Tampoco te pierdes nada :D
Pero tras la revisión de Grease me apetecía avanzar en este tipo de cine con bailoteos.
Synch
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Huyyyy...ésa vertiente tuya no la conocía :D...
Propongo crear un hilo para el cine de berridos y bailoteos.
A todo esto, enorme -como siempre- momentazo en el programa de Jimmy Fallon:
https://www.youtube.com/watch?v=3T2FpCDlyNg
Synch
Leyendo la sinopsis de esta película me he acordado de Una mujer en la playa, de Jean Renoir (uno de sus films más oníricos y fascinantes), por la presencia demiúrgica de un pintor ciego, aunque quizá las similitudes se queden ahí.
Por cierto, ¿dónde has visto la película? ¿En youtube o hay alguna edición a la venta?
En YouTube :sudor. Es una versión muy mala, pero al menos trae música y rótulos, y se ve algo mejor que otra que andaba por ahí, donde lo que veías era poco más que borrones dando vueltas. En realidad, esta es la tercera vez que veo esta película.
No he visto la película de Renoir que dices (he visto muy poco Renoir, lo admito :sudor), pero, leyendo el argumento, diría que no tienen en común más que el transcurrir en una especie de playa, el triángulo amoroso (en la peli de Murnau, un rombo, pues está también por ahí el personaje de la novia abandonada del doctor, aunque sale muy poco) y la presencia del artista ciego. Que además, parece muy diferente en la peli de Murnau que en la de Renoir. En la de Renoir, por lo que veo, es un tipo celoso, amargado y manipulador. En la de Murnau, un tipo super humano y sufrido, que acepta con resignación tanto el quedarse ciego como el verse separado de la mujer que ama. Y hay un detalle curioso de este personaje: todos los demás personajes de la película tienen nombre propio, excepto él, al que se refieren todos como el pintor o el ciego. Ya digo, es un personaje muy raro. La primera vez que oye hablar de él, Lily experimenta un estado de terror y dice que no quiere que venga a la casa, porque si éso sucede pasará algo terrible (y así acaba sucediendo, en efecto). Y curiosamente, la primera vez que el médico lo ve, está sentado delante de un caballete y rezando...dando gracias a Dios por el don de la vista, a pesar de estar él mismo ciego.
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Y la primera aparición del personaje, montado en una barca que se acerca al pueblo recuerda vagamente a la llegada de Nosferatu a la ciudad de Wisborg en la película homónima. También se ha dicho que esa escena está inspirada en el cuadro de La isla de los muertos de Arnold Böcklin, aunque yo no veo demasiado parecido.
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Sí, ya intuía que las similitudes eran muy superficiales. No obstante, si no has visto la película de Renoir, te la recomiendo, fundamentalmente por los detalles oníricos que aparecen, muy del gusto de la época en el cine de Hollywood. De hecho, es un Renoir poco "renoiriano". La presencia de Joan Bennett sugiere que quizá Lang hubiera sido una buena opción como director.
Domingo de Carnaval.
Junto con El crimen de la calle Bordadores y La torre de los siete jorobados, forma una especie de trilogía costumbrista-misteriosa de Edgar Neville, un director que me parece cada vez más reivindicable. Este Domingo de Carnaval quizá sea la más experimental e interesante del lote.
En una casa de la zona del Rastro de Madrid, allá por los años de la Gran Guerra, en vísperas del Carnaval, una prendera llamada Doña Reme aparece una mañana muerta en su casa ¿Quién la ha asesinado? ¿Por qué? La finada tenía muchos enemigos. Una especie de Sherlock Holmes castizo, un policía llamado Matías, interpretado por Fernando Fernán Gómez, al que no le falta una especie de Watson en la persona de uno de los vecinos de la casa, será el encargado de esclarecer el misterio. Por de pronto, las sospechas recaen sobre otro de los vecinos, un charlatán en el Rastro. Su hija Nieves (Conchita Montes), se encargará por todos los medios posibles de limpiar el nombre de su padre. La cosa toma un cariz inesperado cuando un señorito calavera, Gonzalo Fonseca (Guillermo Marín), aparece en la escena.
No sólo vuelve aquí a darnos Neville una mezcla de comedia con un toque surrealista, costumbrismo cañí y misterio, sino que hace una película singular, a medio camino entre el falso documental y el cine experimental. Ese Madrid tan típico, ya desaparecido hace tiempo, de verbenas en merenderos, música de organillo, humo de churros y aguardiente en botijo cobra aquí un matiz realmente inquietante con la presencia de esas máscaras que a ratos evocan un cuadro de Goya, a ratos uno de Solana y a ratos uno de Ensor. Expresionismo europeo injertado en sainete nacional. Zarzuela con toques de esperpento valleinclanesco, "alibí, alibí, con la mano no, con la boca sí", novela negra y simbolismo germánico. La escena del baile de máscaras en el teatro hasta tiene un peculiar Fantasma de la Ópera. Máscaras de esqueletos, de cerdos, de destrozonas, se encuentran con vecinas cotillas y personajes que casi parecen salidos de una película de espías:
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La historia acaba perdiendo, sin embargo, algo de fuerza e interés, sobre todo en el tramo final, como sucede con las otras películas de Neville de este estilo, la trama policíaca resulta algo convencional en exceso y se echa en falta algo de crítica social, al estilo del cine negro del momento, pero visualmente está a años luz de la mayoría de lo que se hacía por esos años en España. Lo que no entiendo, ni entiende nadie, es por qué esta maravilla no se ha editado en DVD. A reivindicar, totalmente.
Curioso ese juego de máscaras. Afortunadamente, me he grabado la película y la miraré próximamente. Por cierto, también Orson Welles en su segmento hispánico de Mr.Arkadin recurrió a las máscaras:
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Alargando un poco más el debate que hemos mantenido sobre cierto cine de los sesenta/setenta y sobre Truffaut, ayer vi La noche americana, dentro de un ciclo que me he organizado para visionar de forma más o menos cronológica sus películas. De entrada, hay que decir que la diferencia entre Truffaut y ese cine militante, transgresor, provocador, se pone en buena medida de relieve en esta película y en la polémica que se originó entre el director y su antiguo amigo y colega Jean-Luc Godard. Cito lo que se menciona en imdb:
Spoiler:
La película es una buena muestra de ese apelativo que dediqué a Truffaut en un post anterior: cineasta cinéfilo. Además de ser una película sobre el rodaje de un film, todo él está trufado de referencias cinéfilas, vengan o no a cuento: dedicatoria a las hermanas Gish; se cita explícitamente La regla del juego de Renoir; en un momento del film entregan al director (el mismo Truffaut) un paquete lleno de libros, todos ellos sobre directores de cine (Buñuel, Godard, Hitchcock, Bresson, Dreyer, etc.); la actriz que interpreta Valentina Cortese comenta sus rodajes con Federico (Fellini, obviamente) y explica el método felliniano consistente en que los actores digan números en lugar del texto; se hace una mención a una película de persecución de coches cuando se miran unas fotos de la actriz protagonista, Jacqueline Bisset, en clara referencia a Bullit; se explica durante el film en que consiste el efecto de “noche americana”; se muestra cómo se graban unos efectos de sonido; también cómo se introduce un pequeño foco de luz en una vela (¿referencia al célebre vaso de leche de Sospecha?); Léaud pregunta a Bisset si tiene “stage fright”, que además de servir para preguntar si la actriz tiene “miedo escénico” es el título de un film de Hitchcock; Truffaut introduce una autocita en la secuencia del gato, en referencia a La piel suave; Léaud quiere ir al cine y en todas partes hacen El padrino; Truffaut sueña por las noches con un niño, quizá él mismo, que, con ayuda de un bastón, roba las fotos de Ciudadano Kane de un cine; y así ad nauseam.
El film, temáticamente, es convencional, Hollywood ya nos mostró en muchas ocasiones las interioridades del rodaje de una película (o el montaje de una obra de teatro). Sólo destaca cierta libertad en la explicitación de las relaciones entre los personajes, cierto descaro, que hay que atribuir a los nuevos tiempos (esa relación abiertamente extramatrimonial de Léaud con la script; ciertas relaciones sexuales planteadas en un “aquí te cojo, aquí te mato”, etc). Por lo demás, el mayor mérito del film, a mi modo de ver, es ese aire casi documental, con la cámara pegada a los personajes, como si se tratara de un making off, aunque Truffaut no es radical en el planteamiento visual, y en muchas secuencias recupera una planificación más convencional.
De todas maneras la película tiene buen ritmo y se deja ver con una cierta sonrisa en los labios (a pesar del final, un tanto trágico), sólo empañada por la interpretación insoportable del niño mimado Léaud. En su descargo, alguien podría alegar que actúa así porque el personaje que encarna es de esa manera, pero creo más bien que el personaje es de esa manera porque lo interpreta Léaud. En cambio, me gusta Truffaut en su papel de director y hay que reconocer que Jacqueline Bisset llena la pantalla con su belleza desarmante. A destacar entre los contras la banda sonora de Georges Delerue, extremadamente enfática (por cierto, que me ha recordado por momentos la de la serie televisiva Brideshead Revisited). Como curiosidad, al inicio del film se oye en off la voz de Delerue durante los ensayos de unos fragmentos musicales, al parecer (nueva autocita) correspondientes a Las dos inglesas y el amor.
Sansón y Dalila (Cecil B. DeMille; 1949)
Vista en Blu ray, del cual recomiendo su compra, puesto que es todo un deleite para los sentidos. Restauración asombrosa, una auténtica gozada.
Hacía tiempo que no la revisaba, de hecho he esperado a la compra del BD para hacerlo, y me sigue pareciendo una gran película de DeMille, en la que se sigue respirando cine del grande; cine con mayúsculas. Sansón y Dalila es fácilmente reconocible, sigue teniendo el aroma épico y grandilocuente "demilliano"; en ella seguimos apreciando el manejo de los colores, de los brillos, la escenografía, la ambientación, la fastuosidad del vestuario y hasta el más mínimo detalle.
Lo mejor de la película es sin duda la Dalila de Hedy Lamar: un personaje complejo, maquiavélico, con una belleza y erotismo que tanto le gustaba a DeMille explotar. En mi opinión, ella es de hecho la villana de la película, porque como ya hiciera con la Nefertari de los diez Mandamientos, ella es la que manipula y revuelve al Sarán de Gaza contra Sansón, como ya hiciera Nefertari con Ramsés; aunque sí es cierto que en esta ocasión para DeMille el Sarán es un conquistador que actúa por deber con su pueblo, y no por celos y envidías como el Ramsés de Brynner, que es un personaje mejor construido argumentalmente.
A mi parecer, DeMille acertó en el Sansón de Victor Mature. No comparto las críticas que lo tachan de actor mediocre; tiene muy buena química en pantalla con Hedy Lamar, con una presencia imponente, y a mi juicio buena interpretación, en especial la parte final de la película en la que se queda ciego, cosa que nunca es fácil para cualquier actor.
George Sanders, como el Sadán, también cumple perfectamente, igual que su subalterno, el señor de la guerra Ahtur, interpretado por el actor fetiche de DeMille, Henry Wilcosox. Por contra, parece que a De Mille no le interesa mucho la parte de los hebreos, tanto la madre como la prometida de Sansón, Miriam, se limitan a aparecer cuando la historia lo requiere, pero apenas los desarrolla. Igual me ha parecido el personaje de Angela Langsbury, muy metido con calzador pero siendo su personaje necesario como catalizador de la historia.
Me encanta el uso de la violencia que hace DeMille sin mostrarla sólo insinuándola: magistral la escena del robo de las túnicas de Sansón y la sensación de pánico que transmite al espectador; igual que la escena de la quijada del asno, dejando claro el poder de Dios con el trueno y la oscuridad, o la borrosidad creciente en los ojos de Sansón al acercar la espada candente de Ahtur.
Para mí, la mejor parte de la película es el cortejo de Dalila, que de hecho me parece una obra teatral, y su trampa a Sansón; y la escena del trato de Dalila a los filisteos, soberbia Lamar (" mil monedas de plata...de cada uno"). Por contra, sí que es es cierto que veo en esta película defectos que no encuentro en su filmografía: se nota la tijera en alguna escena, los efectos no han envejecido nada bien, se nota mucho el cartón piedra (sobre todo la escena final del Templo); además, la escena de la caza león se nota mucho el doble de Mature en los primeros planos (algo que por cierto extraña en DeMille por su conocida meticulosidad), y algunos personajes son muy prescindibles.
Aunque tiene más defectos de lo que cabría esperar, Sansón y Dalila sigue siendo una gran obra de Cecil B. DeMille que sigo disfrutando y admirando.
Nota: 8
¡Qué casualidad! Una de las anécdotas cinéfilas que me he dejado de comentar de la película de Truffaut se refiere, precisamente, a Hedy Lamarr. Se comenta que la actriz austríaca, añorada del tiempo húmedo y lluvioso de su país, hizo instalar en su mansión californiana un sistema que le permitía tener lluvia artificial. "Se non è vero, è ben trovato".
El Crack.
Poco puedo decir de esta obra maestra que no se haya dicho ya. Garci, en mi opinión, nunca ha alcanzado otra vez las cotas de excelencia que alcanzó con El Crack. Si Domingo de Carnaval, que vi hace poco, era expresionismo germánico injertado en el sainete nacional, El Crack es cine negro en vena en el contexto de un drama urbano en el Madrid, ya también desaparecido, de aquellos años tan concretos: un Madrid que salía de la Transición pero que aún no había entrando en la Movida, un Madrid que ya no era en blanco y negro pero que tampoco era ya en colores flúor. La Gran Vía (con sus cines, de los que ahora sólo quedan tres o cuatro: no sé por qué me dio mucha alegría ver que en uno de ellos ponían Flash Gordon y en otro Viernes 13), Sepu, el Cine Royal, las Torres Blancas...lugares en cierto modo míticos que ya no están ahí o que están muy cambiados. Esta película es ya para mí como una especie de cápsula del tiempo, traspasada de melancolía y nostalgia, a pesar del mundo gris en que transcurría. Ya era así en su tiempo: muchas películas españolas de la época tienen ese aire melancólico e introspectivo, esa música de piano, esos largos planos de pasajes urbanos. Si con Domingo de Carnaval nos asaltaba en ocasiones la sensación de estar viendo un cuadro de Goya o Solana cobrando vida en ese Madrid de corralas, de porteras, de serenos, de bailes en ventorrillos y de capeas en los descampados que se poblaban de inquietantes máscaras, aquí tenemos la impresión en bastantes momentos de estar viendo una pintura de Antonio López o Cristóbal Toral, con esos mismos personajes entre vulgares e inefables que destilan un aire de melancolía y que parecen perdidos en lugares grises y desvencijados, como lo era el Madrid de aquella época, pero únicos (a día de hoy, Madrid es una ciudad igual de fría, pero terriblemente banal e impersonal: ha perdido casi todo aquello que alguna vez le dio carácter).
La historia gira en torno a Germán Areta, alias El Piojo, apodo que le va al pelo (un inconmesurable Alfredo Landa que, recordemos, se había pasado gran parte de los 60 y 70 persiguiendo suecas por las playas de Torremolinos y Benidorm, nadie se esperaba que fuera un actor dramático de tal calibre :descolocao), un expeditivo y duro, pero honesto y eficiente investigador privado, que recibe de un pequeño empresario de provincias, que está muy enfermo, el encargo de buscar a su hija Isabel, desaparecida un par de años atrás. Sin proponerselo casi, como suele pasar en el mejor cine negro, Germán se verá envuelto en una trama que destapará un grado de corrupción, maldad y engaños como ni siquiera un tipo tan curtido como él se podía imaginar. No faltarán las victimas inocentes que paguen por los pecadores.
Pero no se limita El Crack a ser una mera copia de las mejores películas clásicas americanas, ni Alfredo Landa a un mero imitador de Humphrey Bogart. Los elementos de la historia funcionan muy bien precisamente porque no son elementos extraños al contexto de la época y el lugar. Ni una mera sucesión de homenajes al cine clásico, hilados acá y allá alegremente, sino que todo tiene sentido propio. Y además refleja muy bien su propio tiempo (con la excepción de El Moro y Nico, que me parecieron personajes exageradísimos que probablemente ya daban el cante entonces; y del tramo final de la historia, que tiene un desenlace un tanto inverosímil: no sé ni cómo haría el personaje de Landa para subir una pistola a un avión, ahora no le dejarían hacerlo ni hartos de vino :cuniao).
La película también funciona en gran medida gracias a Alfredo Landa. Sé que es una comparación rara, pero había momentos en que tenía la sensación de que su personaje era una mezcla entre Macario y Vlad Tepes :descolocao. Un tipo castizo (un paleto, vaya), y a la vez, granítico e imperturbable. Sabe que tiene cara de tonto, pero no soporta a la gente que se fía de las apariencias. Y si te mira poniéndose serio, te invade una sensación de verdadero espanto. Pero es el mismo tipo que también siente genuino cariño por la hija de su medio novia, Carmen (una excelente María Casanova: no sé por qué razón hizo esta mujer tan pocas películas), y que trata a ésta con gran sensibilidad, en una subtrama paralela de la película en que se relata la difícil situación personal por la que ésta ha pasado. El resto de los actores (quitando a Miguel Rellán y a Francisco Vidal, que como ya dije, no me gustaron nada) están excelentes.
Una película que debería ver todo aquel que siga pensando que la totalidad del cine español es una cagarruta pinchada en un palo.
y hay una segunda parte que da el nivel
Y a parte de su valor cinematógrafico sirven como retrato perfecto de una época
No recuerdo si era la 1 o la 2 transcurre en navidad, para mi es una de las películas que mejor retrata como era la navidad en el madrid de los 80. con sus calles iluminadas, como eran los taxis, las emisoras de radio...
Un madrid que he vivido y ya no existe, en ese sentido me trae unos recuerdos tremendos
Más que a Bogart a Germán Areta lo asocio más con una especie de harry el sucio a la española
La 1 transcurre en Navidad. No sé ahora si la 2 transcurría también (creo que también, y contaba con un gran villano, Arturo Fernández: creo que hasta hubo planes para hacer una tercera parte).
Yo también recuerdo esas Navidades en Madrid en los años 80. Tus padres te llevaban al centro; veías Cortylandia, las luces navideñas (las que ponen ahora son horrorosas y cada año menos navideñas :sudor); el mercadillo de la Plaza Mayor, Sepu, Pontejos, se merendaba chocolate, los Reyes de las cabalgatas parecían Reyes Magos y no imitadores de Rappel :sudor; si había suerte, hasta podía ser que te llevasen a ver una película en uno de los grandes cines de la Gran Vía... Ahora, en cuanto se acerca Diciembre, lo confieso, yo salgo huyendo del centro porque se pone imposible. La última vez que fuimos en familia fue hace bastantes años ya; sólo íbamos mi madre, mi hermana y yo, y tuvimos que parar a comer algo en un Café y Té (que creo, tampoco existen ya), porque iba yo muy enferma...
Vaya, qué melancólica me he puesto :|.
Yo diría que quizá, más que a Bogart o a Harry el Sucio, el personaje de Alfredo Landa recuerda al de Glenn Ford en Los sobornados.
...Y has conseguido ponerme a mí melancólico también, porque ese Madrid es "mi" Madrid. Estuve viviendo unos meses en la ciudad precisamente en esa época (en concreto, en 1982) e incluso me llegué a alojar en una pensión en la calle de Alcalá, junto a la Puerta del Sol. Me sorprendió entonces la calle Montera, con sus "señoras de la noche" trabajando a plena luz del día (¿aún es una zona de prostitución?). No recuerdo demasiado bien la película de Garci, pero las sensaciones que describes me asaltan a menudo viendo el cine negro barcelonés de los cincuenta/sesenta, en el que reconozco perfectamente la Barcelona de mi infancia (infancia gris, en blanco y negro), especialmente esas sórdidas calles del Distrito V, el "Chino", desde hace años convenientemente rebautizado como Raval. Ese cine con vocación genérica (esta semana han pasado en la 2 Apartado de correos 1001, que me he grabado y veré pronto) era muy digno, y hoy tiene un innegable valor histórico. Por ejemplo, películas como la notable A tiro límpio, de Francisco Pérez-Dolz.
Precisamente, de la misma época que la película de Garci, hoy pasan en la 2 Fanny Pelopaja, ambientada en Barcelona, un thriller con cierto empaque, basada en una novela de Andreu Martín, especialista del género negro.
Hay un momento de Arrebato, de Iván Zulueta, que actúa en mí como madalena de Proust y me activa los recuerdos de ese Madrid que conocí en los 80: en el arranque del film (después de una fallida sesión de montaje), a los sones de Wagner, cuando el personaje que encarna Eusebio Poncela, un director de cine de terror de serie B (o Z) colgado de las drogas, recorre en taxi por la noche la Gran Vía, y podemos ver las marquesinas de los cines de la época, con películas como Phantasma, de Don Coscarelli, el Superman de Donner, y un Disney, Bambi.
https://www.youtube.com/watch?v=7Gd4P2epjls
Arrebato precisamente no la he visto, pero esas sensaciones me las evocan otras pelis de la época. Por ejemplo, Pepi, Luci y Bom, de Almódovar, que además está rodada en gran medida precisamente en el barrio en que vivo. También una con José Luis López Vázquez, El elegido: recuerdo que volvía del colegio con mi madre, y al entrar en el portal, nos lo encontramos lleno de cámaras y focos, y que nos abrió la puerta del ascensor... José Luis López Vázquez en persona. La ley del deseo también transcurre en lugares de Madrid que he frecuentado durante toda mi vida. Lo que pasa es que vas hoy por esos mismos sitios y ni los reconoces.
Pues, además de recomendar encarecidamente ahora y siempre la película de Zulueta (film de culto para muchos, entre los que me incluyo), te sugiero que mires los primeros minutos de la película (adjunté el enlace a una copia colgada en YouTube), del 5'30" al 6'10", aproximadamente. Verás muchos cines que, probablemente, ya no existan. Supongo que en Madrid ha pasado lo mismo que en Barcelona, donde los cines que se mantienen de esa época se pueden contar con los dedos de una mano (y sobran dedos).
En mi barrio había siete, y varios de ellos bien grandes. Luego empezaron a desaparecer, a convertirse en bingos, en discotecas...luego éstas a cerrar también...En la Gran Vía creo que sólo quedan cuatro o cinco, y sólo dos de ellos siguen funcionando como cine :sudor.
Mi infancia cinematográfica se concentró en los sesenta/setenta en tres cines de lo que hoy se llama Raval: Padró (fue brevemente sede de la Filmoteca, años después), Céntrico (que tuvo a finales de los 70, principio de los 80, una época gloriosa como cine de repertorio, con excelentes programes dobles), y Diorama (que tuvo el dudoso honor de ser una de las dos primeras salas X en Barcelona a mediados de los ochenta). Estos genuinos "cines de barrio" desaparecieron hace mucho, y como ellos todos los demás cines del mismo tipo. Ahora, salvo los multisalas asociados a centros comerciales, sólo quedan cuatro o cinco salas añejas, ellas mismas reconvertidas en multisalas (Renoir Floridablanca, Aribau, Comedia, Verdi y poco más). De los cines presentes en la cartelera de los ochenta ya no queda casi nada.
Si hace unos días ya expresaba mi opinión desfavorable sobre el ciclo Antoine Doinel, de François Truffaut, salvo por lo que respecta a la película inicial, Los 400 golpes, ayer revisando Domicilio conyugal y El amor en fuga, cuarta y quinta y última entrega respectivamente, confirmé mi apreciación. Si Domicilio conyugal aún resulta esporádicamente simpática y aporta cierto aire juvenil, pop, aunque se cierre con un gesto del personaje encarnado por Léaud genuinamente casposo, digno de cualquier film de Mariano Ozores, El amor en fuga me parece directamente una tomadura de pelo. Como cierre del ciclo, Truffaut reaprovecha numerosos fragmentos de sus cuatro películas anteriores y entrega un refrito insustancial, mal narrado, falto de interés e irritante como nunca. No me dediqué a contarlos, pero la suma de los minutos tomados de los films anteriores debe ser muy elevada. Incluso Truffaut llega al extremo de reciclar también fragmentos de La noche americana, aprovechando que Léaud fue su protagonista.
Decididamente, Truffaut me parece uno de los directores más sobrevalorados y menos interesantes de la llamada “nouvelle vague”, en el supuesto que lo que rodó en estos dos films se pueda considerar ”nuevo” (que a mí no me lo parece).