A petición popular...

La verdad es que es difícil hablar ahora, más de 50 años después, de estos films y no ser injusto con lo que representaron en su momento, como pasa en general con todo el fenómeno de la beatlemanía (tomados sean como símbolo y estandarte de toda una época, esos años sesenta que cambiaron tantas cosas, especialmente para los jóvenes de todo el mundo… ya vendrían después los setenta). De entrada, confieso que a pesar de mi edad (digamos que era un tierno infante cuando se publicó “Love Me Do”) nunca antes había visto estos dos films de Richard Lester (sí el
Yellow Submarine, que confieso que me aburrió bastante). Cuando empecé a escuchar música con cierto conocimiento de causa, los Beatles ya se habían separado, por lo que para mí siempre ha sido un grupo en cierto modo del “pasado”, a diferencia lógicamente de los matusalénicos Rolling Stones. A pesar de ello, considero que su música sigue sonando fresca, tanto la adolescente de sus primeros éxitos como sus canciones más elaboradas y en parte lisérgicas de los últimos años. Quizá mi contacto más directo con los de Liverpool empezó precisamente a través de algunos de los discos producidos por Phil Spector, en especial el monumental “All Things Muss Pass” de George Harrison.
Así que para reparar una deuda cinéfilo-musical que tenía pendiente, me hice con el díptico
lesteriano a ver qué pasaba. Y lo que pasó fue ambivalente. Por un lado, los dos films son muy distintos entre sí.
A Hard Day’s Night tiene un cierto aire documental, la crónica pop, obviamente, de un ajetreado día en la vida de los Fab Four. Los vemos correr por una estación de tren perseguidos por una auténtica manada de fans (básicamente niñas, muchas de ellas de apariencia prepúber); los vemos ensayando y grabando una actuación para un programa de televisión; en el hotel; con su mánager; los rostros llorosos y desencajados de las niñas del público que asisten a la actuación, sus chillidos exasperantes, etc. Hay una línea de comedia, bastante pobre, alrededor de un supuesto “abuelo” de Paul McCartney, picaruelo y amante de la diversión, y una sección dedicada a las andanzas de Ringo Starr (quizá el que muestra más disposición a la actuación, junto a algunos detalles de John Lennon; de Paul y en especial de George más vale no hablar). La fotografía es un excelente trabajo en blanco y negro de Gilbert Taylor (el director de fotografía, entre otras, de la kubrickiana
Dr.Strangelove y de la hitchcockiana
Frenesí). Los momentos musicales están filmados de la manera que pasó a ser canónica desde entonces: primerísimos planos de bocas, caras, cabezas, con un montaje muy fragmentado, jugando con la profundidad de campo. Lo que me pareció más molesto fue la manera como se presentaba a los “muchachos” de Liverpool: poco menos que una pandilla de chicos traviesos y graciosillos, a los que no sabías si reírles las gracias o darles un sopapo. A pesar de todas mis reservas, creo que vale la pena darle un vistazo, ni que sea por su interés sociológico e histórico.
En cambio,
Help! cae ya en la tendencia, abominable, del cine “con grupo musical” que se generalizó a partir de los sesenta. No citaré a los Hombre G, que me pillan demasiado cerca, pero por aquí hubo réplicas en cosas como
Los chicos con las chicas, de Javier Aguirre, a mayor gloria de Los Bravos. De entrada, la elegante fotografía de Taylor en blanco y negro da paso a una fotografía en color de David Watkin, habitual de Lester o de Ken Russell. Estamos aún en 1965, por lo que los colores, aun siendo vivos como corresponde, no llegan quizá a los excesos de más adelante. La trama, sin embargo, no hay por dónde cogerla. Una especie de secta hindú de adoradores de Kali han de conseguir recuperar un anillo necesario para un rito sacrificial que, por razones desconocidas, brilla en uno de los dedos de Ringo Starr. A su vez, unos
mad doctors autóctonos también persiguen a Ringo con aviesas intenciones (en un guiño a parejas cómicas como Laurel y Hardy, recurso que también utilizó Edwards en su film del mismo año
La carrera del siglo con Jack Lemmon y Peter Falk). A partir de esta premisa argumental, Lester ya tiene carta blanca para todo tipo de persecuciones, carreras y monerías varias, que confieso no pudieron arrancarme ni una leve sonrisa, más que cuando el “divertimento” llegó a su fin. Quedan, eso sí, los momentos musicales, más reposados, casi en forma de videoclip, que puntean el film. Creo que es preferible seguir escuchando el disco y dejar la película para otra ocasión.