Y hay un remake con Bruce Willis que retoma la ambientación en la América profunda de la época de entreguerras: El último hombre.
El infierno del odio es una película policíaca cojonuda, pero, tratándose de Kurosawa, es algo más que eso. Tiene una habilidad especial para contarte historias particulares, pero que hablan de problemas y dilemas universales. Las diferencias sociales. La envidia, el cainismo. La idea de la responsabilidad personal y de la conciencia de clase, de que toda vida -como ya vimos en La fortaleza escondida- sea la del hijo de un empresario acaudalado o la del hijo del chófer, importa. Que todos nuestros actos pueden tener consecuencias, y de hecho, suelen tenerlas e inesperadas. Además, es modernísima para su tiempo. Recuerdo una escena brutal con unos drogadictos, que no creo que se hubieran atrevido a mostrar en una película del Hollywood de ésos años (aunque veo que El hombre del brazo de oro, que probablemente fue la primera película mainstream en abordar el tema de las drogas sin tapujos, es de cinco años antes).