Iniciado por
Kores
Yo prefiero la calidad a la cantidad. La presión sonora de los cines a los que voy habitualmente me resulta excesiva. Cierto es que en casa tampoco lo puedo poner tan fuerte como yo querría, pero me compensa perder esos dB y muchos metros cuadrados de pantalla a cambio de evitar:
- colas interminables para aparcar en el parking
- colas interminables para comprar la entrada.
- colas interminables para entrar a las salas.
- colas interminables para comprar las palomitas y la cocacola, porque por alguna extraña razón siempre acabas teniendo que comprarlas.
- techos amarronados con "mierda al gotelé" sobre las máquinas de palomitas que llevan empeorando de ese estado durante los últimos dos años y que amenazan ya con convertirse en patrimonio de la humanidad.
- rebaños de niños de más de 20 cabezas que acuden al cine a celebrar un cumpleaños ocupando toda una fila con su alegre presencia (sesiones de tarde).
- pandillas de adolescentes maleducados que hablan de principio a fin de la película. Ultimamente, ya he observado "adolescentes" con nietos que se han unido a esa costumbre de comentar la jugada...
- variante de los anteriores cuya diversión es tirar palomitas durante la proyección (generalmente estos sí son jovencitos).
- variante de los anteriores que se dedican a chillar a las pandillas de chicas con la finalidad de pastorearlas como si fueran ovejas (porque ligar a voces en ese plan debe ser una idea absurda hasta para esos trozos de carne con ojos).
- sujetos que entran en la sala de cine con la finalidad de engullir sin descanso y de forma bien notoria por su sonido con bandejas de nachos, patatas, perritos regados con cocacolas de 60 litros.
- los anteriores sujetos cuando los 60 litros de cocacola han desequilibrado los líquidos en sus cuerpos humanos y la madre naturaleza les pide ir a reequilibrar la situación.
- los anteriores cuando vuelven de evacuar con mucho alivio pero que toman conciencia súbitamente de que están totalmente deslumbrados y son incapaces de recordar dónde está el abrebadero en el que han convertido su butaca, lo que les lleva a llamar a sus congéneres con voces lastimeras. A menudo apetece salir a hacerles de perro lazarillo para que se quiten de enmedio de una puñetera vez.
- teléfonos móviles que suenan y cuyas llamadas además, son atendidas durante la película.
- sillones con tapicería tratada a la cocacola, fanta o alguna variante de fluído de origen desconocido (incluso potencialmente de origen corporal) cuya rigidez y resistencia podría rivalizar con el kevlar
- moquetas "superglue" en las que se te quedan pegados los zapatos por la cantidad de cocacolas derramadas en las mismas.
- copias de 20 sesiones de antiguedad que están llenas de rayas
- cuidado nulo de la calidad de proyección con frecuentes desenfoques.
- claras pérdidas de calidad a partir de un cambio de rollo: a.t.p.c. el DTS, el SDDS y el DD.
- subwoofers desmadrados puestos así para ke-mole-ke-te-kagas
- proyeccionistas que cuando termina la sesión en otra sala, encienden la luz en la tuya en medio de la película (y van dos veces que me pasa).
Sinceramente, cuando cambie el proyector por uno que me permita abrir una pantalla de 2.35 a 1080p y exista material HD en abundancia, probablemente no volveré al cine nunca más. De momento llevo mucho, mucho, mucho sin ir. Antes me lo pedían mis hijos por ver los estrenos. Ahora directamente prefieren esperar a verlo en casa...