
Iniciado por
Jane Olsen
Ya que he mencionado las sobrevaloradas, voy a decir una a mi ver, infravalorada. Me acabo de referir a ella: La caída del Imperio Romano. En su día fue un bluf considerable (su productor, Samuel L. Bronston se arruinó, y su director, Anthony Mann, sólo dirigió dos películas más), pero creo que su reputación ha ido creciendo con los años. Yo creo que se pegó el batacazo simplemente porque no era lo que el público de la época quería ver, y más con semejante título. Querían ver cristianos arrojados a las fieras, esclavas bailando lascivamente, bárbaros violando patricias, decadentes romanos que se tiraban a un sillón a comer pollo con las manos y todo éso. Y en lugar de eso se encontraron con: nieve y mal tiempo en una peli de romanos (¿en cuántas pelis de romanos hemos visto nieve?), los monólogos internos muy sesudos y pesimistas de Marco Aurelio (soberbio Alec Guiness) y Lucila (excelente Sofía Loren -muy tapadita durante toda la película, con vestidos más propios de una severa emperatriz bizantina que de una patricia romana decadente-), los sofismas de Timónides (fantástico James Mason), un héroe un tanto perdido, que parece reflejar la angustia y desconcierto del hombre moderno, Livio (un muy acertado Stephen Boyd), y un villano un tanto particular, Cómodo, a medio camino entre la perversidad y la histeria, y que en realidad no vale más que sus súbditos (un convincente Christopher Plummer). Los cristianos, curiosamente, no aparecen ni por el foro (es como si la película, en lugar de reflejar el mundo de la época en que pasa la historia, reflejara la sociedad cada vez más laica del momento en que se hizo). Y en lugar de las fanfarrias al más puro estilo Juegos Olímpicos, usuales en las películas de romanos, la maravillosa banda sonora de Dimitri Tiomkin (me encanta casi todo lo de este compositor), con ese solo de órgano que le confiere un aire eclesial y subraya la desolación y melancolía que impregnan toda la cinta. Siempre ha sido de mis favoritas del cine histórico, y cada vez me gusta más. Y ¡qué diálogos!: