Menudo sindiós. Formalmente deslumbrante (se nota una planificación visual bastante más trabajada de lo habitual en Scott), fotografía espectacular y buenas interpretaciones, pero el montaje es un sincristo que destroza narrativa y dramaticamente la película.
No solo eso: el notable, original y elaborado trabajo de Martin Phipps acaba siendo completamente irrelevante en el montaje estrenado en salas. Una pequeña parte de su música (la destinada para funcionar como música diegetica; esto es, valses, polkas, y demás) es sustituida por piezas preexistentes, pero gran parte de su composición acaba siendo reemplazada por largos segmentos... de Orgullo y Prejuicio de Dario Marianelli, en una de las decisiones más incomprensibles y absurdas de la historia del cine reciente. Lo poco que queda de la música original de Phipps es destrozado, cortado y cercenado de fuerza dramática por el infame montaje.
Completamente alucinante.
Como sucede, eso si, que la película contiene bastantes momentos aislados de muchísima fuerza, espero de todo corazón que esto sea un Reino de los Cielos 2.0 y que el montaje de 4h y 10 minutos nos desvele una película excelente, con, a ser posible, la estupenda partitura de Phipps respetada en su integridad.