El gran azul (The Big Blue, 1988), de Luc Besson. Quizá porque, como gato escaldado, intento mantenerme a distancia de piscinas y playas, este es un film que nunca me llamó la atención. A pesar de ello, y visto que esta película goza de un gran número de seguidores, incluso en este hilo, y de haber leído comentarios apasionados sobre ella, me decidí a darle una oportunidad… ¡En mala hora! Durante los inacabables 160 minutos que dura la versión en DVD (que anuncia, orgullosa, que contiene 40 minutos añadidos por el director, como el que promociona una hamburguesa con doble de queso) no ha despertado mi interés ni siquiera por un instante.
Se suele resaltar sus “imágenes hipnóticas”, pero desgraciadamente no ejercieron ningún efecto en mí, cosa que hubiera agradecido si me hubieran transportado al mundo de los sueños. Con un argumento delgado como el papel de fumar y unos personajes de lo más tópico (ese Enzo encarnado por Jean Reno, “italiano” con su 600 destartalado, su mamma, sus platos de pasta y camisetas imperio; ese Jacques, el francesito, introvertido y sensible, de una sosería de dimensiones oceánicas, servido por un inexpresivo Jean-Marc Barr; o la locuela-florero Rosanna Arquette, en uno de sus papeles típicos de los 80, excusa sentimental, de la que intuimos desde el minuto uno que acabará embarazada… y lo acaba estando, para darle un poquito de emotividad romántica a la secuencia final; por no citar al tío de la bañera…), El gran azul navega sin rumbo en un mar en calma, sin emoción alguna (al menos para el que esto suscribe). Una vez constatado que poco más nos ofrecerá el film que ver a unos individuos de lo más cargantes dedicados a ponerse en remojo como si fueran garbanzos, las miradas al reloj fueron constantes, y no precisamente para comprobar si Enzo o Jacques batían algún record de apnea. Ni siquiera la banda sonora de Éric Serra sirve para animar la función, más bien al contrario, acaba de enfriarme, como si me hubiera zambullido en ese lago peruano que aparece al principio del film. En fin, pliego velas y vuelvo a puerto, y en la piel, más que sal, me encuentro azúcar candi.
Edito: Había escrito Patricia Arquette cuando evidentemente se trata de Rosanna Arquette.