Dos películas con elementos fantásticos en géneros diversos:
Taron y el caldero mágico, producción Disney de dibujos animados convencionales que, como apuntaba Jane Olsen hace unos días, ha caído un poco en el olvido. En mi caso, ha sido el primer visionado, y hasta cierto punto comprendo el porqué de ese relativo olvido. De entrada se trata de un
digest de “
Las Crónicas de Prydain”, una saga de cinco novelas del norteamericano Lloyd Alexander, que nos sitúa en una tierra de fantasía, quizá cercana a lo que podría ser el mundo de Tolkien, lo cual apunta a la necesidad de embutir mucha información en solo 80 minutos. Hay un anciano mago, brujas, gnomos, un rey malévolo y esquelético (el Horned King, con la voz de John Hurt, quizá lo más atractivo de la función),
un ejército de muertos, una cerdita con el don de ver el futuro, una princesa que aparece por ahí sin mucho sentido con una esfera de luz mágica (que poco juego da en la película), un bardo patoso, un extraño ser peludo, Gurgi, que pretende ser el elemento infantil y humorístico sin demasiada fortuna (me ha recordado el Jar Jar de la saga
Star Wars), un engendro que actúa como fiel ayudante del rey cornudo, una espada con poderes mágicos, etc. El asunto va de encontrar un caldero negro que encierra el espíritu de un malvado rey y con el cual se puede dominar el mundo. Todo el argumento es muy confuso, lo cual redunda en la indefinición genérica: no parece un film para niños (demasiado tétrico y violento y difícil de entender), pero tampoco para adultos; la historia romántica entre Taran (que no Taron), el porquerizo que cuida de la cerdita, y la princesa está metida con calzador y no tiene ningún encanto; la sucesión de acontecimientos parece desafiar el sentido de la lógica narrativa; hay personajes que aparecen, como el mago Dallben o los gnomos, para luego desaparecer, etc. Tampoco los dibujos son demasiado sofisticados: salvo algunos ambientes tenebrosos y quizá los momentos más terroríficos, el resto es sumamente vulgar. Además, su ambientación celta comporta unos nombres difíciles de retener, de ahí que en la versión subtitulada en castellano (supongo que también en el doblaje) se hagan adaptaciones francamente peregrinas: el bardo Fflewddur Fflam se convierte en Fausto, o la princesa Eilonwy en Elena. A destacar la presencia de algunas voces de altura: Freddie Jones es el viejo mago Dallben; Nigel Hawthorne es el bardo; Hurt el rey cornudo, o John Huston el narrador. Tampoco ayuda el título original de la película: “The Black Cauldron”, "el caldero negro"; en este caso al menos el título en castellano le intenta insuflar un poco de aliento fantástico aunque a costa del cambiarle el nombre al protagonista.
La diosa de fuego (She), producción de Merian C. “King Kong” Cooper,
dirigida por Lansig C. Holden (su único largometraje) e Irving Pichel, del que el otro día Alex comentaba
The Most Dangerous Game. Estamos ante la adaptación de una novela de aventuras de H.Rider Haggard, autor de la archifamosa “Las minas del rey Salomón”. He destacado el nombre de Cooper porque entiendo que este es un film sobre todo de productor, dentro de la RKO Radio Pictures, la misma productora de
King Kong. Y se nota: ¿os dice algo esta puerta?
Este film es uno de los que se colorearon hace una década con supervisión de Ray Harryhausen (por parte de Legend Films). Aunque veo que estos coloreados son muchísimo mejores que los de hace unos años (para la cadena Turner), me quedo con la versión en blanco y negro, que es la que he visto (
en esta edición, bastante correcta, que incluye ambas copias… y que me costó menos de 2 € en ese lugar que Alex frecuenta

).
Estamos en el terreno de la aventura fantástica pura: un norteamericano descendiente de ingleses (Randolph Scott, más dicharachero de lo habitual) emprende una expedición hacia el norte de Europa con un amigo (Nigel Bruce) de su tío, el cual acaba de fallecer y que le ha legado como última voluntad un secreto de familia: la existencia de algo que permite acceder a la vida eterna en algún lugar del Ártico. Los expedicionarios, después de algunos accidentes (una enorme avalancha de nieve y rocas de hielo, muy convincente), llegan a una extraña civilización que florece en un valle en medio de las montañas, como si fuera el Shangri-La de
Horizontes perdidos. La diferencia es que aquí domina el país una reina cruel, She (interpretada por Helen Gahagan, actriz y cantante de Broadway en su único papel en el cine), que quiere por encima de todo recuperar a su amado muerto hace siglos, John Vincey, encarnado ahora por su descendiente Leo (el personaje de Scott). Leo se debatirá entre dejarse arrastrar por el amor de She y adquirir él también la vida eterna o escapar de ese mundo con el amor más terrenal que le ofrece Tanya (Helen Mack). La película es un desmadre de decorados y vestuario, con momentos tremendamente brillantes, otros marcadamente
kitsch, entre el expresionismo y el
art déco: visualmente una gozada, a pesar de las debilidades argumentales y actorales. A destacar la banda sonora de Max Steiner
y los modelitos de She, uno de los cuales sirvió de inspiración a Disney para la madrastra de Blancanieves. Deliciosamente recomendable.
