Después del enorme éxito crítico y comercial de la primera entrega, Francis Ford Coppola emprendió su continuación con una historia que narraba los primeros pasos de Vito Corleone –desde su llegada como huérfano a EEUU hasta su venganza en Sicilia, ya como mafioso- y paralelamente el destino de los Corleone una vez que Michael se ha consolidado como jefe del clan.
Con el equipo técnico de la primera entrega (Dean Tavoularis en el diseño de producción y Gordon Willis [ASC] como director de fotografía), la imagen de “El Padrino II” sigue paso a paso las líneas maestras de aquélla llevándolas al límite; aquí las escenas interiores –donde se mueven los hilos en la mafia- son increíblemente oscuras y están iluminadas cenitalmente, produciendo un gran contraste con las escenas exteriores, que en este caso también comienzan con una celebración al aire libre –de cara al público- de una gran claridad, espectacularmente fotografiada por Willis a contraluz en el lago Tahoe.
Técnicamente, al igual que en la primera parte, Willis subexpone su emulsión (Kodak 5254, 100 ASA) al menos un paso y medio de diafragma, para posteriormente, durante el revelado, forzarla únicamente un diafragma. De esta manera, no solo el aspecto final tiene una gran oscuridad, al permanecer subexpuesto ese otro medio diafragma que no ha sido compensado en el revelado, sino que al mismo tiempo también se obtiene una textura granulada y un negativo muy poco denso, con apenas detalle en sombras.
Asimismo, para añadir un aspecto más antiguo y amarillento a las imágenes, además de utilizar objetivos antiguos de menor nitidez, Willis añadió cálidos filtros de chocolate y de bajo contraste a las escenas que siguen a Vito Corleone en su ascenso hacia el poder, lo que unido a la subexposición y al aproximamiento tremendamente minimalista en la iluminación (que parece usar como luz principal la de relleno, sin que exista realmente una luz principal) hace que dichas imágenes produzcan en el espectador la sensación de estar visionando verdaderas fotografías de la época.
Sin embargo, en un trabajo aún más oscuro y refinado que el de la primera entrega –cuyo éxito hizo aún más valiente a Willis-, además de los contrastes entre esas escenas cálidas que siguen a Don Vito y las frías en que se mueve su hijo Michael en el lago Tahoe, lo que más destaca es el sello personal del director de fotografía, que en muchas ocasiones sitúa en primer plano y en penumbra a sus actores debido al drama que sufren, mientras que deja que los fondos –ya sean interiores o exteriores- permanezcan correctamente expuestos, produciendo así imágenes desgarradoras como el plano general de la discusión entre Michael y Fredo dentro de la casa mientras se contempla la nieve en el lago a través de las ventanas.
Ya que a todo ello se suma un excepcional trabajo de composición de la imagen, puede decirse sin ningún rubor que nos hallamos ante una de las fotografías más importantes de la historia del cine.
Tavoularis se alzó con el Oscar por sus inmejorables diseños, mientras que Willis volvió a ser ninguneado por la Academia y no obtuvo siquiera una nominación. Como anécdota, cabe mencionar que Coppola no tenía excesivo interés en volver a colaborar con éste por sus enfrentamientos durante el primer film, por lo que ofreció el puesto en primer lugar a su futuro colaborador Vittorio Storaro [AIC, ASC], que lo rechazó por ser admirador del trabajo de Willis. Estrenada originalmente en copias Technicolor “Dye Transfer”.