Starship Troopers, de 1997.
Después de su película más denostada, Verhoeven volvió a la ciencia ficción, donde había obtenido dos éxitos con
Robocop y
Total Recall. Recupera parte del equipo de
Robocop: el guionista, Ed Neumeier; el director de fotografía, Jost Vacano; y el autor de la banda sonora, Basil Poledouris (que firma un
score que recuerda en muchos momentos al de
Robocop); también Phil Tippett en la producción y en los efectos especiales (
Starship Troopers, más que los dos anteriores films de Verhoeven dentro del género, es un film “de efectos especiales”, como se dedica a remarcar Verhoeven en el audiocomentario del DVD).
La película se basa en un controvertido libro del mismo título de un polémico escritor de ciencia ficción,
Robert A.Heinlein. Tanto a la novela como, de forma errónea, a la película les ha acompañado una cierta mala fama de obras parafascistas. Mientras que por lo que respecta a la obra de Heinlein esa apreciación me parece bastante acertada, en el caso del film es un error clarísimo, fruto de la miopía de muchos críticos (en algunos casos, bastante incomprensible). Creo que resulta evidente, incluso en un primer visionado, que el objetivo de Verhoeven y Neumeier es precisamente todo lo contrario: critican sin tapujos lo que de fascistizante hay en la sociedad moderna sirviéndose de esa guerra enloquecida contra insectos gigantes de otro planeta que describe Heinlein (con mucho menor detalle que Verhoeven). Director y guionista se dedican durante el audiocomentario del film a insistir, una y otra vez, en su intención crítica, todo y que Verhoeven, más sarcástico que Neumeier, apunta directamente a los Estados Unidos y, en general, a cualquier gran potencia. Dicen: “el fascismo está a la vuelta de la esquina, hay que estar alerta”. Verhoeven se sirve de toda la simbología y parafernalia del nazismo (banderas; águilas imperiales; uniformes, como ese siniestro uniforme negro de Carl; desfiladas, etc.), estetización de la política de la cual ha aprendido mucho el mundo “democrático” occidental.
El eje central argumental es bien conocido: para ser un ciudadano hay que hacer el servicio militar, solo si se cumple con la obligación de las armas se tiene derecho a votar, estableciéndose una distinción entre ciudadanos y civiles (que pueden ser incluso ricos, como la familia de Johnny Rico, pero son seres incompletos). El principio fundamental es la violencia. Así lo predica el profesor Rasczek (Michael Ironside) en el adoctrinamiento a sus alumnos: “la violencia es la suprema autoridad de la que deriva toda otra autoridad” (el personaje de Rasczek reaparecerá durante la guerra, reincorporado al ejército, como un militar duro, sin concesiones, con el lema: “todos luchan, nadie se rinde”).
Entre esos alumnos están los protagonistas del film, alumnos de una escuela en Buenos Aires (localización geográfica que resulta un tanto extraña, todo sea dicho): Johnny Rico (Caspar Van Dien), un estudiante mediocre pero gran deportista; Carmen Ibanez (Denise Richards), su novia, que por encima de todo quiere ser piloto; Dizzy Flores (Dina Meyer), enamorada de Johnny, y por el cual se alistará en el ejército (al igual que Johnny se alistará por Carmen); y Carl (Neil Patrick Harris), el cerebro del grupo, que cuando se aliste irá destinado a Juegos y Teorías, eufemismo para denominar el servicio de inteligencia.
La primera parte del film reproduce el esquema de las comedias románticas de ambientación estudiantil: chicos y chicas de bellos cuerpos, alegres y despreocupados, que compaginan estudios y relaciones sexuales (aunque en este aspecto Verhoeven se muestra bastante timorato, algo nada habitual en él).
Una vez alistados (detalle espeluznante: el soldado que recoge la solicitud de Johnny para Infantería es un mutilado de guerra, al que falta un brazo y las dos piernas, y que dice, con orgullo, que es lo que es gracias a ese cuerpo… si con eso no queda clara la intención de la película…). Por un lado veremos las prácticas de Johnny y Dizzy en el campamento de adiestramiento, donde es fácil establecer conexiones con
Full Metal Jacket, a las órdenes del sargento Zim (Clancy Brown, el inolvidable Brother Justin de
Carnivàle).
Los reclutas soportan la dureza de las pruebas porque es el paso necesario para acceder a los puestos en la sociedad que quieren obtener (incluso una soldado dice que lo hace para poder tener hijos). Se nos muestra cómo no hay separación entre hombres y mujeres (en la célebre secuencia de las duchas), algo muy verhoeveniano.
La relativa calma estalla cuando un meteorito destruye Buenos Aires, se supone que enviado por los insectos de Klendathu. A partir de ese momento el film se convierte en un film casi de aventuras bélicas, que en algunos momentos nos puede recordar el western o cierto cine colonial (ese fuerte repleto de cadáveres, como resultado del ataque de los insectos). Habrá que acabar con todos ellos, porque como se dice en un anuncio: “The only good bug is a dead bug!" (algo que también se decía respecto a los indios norteamericanos, y luego en otras guerras respecto al enemigo respectivo, como en Corea o en Vietnam). La película despliega una panoplia de efectos especiales realmente espectacular y muy bien integrada en la acción, me parece uno de los films en que ese apartado está mejor resuelto, mezclando imágenes reales, maquetas y capas diversas de efectos digitales.
El ritmo es agotador, algo más de dos horas que se hacen cortas. Todo el segmento bélico está contado de manera vibrante, manteniendo toda la carga crítica pero a la vez fascinando al espectador que se queda atrapado en la acción (quizá eso sea algo en lo que se basan los críticos del film, en que al final acabas simpatizando con esos soldados; pero es lo mismo que conseguía Hitchcock en algunos de sus films, que inconscientemente te pongas del lado del asesino, lo cual nos interroga moralmente como espectadores… y es que ser espectador no es algo neutro y aséptico). Verhoeven afirma que “la guerra nos hace fascistas”; quizá se puede decir algo parecido de disfrutar de ciertos espectáculos visuales.
Un detalle que rechina un poco, al menos según cuenta Verhoeven para un gran parte del público del film, es la actitud del personaje de Carmen: ese juego que mantiene con Johnny para después dejarlo por Zander (Patrick Muldoon), su colega piloto, esa ambición y libertad sexual que según parece el público no aceptó. Además, la chica “buena”, Dizzy, es la que morirá, mientras que Carmen triunfará en su carrera. Un detalle más para ver que Verhoeven no busca una lectura convencional del tema, y que aprovecha cualquier brecha para introducir sus comentarios sobre la relación entre hombres y mujeres y su papel en la sociedad. Con todo, he de confesar que el personaje de Carmen me resulta particularmente antipático, y creo que no por lo que detecta Verhoeven, sino por esa sonrisa empalagosamente falsa de Denise Richards.
El film está repleto de detalles, algunos de ellos servidos como en
Robocop por medio de anuncios: ejecuciones públicas; imágenes de las torturas a que se somete a los insectos capturados; familiarización de los niños con las armas reales (algo que también suelen hacer hoy en día los ejércitos); castigos a latigazos (como el que sufre Johnny), etc.
También recurre a tópicos de films sobre ejércitos: rivalidad entre infantería y fuerza aérea (acentuada además por una mujer); los tatuajes; el deporte como iniciación a la guerra; la camaradería entre soldados; el sacrificio de los heridos, etc. Si alguien quiere quedarse con un film simplemente de acción, futuristamente bélico, lo puede hacer; pero
Starship Troopers es mucho más, uno de los films más redondos dentro de la obra de Verhoeven.
PD: Por cierto, Alex, ¿has tirado la toalla?