Revisada
El graduado, que ví hace muchos años, y de la que no recordaba más que las cancioncitas de Simon & Garfunkel, la famosa escena de la
pienna de Anne Bancroft en alto con la media y la cara de
atontolinao de un jovencísimo Dustin Hoffmann, claramente precursor de actores como Gabino Diego en
El rey pasmado.
Ambientada en uno de esos suburbios finos de las ciudades de provincias americanas (hay qué ver lo que daban de sí en el cine de la época para contar historias un tanto chungas -me viene a la cabeza
El nadador, que comenté no hace demasiado), y con una fotografía muy estilizada y unos sorprendentes encuadres y movimientos de cámara (estoy segura de que en 1967 parecía muy moderna, y lo sigue pareciendo) nos van a contar la historia de un jovencito, Ben (Hoffmann), de clase media-alta, que vuelve a su casa para pasar unas vacaciones tras estudiar. Su familia está encantada porque el chico promete (es un estudiante excelente, buen deportista)... pero él parece el menos contento de todos. Adivinamos a un chico raro e inadaptado, insatisfecho ya desde esa primera escena en que lo vemos sentado delante de una pecera en cuyo interior hay un muñequito de un submarinista... escena que luego se repetirá al natural, con Ben en la piscina de la casa, reemplazando al muñequito de la pecera (¿se está ahogando? ¿se siente incapaz de comunicarse con el mundo exterior..?).
Lo cierto es que la película toda tiene un tono muy raro, que alterna escenas casi de comedia absurda con otros de angustia, y casi de terror. En la fiesta que se celebra en su casa aparece la Sra. Robinson, la madura, pero aún atractiva esposa del socio de su padre, y casi desde el primer momento se insinúa descaradamente a Ben, que no sabe o no quiere resistir sus avances. La mujer ésta, que es alcohólica, dice ella misma, tiene una hija -Eleaine- de la edad de Ben estudiando fuera y evidentemente se aburre mucho, es presentada de manera sutil y a la vez caricaturesca: lleva frecuentemente ropas con estampados
animal print (que se dice ahora) y vive en una de esas casoplonas modernas (de los sesenta) imposibles con mucho verde, mucho helecho y mucha escultura de tipo primitivo. Evidentemente, es una especie de fiera enjaulada.
Qué le ha visto a Ben, por qué se ha encaprichado de él, es algo que el espectador no entiende ni se explica en ningún momento en la película (es bajito, feúcho y al menos, al principio, bastante atontado). Sin embargo, inician una relación casi de dependencia mutua basada en el sexo exclusivamente (él quiere hablar, pero ella sólo quiere apagar la luz) -clandestino y en hoteles, donde se alojan con nombres supuestos, a espaldas de las familias de ambos (la familia de la Sra. Robinson está en las nubes; la de Ben sospecha que se ve con una chica, pero no tiene ni idea de quién es). Por una conversación que un día mantienen Ben y la Robinson, sospechamos que puede ser algo más que una típica cuarentona solitaria y aburrida. Parece que se casó ya embarazada, que no quería a su marido, y que al casarse, abandonó sus estudios de arte. Una vida de sueños rotos e ilusiones perdidas frente al futuro prometedor de Ben, que desde que empezó la relación, descuida los estudios y anda vagando de un lado a otro.
Un día acierta a regresar la hija de los Robinson, y contra el parecer de su madre (de la Robinson, se entiende), e impulsado por su padre inicia una relación sentimental que no empieza con buen pie, pero que poco a poco se consolida. La Robinson monta en cólera y amenaza con destaparlo todo (por qué no quiere exactamente que tenga una relación con su hija es algo que nunca se llega a revelar ¿acaso ella y Ben son medio hermanos..?). La historia se complica con la aparición de un medio-novio de Elaine, Carl, con el cual los padres de ella llegan a forzar una boda.
Es una película muy rara ésta, y daría para hablar largo y tendido. Supongo que se puede ver en ella un anticipo de la revolución sexual; también una historia de maduración, de crecimiento personal, de la pérdida de la inocencia; como un correlato del sexo que Ben experimenta con la Robinson frente al amor más puro y romántico que siente por Elaine, quien parece comprenderle mejor y no quererle como un simple juguete sexual. La historia podía ser terriblemente sórdida, pero por momentos, como dije, se aproxima a la comedia absurda; además, las cancioncitas de Simon y Garfunkel (porque son básicamente éso, cancioncitas populares de aldea inglesa, o algo así) le dan a todo un aire extrañamente nostálgico y bucólico (estamos no sólo en pleno renacimiento del interés por la música barroca, sino también por el
folk). No voy a comentar mucho más para no destriparla y porque a estas alturas ya casi me sangran los ojos
.