La última prueba (Kid Glove Killer, 1942), de Fred Zinnemann
Discreta serie B de la MGM con cierto aire de procedural, que tiene como elemento más destacable que el protagonista, el que resolverá la trama criminal, no es un inspector, sino el químico responsable del laboratorio de la policía. Como un CSI avant la lettre, el protagonista, encarnado eficazmente por Van Heflin, descubrirá el responsable de la muerte del alcalde, que encabezaba la lucha contra el crimen organizado de la ciudad, gracias a pequeños detalles: hebras en el pelo o la marca producida por un cortaúñas utilizado para cortar los cables destinados a una bomba. Cuenta con la decisiva colaboración de una asistente, encarnada por Marsha Hunt (una de las centenarias de Hollywood, con 102 años cumplidos), con la que formará un triángulo amorosa en el que el tercer lado corresponde, precisamente, al asesino.
El jardín de las torturas (Torture Garden, 1967), de Freddie Francis
Producción de la Amicus que reproduce el esquema de la mucho más famosa Doctor Terror: una grupo de personas acepta el reto de participar en una atracción de feria, el jardín de las torturas, dirigida por un tal Dr.Diabolo (Burgess Meredith, en un papel que queda explicitado con el nombre del personaje). Cada uno de ellos contemplará “su futuro”, dando lugar a cuatro relatos independientes entre sí, uno de ellos, quizá el más brillante, protagonizado por Jack Palance y Peter Cushing, dos coleccionistas de objetos relacionados con Edgar Allan Poe. El guion de la película está firmado por Robert Bloch. Francis juega sobre todo con el color, con algunos momentos brillantes, aunque en general me parece menos lograda que la mencionada Doctor Terror.
El espinazo del diablo (2001), de Guillermo del Toro
No he conseguido todavía ver una película de Guillermo del Toro que me haya satisfecho. Sin poder decir que se traten de malas películas, en absoluto, no sintonizo con su manera de acercarse al fantástico. En esta ocasión, una tópica historia de fantasmas ambientada en un orfanato situado en medio de un desolado paisaje castellano a finales de la Guerra Civil. Reparto de campanillas (Marisa Paredes, Federico Luppi, Eduardo Noriega), pero si destaca es sobre todo por las interpretaciones de los niños. Volveré a probar suerte con su próximo film, pero habiéndolos visto casi todos, sigo sin encontrarle el punto a su cine.
La modista (The Dressmaker, 2015), de Jocelyn Moorhouse
A pesar de la presencia de Kate Winslet, una de mis actrices preferidas, y de un reparto competente (Judy Davis, Hugo Weaving, incluso Liam Hemsworth), la película de la australiana Moorhouse, basada en la novela de Rosalie Ham (y con guion de la directora y del también director australiano P.J.Hogan), me ha supuesto una enorme decepción. Una modista (Winslet) regresa al pueblo donde creció para vengarse de sus habitantes, que la acusaron de haber provocado la muerte de un niño durante su infancia, obligándola a dejar su casa. De vuelta al “hogar”, se reencuentra con su madre, una mujer medio loca y alcoholizada, con la que le cuesta relacionarse. El planteamiento es atractivo sobre el papel, pero el ritmo desmayadísimo y un sentido del humor con el que no conecté en ningún momento convirtieron sus casi dos horas en un suplicio para mí. Es de esas películas que, sin poder decir que sean malas, no consiguen interesarte en ningún momento.