El caso de Miwa Sado fue la crónica de una muerte anunciada. En 2013 el corazón de la periodista de 31 años se detuvo. Sado, que trabajaba en 'NHK', la mayor emisora pública del país, se desplomó en su apartamento mientras sostenía uno de los tres teléfonos que utilizaba para trabajar.
Fue solo hasta 2017 que su fallecimiento fue catalogado por el Gobierno como "karoshi", o muerte por exceso de trabajo. Situación que las autoridades y las compañías, en su apatía, no logran detener. "Miwa estuvo cubriendo elecciones. Estaba sana pero trabajó varios meses seguidos sin fines de semana", explicó su madre, Emiko Sado.
Tras una investigación se concluyó que la reportera laboró 159 horas y 37 minutos de horas extras el mes que falleció, un exceso abrupto de responsabilidades que la empresa no vigiló con cuidado.
En Japón, la jornada oficial de trabajo comprende 40 horas, pero como en la ley no está establecido un límite estricto de horas extras a cumplir, las empresas han utilizado ese vacío jurídico en beneficio propio, tema que el Gobierno ha intentado regular sin mucho esfuerzo.