Más allá de tener razón en sus ataques a la industria, que la tiene, toca reflexionar un poco acerca de los Razzies. El lector ocasional que se entere de la noticia podría pensar que esta gente de los Razzies pertenece al parnaso subversivo porque se ha atrevido a "premiar" a una de las últimas leyendas vivas que quedan del cine estadounidense.
Pero todos aquí sabemos que ha sucedido justo al revés: estos ridículos (de siempre, no de ahora) sujetos detrás de los Razzies han mostrado la actitud más cobarde imaginable: hacer leña del árbol caído contra un genio que se ha atrevido, por segunda vez, a plantar cara a los estudios con su propio dinero; a un tipo profundamente comprometido con su visión del arte; a un Quijote moderno.
Es demasiado evidente que, pese a que la cinta que nos ocupa tenga problemas (los tiene), cada uno de sus minúsculos fotogramas supura cine. De ahí este nuevo ejemplar de neocatecismo mamarracho llamado Razzies, tomo XXVV; y los que quedan.
A Coppola hay que castigarle por haber osado darle la espalda a Hollywood. De ahí las "filtraciones" sobre problemas en el rodaje, las ridículas noticias publicadas sobre acoso sexual y, finalmente, el premio otorgado por una banda de abrazafarolas y parásitos de lo ajeno.
De paso, han premiado también, casualmente, a Voight y no a otro porque cae mal en la farándula y encima se atrevió a salir en una peli sobre Reagan para así bordar el asunto.
Hollywood no paga a "traidores". Y Coppola hace bien en darle la vuelta a este sainete, trufado de reconocimientos a otros negados como Kubrick, Verhoeven o Morricone.