Si tuviéramos que buscar la definición de actriz de culto en un hipotético diccionario de cine, estoy convencido de que esa entrada estaría ilustrada con una imagen de esta peculiar actriz: a una carrera que comenzó con Easy rider, y que continuó con una temprana nominación al óscar por Mi vida es mi vida, le siguió una ecléctica trayectoria profesional que la llevaría desde a aparecer en el último film de Hithcock (La trama) hasta colaborar con algunos de los mejores realizadores (Robert Altman, John Schlesinger, Francis Ford Coppola...) de las décadas de los 60 y 70.
A pesar de todo el prestigio cosechado, se hizo un nombre entre el aficionado más cinéfago sobre todo por su querencia hacia el fantástico y el terror, trabajando con directores tan diferentes dentro del género como Peter Hyams, Dan Curtis, Tobe Hooper, Larry Cohen, A. Margheriti o Ruggero Deodato, aunque la mayoría de las veces estas películas no estuvieran a la altura de su enorme talento.
Relegada con el tiempo a cintas cada vez de peor calaña, y a papeles más pequeños, su actuación más destacada de los últimos años fue su encarnación de la matriarca de los Firefly en La casa de los 1000 cadáveres, la genial ópera prima de Rob Zombie.
Tras una larga batalla contra el cáncer, finalmente la enfermedad la ha vencido: descanse en paz.