Fin de semana muy “animado”, con la revisión de tres películas de animación, pero elaboradas con técnicas muy diversas: captura de movimiento o
motion capture (
Beowulf, de Robert Zemeckis),
stop motion (
Frankenweenie, de Tim Burton); y dibujo tradicional (
Blancanieves y los siete enanitos, producida por Walt Disney).
Beowulf es la adaptación, realizada con generosas licencias, del poema medieval en inglés antiguo del mismo título, una obra cumbre de la literatura medieval, comparable con la “Chanson de Roland” o el “Poema del Mío Cid”. Narra las hazañas de un héroe gauta (pueblo situado en la actual Suecia) que ayuda al rey danés en su lucha contra el ogro Gréndel y posteriormente contra su madre. El poema canta también la lucha que muchos años después mantiene Beowuf, ya rey en su tierra, contra un dragón, custodio de un enorme tesoro. Zemeckis y sus guionistas se toman muchas libertades con esta estructura narrativa, pero lo peor es el tono. Por un lado, adopta ese estilo chusquero tan habitual desde hace años en las películas históricas clásicas o medievales (modelo
Gladiator o
300). El personaje de Beowulf, “interpretado” por Ray Winstone, más parece un sargento mayor inmerso en la guerra del Vietnam que un héroe medieval. Todo son gritos y bravuconadas, entre cánticos de borrachuzos y groserías cuarteleras. Los elementos sexuales, inexistentes en el poema, aquí se resaltan de manera chapucera, incluida la ridícula lucha de un Beowulf en cueros vivos, que salta arriba y abajo con piruetas dignas de Tarzán, con el ogro. En fin, supongo que para quien desconozca el texto de partida puede resultar una obra más o menos entretenida, pero a mí personalmente me parece un ejercicio lamentable. Empeora las cosas el uso de la técnica de la captura de movimiento, un subgénero dentro de la animación que a día de hoy aún no me ha convencido en ninguna de sus muestras. Aquí sólo sirve para que los habituales tics actorales de Anthony Hopkins (el rey de los daneses) o de Angelina Jolie (la que se supone es la seductora madre de Gréndal) acaben convirtiendo los “monigotes actuantes” en auténticas caricaturas.
Frankenweenie, en cambio, me parece un prodigio técnico, de una gran perfección tanto en los decorados como en los muñecos, con una bella fotografía en blanco y negro. Su problema a mi modo de ver es el guion: se alarga en demasía una narración que dio para un excelente corto con actores de carne y hueso del propio Burton (
Frankenweenie, versión 1984), pero que aquí decae por momentos, aunque durante la fase final remonta el vuelo. El trufado de referencias a la historia del cine fantástico y de terror acaba resultando también algo empalagoso y cargante. No obstante, vista la desorientación del cine de Burton de los últimos años, me parece quizá su obra más lograda entre las más recientes.
Por último, el clásico de Walt Disney, a pesar de sus casi 80 años, de su técnica tradicional (quizá para muchos
old fashioned) me parece de largo la mejor de las tres. Aunque no faltan ciertos detalles cursilones, y esa temible querencia por los gorgoritos, la película sigue resultando aterradora y divertida a la vez. Hay algo de las
Silly Symphonies disneyanas de la época, pero también recursos expresivos altamente eficaces a la hora de aterrorizar al personal (y no sólo al público infantil): la transformación de la madrastra en bruja (que tanto recuerda las del Dr.Jekyll en Mr.Hyde), la travesía nocturna de Blancanieves por ese bosque fantasmagórico, la persecución final de la bruja entre rayos y trueno, etc. Los momentos de humor también son irresistibles, con ese personaje con aires marxianos (de Harpo) que es Mudito (Dopey). En resumen, para mí sigue siendo una gozada.