Cosecha de la semana:
La La Land, de Damien Chazelle. No me ha parecido ese gran musical que los numerosos premios y reconocimientos que ha recogido harían prever. Como musical, en especial, creo que flojea, especialmente en las coreografías con presencia de muchos bailarines, como por ejemplo la inicial del atasco: da la impresión que al final te anunciarán una cerveza o cualquier producto de consumo. Los números a dos entre Ryan Gosling y Emma Stone no pasan de discretos, nada que ver con los grandes musicales clásicos, y eso que Chazelle insiste en varios momentos en darle un aire
vintage a la película: el uso en algún plano de la apertura en círculo, los encadenados con rótulos luminosos, el montaje “sincopado” de alguna secuencia (con las tópicas copas de champagne), e incluso el cromatismo de los vestidos o las decoraciones (aunque los colores del piso compartido de Stone, más que del cine clásico hollywoodiense, parece sacado de un film del Almodóvar de los 80). Para mí funciona mejor como comedia romántica con poso amargo que como musical, aunque tampoco en ese registro destaca en especial. Me quedo con la simpatía y espontaneidad de Emma Stone (Gosling no me gusta nada,
as usual) y la banda sonora de Justin Hurwitz, esta sí magnífica, bien entrelazada con las imágenes.
West Side Story, de Robert Wise y Jerome Robbins. Quizá para comparar (odiosas, las comparaciones

), revisé esta clásica adaptación de “Romeo y Julieta”, trasladada al Nueva York de principios de los 60, convertidos los Capuletos y los Montescos en las bandas callejeras de los Sharks (puertorriqueños) y los Jets (amalgama de descendientes de inmigrantes de distintos orígenes europeos). Con guion de Ernest Lehman y una banda sonora espectacular de Leonard Bernstein, Wise y Robbins (que era el autor del musical original) consiguen una obra modélica, con un conjunto de números antológicos, magníficamente coreografiados. No soy un entusiasta del cine musical, pero creo que aquí estamos ante una obra maestra del género. Ayuda que el drama se sostiene a lo largo de todo el metraje y que las interpretaciones son convincentes, incluso la de la pareja de enamorados (que se salvan de la cursilería por los pelos), la puertorriqueña María (una bellísima Natalie Wood) y el “polaco” Tony (Richard Beymer, que ahora he descubierto que es el actor que interpreta el papel de Ben Horn en la saga de
Twin Peaks), junto a los jefes rivales, George Chakiris y Russ Tamblyn (otro de los integrantes de la
troupe de
Twin Peaks, el Dr.Jacoby). Completan el reparto algunos excelentes secundarios: Rita Moreno (espléndida, de una vitalidad desbordante), Simon Oakland o Ned Glass. Casi 60 años después, me parece más fresca y rica en ideas y en imágenes que la de Chazelle.
Star Wars VII. El despertar de la fuerza, de J.J.Abrams. Creo que ya dije el otro día que hasta el momento no me ha gustado ninguna de las películas dirigidas por Abrams y que no pasé de los primeros capítulos de
Lost. Aunque esta nueva entrega (que por momentos parece un
reboot del episodio IV) mejora notablemente los episodios I a III, me sigue pareciendo más un film de acción, reiterativo y muy visto, que una genuina película de aventuras, que creo que es lo que debería ser. Mucho ruido (incluida la BSO de Williams) y pocas, muy pocas, nueces, y aún gracias que aparecen por ahí Han Solo, Chewbacca, C3PO o R2D2 para animar un poco al personal (de la princesa Leia o de Luke Skywalker, más vale no decir nada). De los nuevos personajes, el de Oscar Isaac me parece completamente desaprovechado, los de Daisy Ridley y John Boyega solo aportan juventud (imprescindible para que el negocio continúe) y el de Adam Driver, quizá el más interesante, es un calco de Darth Vader (convertirlo en hijo de X –no lo digo por si todavía hay alguien que no lo sepa- demuestra la poca imaginación de la propuesta). Creo que la película, y en buena medida gran parte del cine de Hollywood de los últimos 20 años, se resume en la comparación entre la Death Star y la nueva Starkiller:
El autor, de Manuel Martín Cuenca. Del director había visto la irregular
Caníbal. Ahora vuelve con la adaptación de una novela de Javier Cercas (que no he leído). Con un buen reparto compuesto por Javier Gutiérrez, Antonio de la Torre (tanto uno como el otro van a acabar quemados, porque ahora salen en todas partes, como en su día Resines, o luego Coronado o Cámara) y algunos sobrios secundarios (en especial, Adelfa Calvo como la portera), la película parte de una premisa interesante. Álvaro es un gris pasante de una notaría, aficionado a la escritura, acomplejado porque su mujer (una María León no demasiado convincente y que aparece poco en pantalla) triunfa como autora de novelas de consumo. Una crisis matrimonial lo impulsará a sacrificar su vida amorosa y laboral por la escritura, hasta el punto de modificar la realidad para que se ajuste a la ficción que quiere crear y con la que quiere triunfar, pero la película va de más a menos, con un metraje excesivo, perdiendo interés y verosimilitud con el paso de los minutos. Sorprende encontrar como autor de la banda sonora a… ¡José Luís Perales!
The Interview, de Evan Goldberg y Seth Rogen. Dejo para el final la peor del lote, una comedia desmadrada que bien se hubiera podido llamar “Resacón en Pyongyang”. Skylark, presentador de un programa de televisión sensacionalista (James Franco, en una interpretación histriónica hasta el cansancio), junto a su productor (Seth Rogen), viaja a Pyongyang para entrevistar a Kim Jong-Un (Randall Park), admirador del programa. La CIA aprovecha la circunstancia para encargarlos una misión secreta: que envenenen al dictador coreano. Pero Skylark se propone otra cosa: desacreditar ante las cámaras a Kim, lo cual conllevará un final grotesco (y que creo que les hizo muy poca gracia a los norcoreanos). Comedia grosera y maleducada, llena de tópicos y de chistes escatológicos, tan sutil y elegante como el peinado de Kim. Los tiempos de
El gran dictador o
To Be or Not to Be quedan ya muy lejanos.
