Revisada
Posada Jamaica, de Alfred Hitchcock, aprovechando la excelente edición en
BD de A Contracorriente (aunque para ser precisos hay que decir que se observan algunos, muy pocos, saltos en la imagen a lo largo del metraje, probablemente debidos a la pérdida de algún fotograma). Se trata de uno de los films menos apreciados del orondo director londinense, algo comprensible visto el conjunto de su obra. Este novelón de aire decimonónico (aunque se trata de una novela de Daphne du Maurier, la autora de “Rebecca”, publicada en 1936), con toques góticos (la sórdida pensión, las noches de tormenta, el mar embravecido chocando contra la rocosa y tortuosa costa, la cueva al borde del mar, etc.), resulta un tanto pesado, alejado de la agilidad narrativa de un film con muchos puntos de contacto como es el
Moonfleet languiano. También en este caso se trata de una historia de contrabandistas y ladrones de la peor especie (dedicados a provocar naufragios en la tormentosa costa de Cornuallles a principios del siglo XIX), dirigidos en la sombra por el juez de paz del condado, Sir Pengallan (un histriónico hasta decir basta Charles Laughton).
En esta ocasión no es un niño sino una joven irlandesa, sobrina de la mujer del propietario (Leslie Banks) de la posada que da nombre a la película, la que aparece en escena para trastornar la “feliz” cotidianidad delictiva de los malhechores, los cuales, además, albergan en su seno sin saberlo a un agente de policía convenientemente camuflado (el personaje que encarna Robert Newton). La joven es ni más ni menos que una bellísima Maureen O’Hara (en el primer papel que interpretó bajo ese nombre, el suyo real era FitzSimons), que atrae las miradas del espectador: nacía sin duda una estrella.
Así pues, por encima del trabajo del director, en esta ocasión la película de Hitchcock se recordará siempre por la aparición de la pelirroja actriz y por el festival del exceso que entregó Charles Laughton (y del que se contagia Leslie Banks, el inolvidable Zaroff del film de Schoedsack y Pichel), metido también en labores de producción junto al germano Erich Pommer, por medio de su productora Mayflower Picture. Al parecer las circunstancias del rodaje fueron bastante agitadas debido a los frecuentes choques entre el director y el divo-productor. Se detecta ya en el número de guionistas acreditados que el parto no fue fácil: entre otras firmas, encontramos la de la habitual colaboradora de Hitchcock, Joan Harrison, la de su mujer, Alma Reville, e incluso la de J.B.Priestley como autor de diálogos adicionales (Priestley fue un exitoso escritor británico, que todo cinéfilo tendrá presente como autor de la novela que llevó a la pantalla James Whale en
The Old Dark House). Además, el guion se alejó del texto original e incluso se cambió el personaje que acabó interpretando Laughton: en principio era un clérigo, pero para contentar las estrictas normas de censura hollywoodiense se convirtió en un aristócrata corrupto.
A pesar de todo, hay momentos inequívocamente hitchcockianos, como el intento de linchamiento del personaje de Newton, salvado por O’Hara, y su posterior fuga (aunque hay que decir que resulta incomprensible que los bandidos no los encuentren, porque su escondite salta a la vista), o la secuencia final en el barco.