Chu-lín también había asistido al entierro de Bloom, y había bailado la típica danza del kilimanjaro, una especie de ritual tribal funerario con influencias del Kabuki, que termina con los intérpretes orinando y defecando en la tumba, ya que en el Kilimajaro sólo van al funeral aquellos que no aprecian al muerto.

Así, tras depositar todos sobre la tumba de Bloom, se produce el inevitable encuentro entre Chu-lin y Makelele, que había acudido sorprendentemente:

Chu-lin está bastante nervioso, no así Makelele que se encuentra relajado. Sus lenguajes son infantiles, debido a que en el Kilimanjaro los niños abandonan la escuela muy pronto.

<span style="color:navy;">CL: ¿qué haces aquí?... ni siquiera conocías a Bloom...</span>
MK: Vengo por parte del rinoceronte...
<span style="color:navy;">CL: Pues ya te estás marchando...</span>
MK: Por que tú lo digas...
<span style="color:navy;">CL: Pues sí señor, porque yo lo digo...</span>
MK:¿Tú y cuántos más como tú...
<span style="color:navy;">CL: ¿A que te parto la cara?</span>
MK: Ja, ja. Me parece que hoy has esnifado más perejil del que pone en el prospecto...
<span style="color:navy;">CL: Ya verás luego a la salida.</span>
MK: Te espero.
<span style="color:navy;">CL: A la salida nos vemos.</span>
MK: Vale.

Makelele, a pesar de su tono relajado sabe de lo duro que puede resultar el enfrentamiento, y decide apartarse detrás de un almendro donde, sin que nadie lo observe, saca un plátano de su zurrón y se lo introduce en el recto. En ese momento su cuerpo se convulsiona y su expresión adquiere un rasgo de violencia contenida que le deja preparado para la inminente lucha.

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