Vistas dos películas profundamente desagradables por motivos muy diferentes:
El pico 2, de ese director maldito que fue Eloy de la Iglesia. Como es habitual en su cine, De la Iglesia nos sirve un film provocador, incómodo, con algunas imágenes que invitan a desviar la vista de la pantalla. Si bien
El pico original, ambientada en Bilbao, era una curiosa mezcolanza de ambientes abertzales y Guardia Civil, de drogas duras y homosexualidad, de prostitución y delincuencia, con un sesgo político innegable (había que tener mucho valor para plantear en 1983 la amistad entre el hijo de un político abertzale y el de un oficial de la Guardia Civil, unidos por la droga y el delito), un año después su secuela se libera de lo político (al menos en una lectura superficial) y se centra en el mundo de la droga y la prisión, dentro de lo que se ha venido en llamar cine quinqui. Las imágenes de Carabanchel son escalofriantes. De la Iglesia se inclina por una estética feísta, nada complaciente, que te hace sentir el hedor de las celdas, el dolor de los pinchazos y el horror del día a día carcelario. Se mantiene de la primera el personaje del guardia civil, en esta secuela encarnado por Fernando Guillén, y el de su hijo, interpretado por el malogrado José Luis Manzano, que al igual que otro de los protagonistas, el “Pirri”, murió años después por una sobredosis de heroína. Film áspero no apto para todos los públicos.
Y más difícil de digerir aún,
The Act of Killing, de Joshua Oppenheimer, suerte de documental sobre la represión brutal que sufrieron los comunistas en Indonesia a partir de 1965 en tiempos del gobierno de Sukarno y, después, del general Suharto (algo de ese momento histórico se ve en
El año que vivimos peligrosamente, de Peter Weir). La película se construye a partir de los recuerdos y fantasías de algunos de los matones paramilitares que se dedicaron a asesinar a miles de comunistas y de chinos, en un clima de total falta de respeto por los derechos humanos. Los personajillos en cuestión, auténticos canallas, fanfarrones charlatanes, sádicos chulescos, son lo que se llama “premen”, derivado de “free men” para mayor inri, unos gángsters extorsionadores, que no tienen ningún rubor en contar sus hazañas: violaciones, asesinatos, torturas, todo ello con total desprecio por la vida humana y por la democracia y la justicia. El documental juega con la recreación ficcional de su pasado realizada por los mismos protagonistas, en una especie de docudrama grotesco. El acercamiento de Oppenheimer me parece muy discutible, porque llega un momento en que todo lo que aparece en pantalla se ha mezclado de tal manera que uno ya no sabe qué se refiere a lo real y qué a la ficción, incluidas las aparentes muestras de remordimiento, o al menos de incomodidad con su pasado, del personaje que acaba centrando la narración, un tal Anwar Congo, al que vemos con sus nietecitos jugando en un ambiente familiar, apacible, “enternecedor”. Desde luego, a uno no le quedan demasiadas ganas de poner los pies en Indonesia, si individuos de esta catadura no sólo pueden seguir impunes, sino que además gozan de total apoyo por parte de los poderes políticos y militares. Uno de los aspectos más discutibles es que prácticamente no hay lugar para la voz de las víctimas, aunque al parecer en parte se debió a los riesgos que podían correr los testimonios, según se comenta en imdb:
“The project started focusing on the family of the victims, but a lot were arrested as Joshua Oppenheimer was doing the interviews with them. In that process he started meeting torturers, so he decided to refocus the story on them.”
En fin, hay que tener mucho estómago para aguantar esta película. Esto sí es cine gore, porno, obsceno y lo que queráis.