero ha aumentado tanto la calidad media del cine que no sé si el film conseguirá hacerse hueco.
- ¿Usted cree que la calidad media del cine está aumentando? Prácticamente todo el mundo dice lo contrario.
- Para mí es evidente. Cada semana hay dos o tres películas que vale la pena ver, eso es una enormidad, mucho más que antes. Y es un fenómeno mundial.
- Hace cincuenta años se proyectó en Cannes Hiroshima, mon amour. ¿Guarda un buen recuerdo?
- Sí, puesto que al escapar de la presión del Festival oficial, nada malo podía suceder. Además, era el mismo año de Los 400 golpes, el impulso de lo que se bautizó como Nouvelle Vague abrió las puertas a muchos, y a mí también. El punto clave fue el de saltarse la regla de las “nueve películas”, según la cual uno primero tenía que haber trabajado haciendo prácticas en tres películas, después en tres más como segundo ayudante, y luego en otras tres como primer ayudante, para poder realizar finalmente el primer largo. Lo que Chabrol, Truffaut y los otros habían empezado a hacer, influyó en que productores como Dauman corrieran el riesgo de encargarme un largometraje. Yo venía de hacer cortos y entonces era algo completamente separado, el sindicato separaba incluso a los cámaras de largos de los operadores de cortos, etc.
- ¿Hiroshima, mon amour fue un largometraje de encargo?
- Sí, pero como un documental largo, que debíamos dirigir Chris Marker y yo. La idea de los productores era una especie de continuación de Noche y Niebla, y a mí lo último que me apetecía era sacar provecho de Noche y Niebla. Después de pasar quince días viendo películas sobre Hiroshima, sobre todo japonesas, Marker y yo estábamos de acuerdo en que lo que ya existía era suficiente, y que era necesario mostrarlo. Pero los productores necesitaban gastar los yenes bloqueados en Japón, y había que encontrar otra alternativa. Se dio la circunstancia de que, después de leer Moderato cantabile, yo comenté que lo había leído con gran placer. Olga Wurmser le dijo a Marguerite Duras que yo hablaba bien de ella, Olga quiso que nos viéramos y hablamos una tarde, coincidimos en que no había que hacer una película sobre Hiroshima ni sobre la bomba atómica…
- Cuando finalmente dirigió la película, ¿tenía conciencia de estar inscribiéndose en un movimiento artístico?
- No, en absoluto. Y tampoco había elegido a Marguerite Duras, ni más tarde a Alain Robbe-Grillet, como representantes de la modernidad literaria: lo que me interesaba era trabajar con autores que no tuvieran vinculación con el cine.
- Más tarde la película fue rechazada en Cannes.
- La suerte de Hiroshima fue que la seleccionó el comité de París y después la rechazó el director de Cannes, que entonces era Robert Favre Le Bret, tal y como le permitía el reglamento. Ser seleccionado en París, y después rechazado, llamó la atención sobre el film. Se dijo que los americanos habían presionado en contra, algo de lo que nunca he tenido pruebas.
- Cuando el film se pasó en Cannees, fuera del Festival, la acogida que tuvo fue muy buena.
- Me sorprendió mucho, aunque en la distancia, porque evidentemente no fui, ya que tampoco había sido invitado. En la época había una curiosidad, una apertura de miras respecto a las películas que eran diferentes, de nuevos directores. Aunque cuando la estaba terminando, en los laboratorios, los que la veían decían que era una película curiosa e interesante, pero que desde luego nunca podría estrenarse en salas comerciales. Después de Cannes y de las reacciones de la crítica, pudimos estrenarla finalmente en tres salas. Era arriesgado…. Por lo demás, Hiroshima no obtuvo un gran éxito. Para compensar, a los críticos neoyorquinos les gustó mucho, y también a los italianos y a los belgas.
- ¿Qué relación tenía con los críticos de Cahiers du cinéma, que celebraron la película como un acontecimiento del cine moderno?
- No los conocía bien, nos veíamos poco, aunque Rohmer había venido a verme un poco antes, porque yo tenía un aparato que necesitaba para sincronizar un corto. El único con el que tenía alguna relación era con Truffaut, porque yo era amigo de André Bazin, y también porque compartíamos la admiración, entonces poco común, por Sacha Guitry. Pero sí recuerdo que ya preveía que las películas que fueran a hacer Godard, Chabrol, Rohmer, Rivette y, claro está, Varda y Marker, me interesarían mucho.
(Cahiers du cinéma, nº 645, mayo de 2009)