Llevo ya tiempo pensando en iniciar un hilo aquí en Cinefilia sobre el cine nipón en general, abarcando desde los clásicos conocidos en Occidente hasta los últimos (y pocos) estrenos, pasando por la reivindicación de múltiples figuras y títulos que en su momento no nos llegaron y que suponen de vez en cuando enormes revelaciones (véanse los casos de Seijun Suzuki o de Yasuzo Masumura, que no enviaban sus películas a Venecia y que han tenido que esperar a los años 90 o 2000, cuando ya habían pasado sus buenos 30 o 40 años desde su época de esplendor, para que se les reconociera fuera de Japón como merecían).
Confieso que el cine que nos llega desde el país del Sol Naciente ejerce sobre mí una especial fascinación, por todo lo que tiene de radiografía de una sociedad diferente a través de un medio de expresión occidental, con todo lo que ello conlleva de tensión entre elementos tradicionales e importaciones foráneas. En ese sentido, en los últimos años me interesa bastante más el cine que refleja la cotidianeidad de Japón que el socorrido recurso al chambara (léase, película de espadachines samuráis) que suele tener ventas aseguradas en Occidente a fuerza de un exotismo del que quizá los propios japoneses ya estén un poquito hartos.
Es una pena que no ande ya por aquí Jansen, forero que sabía de cine japonés unas cien veces más que un servidor, para poder abordar con mayor conocimiento de causa las mil y una avenidas temáticas que abre una cinematografía para mí única y que sin embargo se conoce aún muy poco y mal. Es decir, a todos nos gustan mucho Kurosawa, Ozu y Mizoguchi, pero, ¿tenemos realmente elementos de juicio para sentenciar que realmente se trata de los mejores cineastas clásicos japoneses cuando figuras como Yoshimura, Kawashima, Ichikawa, Uchida y un largo etcétera, o bien ni nos suenan, o los conocemos de oídas, o por las pocas películas de ellos que hayan podido distribuirse en nuestro ámbito a través de colecciones como Criterion?
Por muy buena que sea “El infierno del odio” de Kurosawa, es sorprendente ver los thrillers de la Nikkatsu, por ejemplo, para percatarse de que tópicos como el de la excesiva lentitud de las películas japonesas se desmoronan a poco que inspeccionemos de cerca su cine de género, lleno de muestras que mantienen su vigor a 60 años vista y que han tenido que venir tipos listos como Tarantino para reivindicar y por supuesto copiar. En los estudios japoneses de la gran época, Toho, Shochiku, Daiei o Nikkatsu, hay toda una riqueza de entretenimiento creado con un oficio maravilloso, sin demasiado que envidiar al Hollywood de su gran época, pero del que solo parece haber sobrevivido la imagen distorsionada y autoirónica que dan de él los autores de las nuevas generaciones: me divirtió, por ejemplo, el “Zatoichi” de Takeshi Kitano, pero en el fondo lo que hace es reírse un poco de la saga original protagonizada por Shintaro Katsu, que todavía no me ha defraudado en una sola de las entregas suyas que he visto, pese a tratarse de un cine sin enormes pretensiones de dejar huella en el cine con mayúsculas.
Otra área ensombrecida entre nosotros es todo el ciclo de cine de autor japonés desde la nuberu bagu de los 60, con la figura estelar de un Nagisa Oshima de quien sin embargo se conoce apenas su período de mayor notoriedad internacional, el cual, dejando aparte “El imperio de los sentidos” es probablemente el menos interesante. Cineastas como Shinoda, Teshigahara, Hani, Kuroka o Matsumoto esperan todavía un redescubrimiento que sin embargo ni las distribuidoras, ni las filmotecas, ni mucho menos los canales televisivos (os juro que fui a ver hace poco al Doré madrileño “La mujer de la arena” de Teshigahara y la recordaba de un pase de TVE-2 en mi primera juventud: ¡hasta en eso era mejor la tele antes!) parecen muy por la labor de iniciar.
Digo esto porque leo críticas como la de este viernes en “El País” de la recién estrenada “La casa del tejado rojo” de Yamada y me doy cuenta de que nuestras grandes referencias a la hora de evaluar el cine nipón siguen siendo Ozu y Kurosawa, que sin embargo vivieron su apogeo hace más de 60 años. Pocos se acuerdan, por ejemplo, de Keisuke Kinoshita, que todavía espera que le hagan una buena retrospectiva en condiciones y que para mí no tiene mucho que envidiar a los otros dos.
En fin, cierro el tocho e invito a intervenir a los interesados. Si la cosa no prospera, aun así lo reflotaré de cuando en cuando si se me ocurre algo que decir.