Dead Man (1995)
Comentaba a raíz de Night on Earth que Jarmusch parecía necesitar darle una sacudida a su obra, que quizá empezaba a dar signos de excesiva reiteración. Y a fe que lo doy con Dead Man… aunque un poco menos de lo que parece. Por una parte, hay un giro copernicano en la temática: de pequeños dramas con cierto fondo cómico (Jarmusch tiene un personalísimo sentido del humor, muy suyo, a veces casi imperceptible, pero siempre presente) pasamos a un western con todos los típicos atributos del género: pistoleros, indios, ferrocarril, largos itinerarios a caballo, duelos a tiro limpio, etc., todo ello filmado en un precioso blanco y negro que firma de nuevo Robby Müller (como en Down by Law).
Pero en el fondo los personajes protagonistas (un petimetre de Cleveland, William Blake, encarnado por Johnny Depp, y un indio con sangre de dos tribus distintas, solitario y desarraigado, Nobody, que encarna con gran convicción Gary Farmer) parecen tan despistados, desorientados, desubicados, perdidos en un mundo del que apenas se puede decir que sea el suyo como el Allie de Permanent Vacation; los Willie, Eva y Eddie de Stranger Than Paradise; los Bob, Jack y Zack de Down by Law; y muchos de los personajes de Mystery Train o de Night on Earth.
A ello se añade un tono fantasmal ya desde el inicio, cuando el fogonero del tren que transporta a Blake hacia la población de Machine le hace una serie de extrañas reflexiones (casi como si se tratara de Caronte transportándolo en su barca a través de la laguna Estigia).
Más adelante, Nobody preguntará a Blake (al cual suele denominar como “stupid fucking white man”) quién lo ha matado, ante su sorpresa. La película (con guion una vez más de Jarmusch) juega con la confusión que el nombre del protagonista genera en Nobody: nuestro Blake se llama como el famoso poeta inglés (muerto en 1827), a la obra del cual tuvo acceso el indio durante una larga estancia en Londres, donde se le exhibió durante un tiempo como una atracción de feria. Para Nobody Blake es desde el primer momento el fantasma del célebre escritor que vaga ahora entre los vivos y que tiene que regresar al mundo de los muertos (lo que hará en la secuencia final).
Durante los primeros minutos pasan muchas cosas: Blake llega a Machine para ocupar un puesto de contable en la fábrica metalúrgica de Dickinson (Robert Mitchum), mostrándosenos la embarrada calle principal de la población mediante diversos travellings, como si de Nueva York o Memphis se tratara.
La recepción por parte del encargado (John Hurt) en una oficina siniestra, kafkiana, ya avanza su destino: será rechazado y obligado a salir de la fábrica a punto de rifle.
Luego, en defensa propia, matará al hijo de Dickinson (Gabriel Byrne), lo que va a desencadenar su persecución, en especial por parte de tres pistoleros, entre los que destaca Cole Wilson (un espléndido Lance Henriksen), tipo hosco, silencio y violento, con aficiones canibalescas.
En un momento de su periplo conjunto, a veces con cierto aire de viaje iniciático o propio del Ulises de la epopeya homérica, Blake y Nobody tienen un encuentro con tres peculiares personajes, no se sabe si tramperos, ladrones o qué, encarnados por Billy Bob Thornton, Jared Harris y un sorprendente Iggy Pop (otro de los músicos amiguetes de Jarmusch) que interpreta a “Sally”, un individuo que viste como una mujer, en una secuencia casi de humor absurdo.
Más enfrentamientos a tiros van a jalonar el viaje de nuestros protagonistas y de sus perseguidores, un viaje sin destino concreto, salvo el de la muerte. Al final, Nobody llevará a un agonizante Blake hasta un poblado indio que se nos muestra mediante imágenes que recuerdan la entrada en Machine, en una especie de contraimagen de significado enigmático.
Gran película, de gran belleza, arropada por una banda sonora espléndida y nada usual de Neil Young, en donde Jarmusch no solo introduce una variante argumental inesperada sino que también nos muestra todo un catálogo novedoso de formas de filmar la historia dentro de lo que había sido hasta entonces su estilo habitual, en especial el uso abundante de primeros planos, como si hubiera una fascinación de Jarmusch por el rostro de Johnny Depp/William Blake, aunque también de los otros personajes, algo que hasta el momento más bien era una rareza en su cine. También hay un trabajo más complejo de montaje, con una planificación distinta a la habitual, y un uso frecuente del fundido en negro (incluso del fundido en blanco o de los encadenados).