Vistas penúltima y antepenúltima películas de Woody Allen, con lo que, a falta de
Wonder Wheel, me he puesto ya al día. Por desgracia, estos dos films,
Irrational Man y
Café Society, abundan en los defectos de su última etapa: argumentos trillados, guiones que parecen hechos con el piloto automático, convencionales, previsibles. Se salvan parcialmente por algo que es innegable en su cine: el buen gusto con los repartos, su trabajo como director de actores (en especial, de actrices) o su saber rodearse de excelentes colaboradores (Vittorio Storaro en la fotografía de
Café Society, por ejemplo).
Irrational Man me parece uno de sus films menos atractivos, un nuevo intento de moverse en un terreno cercano a la comedia negra o al drama de corte criminal, en la línea de
Match Point o
Cassandra’s Dream (o la más lejana
Delitos y faltas), incluso recurriendo una vez más (como ya pasaba en
Match Point) a la cita del “Crimen y castigo” dostoyevskiano (en esta ocasión de manera aún más explícita). Film verboso, reiterativo, sin gracia, construido a partir de clichés, en especial ese profesor de filosofía (Joaquin Phoenix), amargado y al borde del suicidio, sus 95 minutos se me han hecho eternos. Solo destacaría en positivo la labor de Emma Stone y de Parker Posey. En negativo, un final forzadísimo, que uno no se sabe si tomárselo a guasa o qué.
Café Society, en cambio, juego un valor más seguro, más habitual en la obra de Allen: la comedia romántica. Jesse Eisenberg (un actor que emblandece aún más al personaje de lo que quizá hubiera hecho el propio Allen en su día) es Bobby, un joven judío neoyorquino que viaja a Hollywood (sin que tengamos muy claro para hacer qué) y se pone a disposición de su tío Phil (Steve Carrell), un agente de actores. Pronto se va a enamorar de la secretaria del tío, Vonny (una atractiva Kristen Stewart, lo mejor de la función), sin saber que es su amante. En ese triángulo es fácil reconocer elementos argumentales procedentes de films clásicos, en especial de
El apartamento, de Wilder (con el añadido de ese final durante una fiesta de Nochevieja), pero el toque de comedia agridulce de Allen queda muy por debajo de la obra maestra wilderiana. Parece como si Allen no confiara demasiado en la soltura narrativa del film, cosa que intenta combatir con su propia voz en off como narrador omnisciente y con unos añadidos criminales alrededor de la figura del hermano de Bobby, Ben, un judío mafioso neoyorquino, que solo sirven para alargar el metraje y darle una nota pintoresca (ya se sabe: años 30, mundo del cine, clubs de lujo y mafiosos casan bien). Se deja ver sin esfuerzo, pero me temo que no me dejará huella. Como curiosidad, según imdb es el film que ha requerido mayor presupuesto de toda la carrera de Allen (30 millones de euros), cuando el veterano director supera ya los 80 años.