08. Don Quintín el amargao/La hija del engaño (1951)
La hija del engaño, que es el título original tal como se estrenó en México (y así se titula en la copia en DVD de que dispongo, de Lacasadelcineparatodos), también se conoce como Don Quintín el amargao, referencia directa al título de la obra que se adapta, con guion del matrimonio Alcoriza: el sainete de Carlos Arniches y Antonio Estremera estrenado en Madrid en 1924. La pieza teatral ya había sido llevado al cine un par de veces: en 1925, con dirección de Manuel Noriega, y en 1935, dirigida por Luis Marquina (y “supervisada” por Buñuel), uno de los films producidos por el aragonés con Filmófono.
Hace un tiempo (¡siete años!) ya hablé brevemente de este film en el “otro rincón”, pero ahora amplio el comentario. De entrada, hay que decir que aunque pueda parecer que se trate de una película meramente alimenticia, hay que recordar que Buñuel no hace más que seguir los pasos de algo que ya intentó en España en los años 30: la producción de un cine popular. Aquí, como es natural, se traslada con habilidad el ambiente madrileño y castellano a México, con sus personajes populares y sus giros idiomáticos.
La película arranca con lo que apunta a apólogo moral. Don Quintín (excelente Fernando Soler) es un hombre amable, cariñoso con su mujer y su hija, y ante todo un “hombre honrado”. Pero el destino, en forma de accidente ferroviario, le hará regresar intempestivamente a su hogar y descubrir el engaño de su esposa. Así, Don Quintín el “honrado” se convertirá en el “amargado”. Echa a su mujer de casa y abandona a su hija (que su mujer le ha dicho que no es suya) en la puerta de unos campesinos.
La crueldad de Don Quintín, al que vemos ahora regentando un casino, se verá algo mitigada cuando su mujer le confiese que en realidad la hija sí es suya. No la recupera, pero al menos comunica a la familia que la ha acogido que les entregará cada mes una cantidad de dinero para su sustento, con lo que la “generosa” familia pobre ve cómo se les abre el cielo.
Destaco de nuevo, como ya hice en su día, la manera como Buñuel salva la elipsis temporal de veinte años: a través de la oscuridad del interior de una alacena. Por medio de ese original fundido en negro pasamos de la época en que la niña, Marta, es un bebé a cuando ya es una bella moza (Alicia Caro), que vive semiesclavizada por su padre adoptivo, un borracho violento bueno para nada.
A partir del momento en que su madre biológica, en su lecho de muerte, vuelva a confesar a Quintín que la niña era realmente su hija, la película va a seguir dos líneas narrativas que se entrecruzan. Por un lado, el enamoramiento de Marta con un chofer al que conoce accidentalmente (nunca mejor dicho), Paco (Rubén Rojo, el electricista de El gran calavera). Con él se fugará, abandonando así los malos tratos del padrastro, e iniciando una nueva vida de felicidad.
Por otro lado, Don Quintín, ayudado por sus dos matones (en realidad, pareja cómica), Angelito (Fernando Soto) y el Jonrón (Nacho Contla), iniciará su búsqueda, deseoso de recuperarla.
Sin ser consciente de quién es quién, Quintín, más amargado que nunca, provoca a la pareja formada por Marta y Paco en un bar. Con todo, Paco no se arredra y lo amenaza con una pistola, obligándole a comerse la aceituna que le ha tirado a la cara de la muchacha, humillación que Quintín grabará en su memoria.
La secuencia sirve para confirmar algo que se ha visto desde el inicio: la presencia habitual de las armas. Quintín, Angelito, el Jonrón, o ahora Paco, llevan pistolas; el viejo campesino no se lo piensa dos veces en empuñar un machete. La violencia, algo cotidiano, nos dice Buñuel, en la sociedad mexicana (él mismo era un enamorado de las armas), aunque el revolver de Paco ya aparece en la obra teatral. Por cierto, a pesar de que en la foto que adjunto aparece con la pistola en la mano, en el film no la saca del bolsillo, lo que puede hacer pensar que en realidad no lleva tal arma: ¿un intento de suavizar la presencia de las armas en el film?
Para conseguir localizar a la hija desaparecida (entre tanto, casada y embarazada), Angelito tiene una idea: hacer debutar en el cabaret que regenta Don Quintín, llamado El Infierno (no sé si relacionado o no con el casino del inicio), a la que fue como la hermana de Marta, Jovita (Amparo Garrido). Y, ciertamente, Marta acude al debut con su marido, pero Quintín descubre a Paco y se organiza una persecución por la ciudad que parece que va a acabar en desgracia.
Pero Jovita les descubre cuál es la identidad de la muchacha, con lo que se produce a una reconciliación final.
Final que, como ocurría en Susana, resulta feliz de manera harto inverosímil (aunque parece que también así acaba la obra de Arniches y Estremera). Cierto es que el material argumental, claramente folletinesco, apunta a final feliz, pero la manera como se lleva a la pantalla nos hace dudar de que esa misantropía del padre, el odio que expresó a su esposa en el lecho de muerte, o las durísimas palabras que le acababa de dedicar su hija antes de descubrir su identidad, den para una reconciliación tan absoluta. A fin de cuentas, Quintín no dudó en abandonar a Marta cuando era una niña muy pequeña, y nunca se ha preocupado de saber nada de ella. Su mezquindad no se borra con un arrepentimiento de última hora.
Si el final parece forzado, Buñuel lo desmonta haciendo que Don Quintín rompa la cuarta pared y se dirija a cámara diciéndonos “nada me sale bien”, cuando su hija le comenta que todavía no puede ver a su nieto... porque aún no ha nacido.
Una comedia divertida, que apela a emiciones muy primarias, pero digna, con pequeños elementos que nos hacen imaginar a Buñuel detrás de la cámara. Como hizo en Gran Casino, también aquí introduce un par de números musicales, en especial el que interpreta la “chispeante” Jovita.
Y del sainete pasaremos, la semana que viene, al melodrama puro y duro con Una mujer sin amor, uno de los films menos apreciados de Buñuel, del que tengo un recuerdo muy vago.