Ha muerto Mena... ¡Viva Cándido!
Ayer, José Luis Martín Mena falleció de una larga enfermedad en la clínica Rúber de Madrid, según informó su viuda, Blanca Abella Gavela. Hoy por la mañana se instalará la capilla ardiente en el Tanatorio de San Isidro y se le enterrará a las 16:30 en La Almudena
POR ARTURO ESPINOSA
Ha muerto Mena... ¡Viva Cándido!
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José Luis Martín Mena, «Mena» para los amigos y los lectores, nació en Madrid en 1935, donde estudió la primaria y el bachillerato en el colegio León XIII. Luego dejó de estudiar, claro, para seguir dedicándose al dibujo a tiempo completo como hasta entonces.
A partir de 1953 fue colaborador de «La codorniz», qué tiempos: Tono, Mihura, Herreros, Laiglesia, Mingote, Chumi, Serafín, Pablo, mi hermano Spín, Perdiguero, tantos, qué equipazo. Luego, de la revista «Semana» y, hasta el mismo día de ayer, ha venido publicando su tira diaria de Cándido en ABC, cuyos dominicales además alegró con tiernísimas viñetas, muchas veces protagonizadas por una fauna animal que no humana, en «ABC de las Américas» y en la revista «Blanco y Negro», donde se codeaba con la «crème de la crème»: otra vez Mingote, Chumy Chúmez, Coll a solas, Ussía, Summers... Hay que decirlo, Mena también conquistó el archipiélago mundial del humor rindiendo islas como «París-Match» y «The New York Times». Y es que no necesitaba traductor.
Mena era mucho Mena y además era imposible, y Cándido, su hijo de papel, apenas tres pelillos en la mar de su inmensa calva, se le parecía muchísimo, no necesitaba ni una ni mil palabras y era como su padre: parco, solitario y virginal. ¿Han visto ustedes que Cándido alguna vez haya tenido alguna aventura «3-R», para mayores con reparos, o «4», gravemente peligrosa? Así era Mena, para todos los públicos... ¡Y tan suyo!
«Meni», así le llamaba yo, o «Pepe Luis», apenas era taurino, y anduvo dándome la paliza para que le llevara a algún festejo. Al fin le cumplí y los dos nos fuimos un 30 de mayo a la plaza de Aranjuez a ver a Cristina Sánchez en una novillada. No sabía ni papa y aún así logró más atención que los del «Tendido 7» en las Ventas o que Matías Prats en Radio Nacional. La torera llevaba a su padre de subalterno en la cuadrilla y en ese léxico taurino tan severo no cabía un «Papá... ¡a las tablas!», así que la Sánchez ordenó simplemente: «¡A las tablas!», y Mena añadió a grito pelado: «¡Eso, eso, a las tablas, que aquí mismo le hacemos un ataúd!», sin que en la plaza nadie supiera si la caja iba a ser para el astado... o para el papá de la torera.
Al salir, bajamos por la calle que da a la puerta grande del coso y, por increíble que parezca, en la acera de los impares había, y a lo mejor sigue habiendo, toda una funeraria. Preguntaste: «Arturín, ¿sabes tú por qué le tapan un ojo a los caballos de picadores?». «Pues para no ver a los toros cuando embisten, que suficiente tralla se llevan ya», respondí yo. Y apostillaste: «Por la misma razón, cuando los toreros llegaban a la plaza en calesa, también se les tapaba el ojo izquierdo cuando pasaban por aquí. Para que no vieran... Por si acaso».
Una noche, salíamos Lali, mi mujer, y yo del «Drugstore» que había cerca de Velázquez muy de madrugada, a eso de las tres, y de repente, allí estaba Mena sentado en un banco muy solito. Nos preocupamos por si le pasaba algo. «Estoy esperando», contestó. «¿A quién esperas?» «A un pintor». Natural, son tan bohemios... «A Viola, a Mampaso, al maestro Palmero esperas tú?», le preguntamos. «No, a un pintor de brocha gorda, que el vecino me inundó el salón».
A un pintor y a las tres. Así era Mena, imposible, incluso si le invitabas a pasar la Nochevieja. Quedamos a las diez en casa, y nos dieron las diez y media y las once y casi las doce. Al fin, sonó el teléfono, contestó mi hija Marta: «Es él», y me puse al aparato, lo confieso, muy cabreado. «Me he perdido», Mena se excusó y yo le regañé: «¿Cómo se puede perder nadie en Madrid?» «No sé, estoy en una cabina». «Pues sal de la cabina y pregunta dónde estás». «Es que hace mucho frío», se negó él. Que vengan Jardiel y Ionesco a inventar el teatro del absurdo.
En fin, Mena o el disparate lo ganó todo: la Paleta Agromán, la Copa de Honor en Torentino de la Bienal del Humorismo en el Arte; el Dátil de Plata de Bordighera; el premio Commune de San Remo en el Salón Internacional del Humorismo; el premio Lotería Nacional de la Olimpiada Internacional del Humor de Valencia. Y el Nobel del humorismo gráfico: el Premio Mingote... Ojalá y San Pedro no le deje entrar al cielo ni Pedro Botero le abra las puertas del infierno, y te devuelvan con nosotros. Pero, ya lo sé, no caerá esa breva.