Demachiños y Tangaraños
Sobre el relato de la existencia de los demachiños nos pone al corriente el investigador y folclorista gallego Luis Moure Mariño, que, a su vez, se lo oyó contar a un viejo y sabio labriego llamado Manuel de la Rega. En resumidas cuentas, los demachiños son seres invisibles que habitan muy cerca de nosotros, y al parecer hay millares de ellos que nos vigilan y espían desde todos los rincones e incluso pueden misturarse con la comida que llevamos a la boca, por eso -nos comenta dicho autor- son tantos los posesos o endiablados que se hallan habitados por estos pequeños demonios.
Ellos son los causantes de fenómenos que, a primera vista, no tienen explicación, como los misteriosos ruidos que nos sobrecogen cuando estamos en la más completa soledad, o paredes que se derrumban, o ramas que se desgajan del tronco, extravíos que sufrimos yendo de camino, un tiesto que se cae, una carta que se traspapela y cosas similares, es decir, que se tiende a atribuir a estos seres todo aquello que se antoja anómalo y tenebroso. Serían una especie de cajón desastre, donde caben todas las fechorías que no tengan como claros autores a los trasnos, tardos, meniñeiros, xas o tangaraños de turno. Se convierten, por lo tanto, en unos invisibles ángeles del mal, contraparte del ángel de la guarda, que está al acecho para aprovechar la más mínima ocasión en la que inmiscuirse en el mundo de los humanos. Por eso -decía el labriego- cuando al desperezarse se nos abre la boca, es cosa buena hacer la señal de la cruz para que estos intanibles diablos no se metan en nuestro espíritu.
Su origen sería similar al de los duendes comunes, pues nos refiere Luis Moure que cuando Nuestro Señor expulsó del cielo a los ángeles malvados, mandó que se abriesen a un tiempo las puertas del cielo y del infierno. Fue así como empezaron a caer del cielo enjambres de ángeles que iban a parar al infierno hasta que, cansado San Miguel de ver tanta masacre angélica, dijo de repente:
-¡Surcen corde!
(
Creemos, a falta de otra explicación, que la palabreja en cuestión debe ser una malformación de ¡susum corda!, exclamación litúrgica muy antigua por la que el sacerdote invitaba a sus fieles a elevar sus corazones, sin olvidar que con ese latinismo se designa en Galicia a las brujas que rondan y vigilan de noche a los rueiros, (grupos de casas aisladas), echando mal de ojo mientras las demás compañeras iban a sus aquelarres). Para otros autores, como Agustín Portela Paz, los Demachiños fueron expulsados después del sursum corda y no tuvieron tiempo de llegar a tierra, quedando vagando en nubes sombrías y caminando incesantemente como si estuviesen condenados a no poder permanecer mucho tiempo en el mismo lugar.