Se me atraganta el documental de Cousins, no por lo que muestra o lo que dice, sino por cómo lo dice. No he oído un narrador más soporífero, más aburrido, en mi vida (salvo quizá a Wim Wenders en el audiocomentario de
El amigo americano), hasta el punto que si lo reviso algún día (me compré los DVD), creo que por una vez uitlizaré la versión doblada (creo recordar que con la voz de Eduardo Noriega). ¡Qué siestas de sobremesa que me ha proporcionado Cousins!
En esa fase de la película la comedia ya ha dado paso a otra cosa, al mensaje, por lo que no hay lugar ya para la sonrisa, sino para el compromiso o la emoción (o el rechazo).
La estructura del film obliga a que sea así, solo sustituyendo a Hynkel puede actuar sobre las masas, y eso lo tendrá que hacer desde el escenario. Ciertamente, ahí se puede considerar que se da una contradicción entre el mensaje y la puesta en escena. No sé hasta qué punto Chaplin era consciente de ello (probablemente sí, no olvidemos que era un perfeccionista). Pero hay que pensar que el mundo estaba en guerra: la pregunta es si para ganar una guerra, para movilizar al pueblo contra la opresión es lícito o no recurrir a las herramientas de la demagogia, que suelen ser instrumento esencial para las dictaduras o los populismos. Es como el dilema que se le presenta a un pacifista (y creo que Chaplin lo era): para evitar las guerras o minimizar sus efectos, ¿hay que coger el fusil?
El discurso sobre la bondad intrínseca del ser humano, sinceramente, no me interesa ni lo comparto. Tampoco el de su maldad intrínseca. Probablemente Chaplin hace el discurso que cree que puede ser más efectivo en ese momento, teniendo en cuenta que se dirige a una población asustada en el marco de una guerra horrorosa, no ante una sala de intelectuales escépticos. Que el recurso utilizado nos sitúa (creo que no solo a Chaplin o al personaje del barbero sino a todos nosotros) ante un dilema, lo acepto, es más, me parece un mérito adicional del film, consciente o no (y en eso sí creo que Chaplin era bastante consciente). La pregunta sobre por qué las masas reunidas ante Hynkel pasan de vitorear sus exabruptos violentos y demenciales a hacer lo mismo ante el discurso del barbero es pertinente y creo que no tiene una respuesta fácil.
En todo caso, vuelvo a mi anécdota personal: ¿por qué a mediados de los setenta, en la Barcelona preconstitucional y con el cadáver de Franco todavía tibio en el Valle de los Caídos (que, por cierto, "ahí está, ahí está"), este discurso se recibía con alborozo, como una explosión de libertad? ¿Era el público de las plateas ingenuo? Y aquí lo dejo porque, si no, vamos a convertir el hilo en un monográfico sobre Chaplin (para ello quizá habrá que abrir un hilo específico).
