04. Quand tu liras cette lettre... (1953)
Tras el fracaso de Les enfants terribles, que cuestionaba en cierto modo la excelente recepción crítica de Le silence de la mer, Melville tuvo dificultades para tirar adelante un nuevo proyecto. Al final, opta por rodar un film más convencional, adscrito a las tendencias del momento, con el objetivo de conseguir fondos con los que poder financiar la construcción de su propio estudio cinematográfico.
Así, acepta filmar un guion totalmente ajeno, del dramaturgo, guionista y director ocasional Jacques Deval, en una coproducción franco-italiana, en la que participó la Titanus, lo que justificaba la presencia de dos actrices italianas, Irene Galter e Yvonne Sanson (aunque esta nacida en Grecia), que al parecer no sabían francés.
Melville se mostró siempre muy crítico con el resultado, a pesar de que se comenta que pudo modificar algunas cosas en el montaje final, para el cual gozó de libertad. Pero es evidente que no se trata de un film “de Melville”, a pesar de que había elementos suficientes para que el director se hubiera aproximado a cierto tipo de film negro americano, aquellos en los que la fatalidad y la perversión de algún personaje envenenan el devenir de personas en principio llamadas a llevar una vida convencional. Pero la mezcla argumental, folletinesca, casi propia de una fotonovela, es excesivamente heterogenia, además de verse lastrado todo el film por algunas interpretaciones poco acertadas.
Supongo que lo que más podía resultar atractivo en su día para los espectadores era la presencia de Juliette Gréco como protagonista, haciendo además el papel de una novicia, Thérèse,
que se ve en la necesidad de salir del convento antes de tomar el hábito para atender a su hermana Denise (Galter), menor de edad, tras la muerte accidental de los padres. Thérèse y Denise regentan una papelería en Cannes. Allí caerán en las redes de un arribista mujeriego, mecánico de coches y boxeador, Max (Philippe Lemaire, en un papel de esos que Alex califica de “follador”), que alterna sus aventuras puntuales con cabareteras,
sus servicios a mujeres pudientes en busca de compañía sexual (el caso de Irène Faugeret, interpretada por Yvonne Sanson, que está tramitando su divorcio),
o sus devaneos con jovencitas inexpertas, como Denise (a la que acabará violando en la habitación del hotel donde se hospeda Irène).
Además, Max se sirve de las confidencias de uno de los botones del hotel, Biquet (Daniel Cauchy), para conseguir acceso a damas como Irène con el objetivo de aprovecharse económicamente de ellas.
La pobre Denise, abatida por la violación (que, como es de esperar, queda en off), intenta suicidarse arrojándose al mar, no sin antes escribir una carta a su hermana, que empieza con ese “Quand tu liras cette lettre” que da título al film (inicio de carta que se repetirá después cuando Max escriba a su colega Biquet, un ejercicio de repetición muy melvilliano como iremos comprobando a lo largo de este ciclo).
Título, por cierto, que es un referencia cinéfila, no sé si imputable a Deval o a Melville, puesto que así empieza la carta que envía el personaje de Joan Fontaine a Louis Jordan en Letter from an Unknown Woman (1948), de Max Ophüls: “by the time you read this letter, I may be dead”, que, como es bien sabido, es una adaptación de la novela de Stefan Zweig “Brief einer Unbekannten”.
Sea como sea, Denise es rescatada con vida y Thérèse fuerza a que Max se comprometa en matrimonio con Denise, amenazándole con denunciarlo. Max, que tiene un asunto pendiente con la justicia, acepta (Irène ha muerto en un accidente de coche, como consecuencia de la manipulación del vehículo que ha hecho Max con el objetivo de que muriera no ella sino Biquet, en un giro argumental confuso y muy forzado). Pero con el paso de los días, en otra pirueta argumental inverosímil y un tanto ridícula, Max parece enamorarse de Thérèse y decide irse a Marruecos, donde a pesar de todo le espera Biquet para hacer juntos negocios sucios, y le pide a la novicia que le acompañe.
Pero como todo buen melodrama folletinesco, el punto final ha de ser trágico, el destino ha de castigar inexorablemente los “pecados” de los personajes. En este caso en forma de un estúpido accidente que acaba con la vida de Max, atropellado por el tren donde viaja Thérèse parece que para unirse con él (aunque las intenciones reales de la novicia nunca quedan demasiado claras, a lo que colabora la extrema inexpresividad de Gréco).
En todo caso, el film finaliza con la imagen de Thérèse, nuevamente con los hábitos, rogando de forma por la felicidad de su hermana, un plano especular, otra repetición, puesto que reproduce la plegaria de Thérèse que hemos visto antes de que dejara el convento al inicio de la película. El film termina así cerrando el círculo de la trayectoria vital de Thérèse fuera de los muros conventuales.
Poco encuentro de atractivo en esta película. Ni los intérpretes, ni el argumento, ni la horrible banda sonora (responsabilidad de Bernard Peiffer, que mezcla sin sentido música religiosa, de jazz, de acordeón o de clavecín, como si quisiera introducir unos leitmotiv musicales que identifiquen personajes o situaciones) ni tampoco el trabajo visual, aunque alguna escena, sobre todo de exteriores, guarda cierto encanto. Con todo, la copia que he visto (un DVD de Gaumont, con subtítulos en francés), de muy mala calidad, impide una valoración más ajustada de los aspectos estéticos. En todo caso, Melville no pudo contar con Henri Decaë y trabajó con Henri Alekan (con una larga experiencia, había participado en films de Cocteau, Clément o Duvivier entre otros).
Espero que con la siguiente entrega, Bob le flambeur, ya en 2023, recuperemos el buen sabor de boca que nos dejó Le silence de la mer.