23. Viridiana (1961)
Aunque pueda sonar extraño, Viridiana es la primera película de ficción que Buñuel, superados los 60 años, rodó en España, o sea 32 años después de su debut en Un chien andalou. Sólo había rodado en suelo peninsular el documental Las Hurdes (además de algunos fragmentos de L’Âge d’or), si no contamos los cuatro films producidos por Filmófono durante la II República, en los cuales Buñuel fue el productor, además de supervisar la dirección.
En pleno franquismo, sorprendentemente, el exiliado Buñuel se pone al frente de un proyecto en coproducción hispano-mexicana a rodar en España. Se unen la productora de su amigo mexicano, Gustavo Alatriste (marido de Silvia Pinal), y dos productoras españolas: Films 59, de Pere Portabella, que ya había producido films como Los golfos, de Carlos Saura, y El cochecito, de Marco Ferreri, y Unión Industrial Cinematográfica (UNINCI), con Ricardo Muñoz Suay a la cabeza, que tenía en su currículum, entre otros, varios films de Juan Antonio Bardem. UNINCI mantenía vínculos con el PCE, partido en el que militaba por entonces Muñoz Suay (por su parte, Portabella acabaría siendo un político en la órbita del PSUC).
O sea que el anticlerical Buñuel se alía con unos sospechosos izquierdistas y las autoridades le permiten tirar adelante el guion del film (la censura sólo puso objeciones a la escena final) y rodarlo en Toledo, Madrid y alrededores. La cosa no acaba aquí. La película se presenta al Festival de Cannes de 1961… y gana la Palma de Oro, recogiendo el premio, satisfechísimo, el por entonces director general de Cinematografía. Pero poco duró la alegría, porque a raíz de un artículo en L’Osservatore Romano, diario del Vaticano, la vida comercial del film quedó abortada, al menos en España, donde no se estrenó hasta 1977 (fue uno de los tantos films prohibidos que tuve la suerte de ver en ese período dorado de finales de los 70), y el director general cesado.
Lo que decía L’Osservatore Romano no tiene desperdicio. Consideraba que incurrían [en plural, porque la crítica incluía también Madre Juana de los Ángeles, de Kawalerowicz]: “… actitudes antirreligiosas de tan delirante intensidad, de tan atroz crudeza blasfema, que hace catalogar a las dos obras que exaltan tales actitudes entre las más repulsivas que se puedan imaginar y sólo concebibles como el parto de una mente delirante” [reproduzco la cita que Agustín Sánchez Vidal incluye en su monografía de Buñuel publicada en Cátedra].
Las “mentes delirantes” eran Buñuel y su amigo y colaborador Julio Alejandro, aragonés y exiliado en México como el de Calanda. Se apunta, aunque no esté acreditado, que el guion se inspiró en una novela de Benito Pérez Galdos, “Halma”, aunque de una lectura apresurada de la sinopsis de la obra, intuyo que Buñuel y Alejandro se alejaron notablemente del texto galdosiano, entre otras cosas cambiando la protagonista, una condesa en Galdós, por una novicia en Viridiana.
No creo que a estas alturas haga falta detenerse mucho en la sinopsis del film. Baste decir que se puede resumir su desarrollo a partir de una estructura en tres partes. En la primera, Viridiana (espléndida Silvia Pinal), una novicia que está a punto de ingresar en un convento de clausura, es llamada por su tío, don Jaime (un Fernando Rey que roza la perfección), a modo de despedida antes de que la muchacha abandone el mundo exterior. Se desplaza a su finca, en el campo, y allí don Jaime muestra una atracción necrofílica por su sobrina. Y es que Viridiana es muy parecida a su tía (clavada, si nos fijamos en un retrato que aparecerá más adelante), y tiene sus mismos andares. La tía murió en la noche de bodas en los brazos de su esposo (lo que nos viene a decir que no llegó a consumarse el matrimonio). Ahora, 30 años después, don Jaime cree estar ante una segunda oportunidad: acceder al cuerpo de su esposa a través del de la sobrina. Así, convence a Viridiana que se vista con el traje de novia de su esposa (en un gesto que nos puede recordar Vertigo), y después de drogarla con un somnífero (toque que también tiene algo de hitchcockiano, recordemos, por ejemplo, Notorious), se la lleva a la cama con la intención de violarla.
No se atreverá, aunque a la mañana siguiente le dirá: “has sido mía. […] Ya no eres la misma que salió de ahí”, con la intención de impedir que vuelva al convento. Pero la reacción de Viridiana, el odio y asco que ve en su rostro cuando le cuenta la verdad, lo incitan al suicidio.
Pero lo hace con una sonrisa en los labios. Y es que en sus últimas voluntades reconoce a un hijo natural, Jorge (Paco Rabal), que toma posesión de las propiedades de don Jaime, compartiendo la finca con Viridiana, que, decidida a no volver al convento, inicia un proyecto personal, fruto de la soberbia (según le echará en cara la madre superiora cuando la visite): dar acogida a mendigos. Parece como si don Jaime hubiera previsto que esa coincidencia de Jorge con Viridiana será una especie de castigo para la novicia.
En la segunda parte del film se muestra la diferencia entre la laboriosidad de Jorge, que quiere sacar rendimiento de unas tierras ricas pero abandonadas por su tío, y la beatería de Viridiana, su inutilidad, entregada a sus pobres, unos mendigos sobre los que Buñuel, como hizo ya en otras de sus películas (por ejemplo, el ciego don Carmelo de Los olvidados), arroja una mirada nada complaciente, resaltando su mezquindad. Ese contraste se pone especialmente de relieve en la secuencia del rezo del Ángelus: mientras Viridiana y su corte de pedigüeños rezan en el campo, los obreros contratados por Jorge trabajan a fondo en la reforma de la finca.
En la tercera parte, la más espectacular (aunque mi segmento preferido es el primero), los mendigos deciden aprovechar que se han quedado solos en la finca para organizar un banquete que deriva en orgía, caos y destrucción. Hay momentos inolvidables, en especial la “fotografía” que Enedina (Lola Gaos) hace, con la “máquina que le regalaron sus padres”, a todos reunidos alrededor de la mesa, en una, sin duda, blasfema reproducción de la Última Cena.
Cuando la llegada de Jorge y Viridiana interrumpe el desenfreno, los dos mendigos más osados, el Leproso y el Cojo, se encuentran saqueando las estancias de la casa. El Cojo intentará violar a Viridiana, evitándolo el Leproso a indicación de Jorge, maniatado, que le ofrece dinero a cambio de matarlo.
Y, mediante una elipsis, llegamos al final, en el que parece que todo vuelve a la normalidad. ¿Todo? No, porque Viridiana ha sufrido una transformación: se suelta el pelo, se deshace de la corona de espinas, que vemos como Rita (la pequeña Teresa Rabal), la hija de Ramona, lanza a una hoguera, y se presenta en la habitación de su “primo”, en la que ya se encuentra Ramona, ahora su amante. Ese final es lo que la censura obligó a modificar. El resultado, una frase antológica: “No me lo va a creer, pero la primera vez que la vi me dije: “Mi prima Viridiana terminará por jugar al tute conmigo”” (y con Ramona, añado, un ménage à trois que se le coló burlonamente a la censura).
Revisada por enésima vez (es probablemente la película de Buñuel que he visto más veces) Viridiana ofrece multitud detalles a analizar. Casi todas las secuencias tienen algo substancial, no hay rellenos. Cito algunas aún no comentadas:
- El montaje en paralelo en que vemos a Viridiana sacándose las medias negras, mientras don Jaime toca el órgano y Ramona la espía por el ojo de la cerradura: fetichismo y escopofilia al mismo tiempo.
- El ordeñado de la vaca, de un inequívoco simbolismo obsceno.
- El rescate de la abeja moribunda en el agua, mientras don Jaime habla de su hijo natural.
- Don Jaime probándose la ropa y los zapatos de su mujer muerta, mientras Viridiana deambula sonámbula por la casa, tira la lana a la chimenea y arroja ceniza sobre la cama del tío.
- Otro momento de escopofilia, cuando Rita observa desde la ventana como don Jaime besa a su sobrina dormida, tendida en la cama.
- Ramona buscando signos de la virginidad perdida en las sábanas de la cama de Viridiana.
- El suicidio de don Jaime, con la comba que le había regalado a Rita.
- Jorge lavándose los pies.
- El episodio de la compra de Canelo.
- Jorge revisando los objetos de su tío, sus fetiches, en especial esa navaja en forma de cruz.
- El gato cazando una rata en el desván, mientras Jorge inicia sus relaciones sexuales con Ramona.
- Y, en general, toda la larguísima secuencia de la fiesta de los pobres.
En fin, lo dejo aquí porque es un film del que se pueden comentar todos y cada uno de los planos. Una obra maestra indiscutible (¿no, Alex? ).
A destacar la magnífica fotografía de José F. Aguayo (que repetirá en Tristana); el sensacional diseño artístico; y el uso de la música diegética (el “Réquiem” de Mozart, el “Aleluya” de “El Mesías” de Händel, o un rock final, “Shimmy Doll” de Ashley Beaumont, que rompe con la religiosidad que ha imperado en la casa hasta entonces, la mórbida de don Jaime y la beata de Viridiana).
Y, por supuesto, el reparto, en estado de gracia. A los actores principales, incluida Margarita Lozano como Ramona o incluso Teresa Rabal como Rita, hay que añadir ese grupo de actores de carácter que configuran la corte de mendigos: Lola Gaos, José Calvo (el ciego Amalio), Luis Heredia (el guasón El Poca), Joaquín Roa (Zequiel), María Isbert o Juan García Tiendra, el Leproso, que era un mendigo real y que está sensacional.
Parecía difícil que el nuevo proyecto de Buñuel, después de esta maravilla, no quedara eclipsado por Viridiana. Pero, de nuevo en México, Buñuel nos ofrecerá otro film magistral: El ángel exterminador.