Cosecha del fin de semana:
Dos films de un interesante director que parece continuar la tradición del cine de David Lean a la hora de mezclar drama e historia: Terence Davies. Por un lado, The Deep Blue Sea, basada en una obra de teatro de Terence Rattigan y que tiene algunos puntos de contactos precisamente con The Passionate Friends, de Lean, film que comenté hace unos días. Aquí también nos encontramos ante el triángulo amoroso que forman una mujer aún joven (Rachel Weisz), casada con un hombre ya mayor, juez de profesión (Simon Russell Beale, excelente), y un amante fogoso (Tom Hiddleston) aunque inestable emocionalmente, en parte consecuencia de la II Guerra Mundial, durante la que ha sido piloto de la RAF. Ella vive en un “ni contigo ni sin ti” que la va a llevar a intentar el suicidio. La última imagen, una vista de un edificio derruido de Londres, se supone que un resto de los bombardeos de la guerra, sintetiza ese paisaje emocional después de la batalla en que se mueven los personajes. Por otro lado, Sunset Song, basada en una novela de Lewis Grassic Gibbon, considerada una de las novelas escocesas más importantes del siglo XX, nos cuenta la evolución del personaje de Chris Guthrie (excelente Aygness Deyn), hija de un granjero escocés, brutal y fanático (Peter Mullan en uno de esos papeles para los que parece haber nacido), capaz de golpear violentamente a su hijo mayor por decir el nombre de Jehová en vano o de forzar a la mujer, que ya tiene cuatro hijos, y embarazarla de mellizos. Chris sobrevivirá a los rigores familiares y a la dureza de la vida en el campo, pero cuando parece que ha encontrado la felicidad casándose con un vecino sensible y tierno, estalla la I Guerra Mundial, lo que comportará el embrutecimiento del marido y la desgracia final. Davies filma de manera elegante, tranquila, recreándose tanto en un film como en el otro en los fragmentos de vida que nos ofrece, dando espacio a los actores para que expresen sus emociones y utilizando de manera muy eficaz la música diegética, en especial en forma de canciones populares (algo en lo que destacó sobremanera en su primeriza Distant Voices, Still Lives).
El contraste: Rebobine, por favor (Be Kind Rewind), de Michael Gondry, un tipo de cine completamente opuesto al de Davies. En Gondry se supone que prima siempre lo imaginativo y la búsqueda de la originalidad (algo perfectamente ejemplarizado en la magnífica Olvídate de mí), pero he de lamentar que en este caso esta comedia, un tanto de brocha gorda, me ha parecido más bien tontorrona. Quizá influya la omnipresencia de Jack Black, un actor que solo consigo soportar en muy pequeñas dosis, pero que aquí se nos administra en forma de sobredosis de efectos letales. El punto de partida argumental tiene cierta gracia: a causa de una descarga eléctrica (de la que nadie sobreviviría, creo yo, pero… Jack Black sí), un tipo metomentodo y torpón queda magnetizado y borra accidentalmente los vídeos de un videoclub instalado en una casa semiruinosa. Para salvar la situación, filman unas versiones sui generis de los títulos borrados, desde Los cazafantasmas a El rey león, pasando por el 2001 de Kubrick, el Robocop de Verhoeven o el King Kong clásico. De manera incomprensible, esos bodrios que no llegan a ser ni cine amateur tienen un éxito espectacular, aunque no van a evitar que el videoclub tenga que cerrar por presiones urbanísticas, lo que coincide con el pase de su última producción, un film en este caso original sobre el músico de jazz Fats Waller. Supongo que habrá a quienes esa referencia al mundillo de los videoclubs les traiga recuerdos nostálgicos, algo que explota sobremanera ese final dulzón. No es mi caso.
Y por último, Panna a netvor (La bella y la bestia), de Juraj Herz, adaptación checa del célebre cuento de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont. Primero de todo, quiero agradecer a Jane Olsen y Frank Zito que me hayan puesto sobre la pista del film. Se puede visionar por youtube en una copia con subtítulos en castellano, aunque de calidad de imagen bastante deficiente. Y eso es una pena, porque el elemento visual, de ambientación, es clave en esta versión. Estamos en un terreno más gótico (bosques neblinosos; castillo en ruinas; formas monstruosas que acechan entre las sombras) que el del film de Cocteau, más barroco y luminoso. A mí la Bestia me ha parecido un cruce entre un vampiro y el fantasma de la ópera (en especial, por su aspecto de hombre pájaro, al de la versión de De Palma). Atractiva adaptación que tiene para mi gusto una banda sonora irregular, que si bien resulta perturbadora en la obsesiva música de órgano y en los sonidos ambientales (esos borboteos), me expulsa cuando suena una musiquilla romántica demasiado meliflua. El final me ha parecido demasiado luminoso, en un contraste que resulta un tanto chocante. Con todo, magnífica película.