Las aventuras de Simbad.
Esta película es como una imitación mala de cintas como
El ladrón de Bagdad,
Alí Babá y los Cuarenta Ladrones o
Simbad el marino. Y cuando digo mala, quiero decir realmente mala, mala. Muy mala, muy cutre, muy payasa, muy risible y ni siquiera un poco entretenida. Los decorados son como de una película porno, el vestuario directamente debe de ser reciclado de otras producciones, a cual más heterogéneas, los números de baile son como del Cirque du Soleil, las actuaciones espantosas, los efectos especiales de dar dolor de ojos y el guión (veo con asombro que uno de los que lo firma es nada menos que Guy Endore

), si se puede hablar de guión, una sinsorgada con patas. Hay un mago tontainas que se parece a Julio Anguita (Abraham Sofaer, el Pablo de
Quo Vadis, que vendría a ser la versión cómica y de saldo de los Jaffar y Koura de turno, y está para matarle), un maloso que se quiere casar con la princesa (Pedro Armendáriz, a la sazón ya para pocos trotes, el pobre), la susodicha princesa (interpretada por una actriz alemana, o sea, que tiene de árabe lo que yo de coreana), un ocelotito bebé (lo más salvable del conjunto) bastante mono, el héroe de turno con su variada caterva de seguidores (el fortachón, el inteligente, el graciosete...), una suerte de Gidorah de baratillo y el prototipo del Pirulí. Dirige Byron Haskin, un artesano competente, al que le debemos pequeñas joyas como Cuando ruge la marabunta o La guerra de los mundos, quien, con tales ingredientes, sólo logra cocinar un insípido bodrio.
Yo recordaba -sin especial entusiasmo- haberla visto alguna vez de pequeña, pero esta vez ni siquiera me ha servido de divertimento nostálgico. Muy tontorrona, muy floja, muy zetosa, muy de relleno. Supongo que era carne de matiné para programas dobles en los ya tristemente desaparecidos cines de barrio.