Las amigas (Le amiche, 1955)
Dos años después de Tentato suicidio Antonioni añade un caso más (no será el último) a su catálogo de suicidios (frustrados o no) cinematográficos. En esta ocasión adaptando el relato de un autor de prestigio: “Entre mujeres solas” (“Tra donne sole”, de 1949), de Cesare Pavese, escritor piamontés que se suicidó en Turín (donde transcurre la acción del relato y de la película) en 1950. Antonioni escribió el guion junto a Suso Cecchi d’Amico y la colaboración de Alba De Cespedes, introduciendo ciertos cambios respecto al texto de Pavese, entre otros que la protagonista, Clelia (magnífica Eleonora Rossi Drago), no es la narradora como en el relato, optando en el film por prescindir del recurso de la voz en off (aunque la cámara se centra sobre todo, aunque no exclusivamente, en este personaje). En la fotografía continuó con el director de L’amore in città, Gianni di Venanzo, y recuperó para la banda sonora (bella y sobria) a Giovanni Fusco.
La película se abre con una larga panorámica sobre Turín. A continuación entramos ya en materia: Rosetta (Madeleine Fischer) se ha intentado suicidar en una habitación de hotel tomando una sobredosis de somníferos.
En la habitación de al lado se aloja Clelia, empleada de una empresa de moda romana, que ha viajado a la capital piamontesa (su ciudad natal) para encargarse de la apertura de una sucursal. El hecho fortuito de alojarse al lado de la suicida frustrada le da acceso a las amistades de Rosetta, miembros de una burguesía turinesa ociosa. Entre estas amistades están, entre otros, Momina (Yvonne Furneaux), mujer arrogante, separada transitoriamente de su marido;
Cesare, el arquitecto responsable de las obras en la boutique (Franco Fabrizi, en uno de sus típicos papeles de calavera);
Lorenzo (Gabriele Ferzetti), un pintor huraño, malhumorado, amargado, porque ha perdido el favor del público, y su mujer Nene (Valentina Cortese), ceramista que empieza a despuntar, generando los celos del marido.
Clelia, una mujer independiente, que parece haberse hecho a sí misma partiendo de un nivel social bajo, participa de las idas y venidas del grupo, pero en realidad se siente atraída por el ayudante de Cesare, Carlo (Ettore Manni), como ella representante de una clase social distinta.
Las posiciones y caracteres de todos ellos quedan expuestos en una melancólica excursión a la playa, en un día gris e invernal, en que se muestra la frivolidad, el aburrimiento, el tedio, que los envuelve.
Poco a poco iremos averiguando que el intento de quitarse la vida de Rosetta está relacionado con su amor por Lorenzo, en especial en una larga conversación de ambos en la orilla del Po.
Mientras tanto, la relación entre Clelia y Carlo parece avanzar. En una salida para localizar muebles para la boutique, Clelia le enseña algunos rincones de su infancia, calles viejas y patios de vecinos.
Durante la inauguración de la boutique, Nana advertirá a Rosetta que no confíe en Lorenzo, aunque ella está dispuesta a sacrificarse “por amor” y a dejarle a su marido el terreno libre.
La fiesta que se organiza después acaba en una violenta pelea entre Cesare y Lorenzo en una trattoria de ambiente popular. Lorenzo abandona el local ofendido y Rosetta intenta seguirlo, pero el pintor le confiesa que, en realidad, no la necesita.
La siguiente escena, de una frialdad propia de un forense, nos muestra en un distante plano general, filmado en picado, como se saca un cuerpo sin vida del río: después sabremos que es el de Rosetta.
La tragedia provocará una violenta escena en que de Clelia acusará a Momina de ser responsable de la muerte de la muchacha, de ser una “asesina”, todo ello en presencia de las clientas del negocio. Sintiendo que esta salida de tono la inhabilita para llevar el negocio, Clelia aceptará el ofrecimiento de la patrona de volver a Roma, lo cual la lleva a renunciar a su amor por Carlo, pero a la vez supone su afirmación como mujer independiente.
La despedida en la estación, a la que llega tarde Carlo, probablemente de manera intencionada, nos muestra a los dos enamorados separándose sin remedio, sin contacto: Clelia, mirando desde la ventanilla del tren, a la espera de la aparición de Carlo, y este, escondido detrás de unas maletas, viendo como ella se aleja de su vida. ¡Qué es Antonioni! O sea que además del suicidio, hemos asistido a la crisis de un matrimonio, a la frívola inconsistencia de varios miembros de la burguesía turinesa, y al amor imposible de una pareja trabajadora (personajes hasta cierto punto positivos por contraste con los demás), como si la mujer, para triunfar en su profesión, no tuviera más remedio que renunciar al amor. Triste, desolador.
La película, bellamente fotografiada por Di Venanzo, con el gusto habitual de Antonioni por los planos largos, las calles mojadas, el aire invernal, consolida esa visión pesimista de las relaciones humanas, condicionadas por las diferencias de clase. Un film más en que uno siente la proximidad del de Ferrara con otro cineasta atento a los caracteres femeninos, a las crisis de pareja, a la imposibilidad del “amor romántico”: Ingmar Bergman.
Y para que no quede aquí la cosa, la próxima semana, con El grito, volveremos a hablar del suicidio. Lo dicho en el primer post de este hilo: un director “refrescante” para combatir los rigores de la canícula.