Hace tiempo escribí unos textos para otro foro sobre 5 películas de los años 80 que transcurrían en verano, y se me ha ocurrido que podemos hacer una iniciativa parecida por aquí, ahora que el verano ha llegado y el calor arrecia, podíamos ir recolectando títulos veraniegos. Que cada uno comente brevemente 5 títulos y porqué los elige, aunque sea un comentario breve, ya que las "listas" creo que quedan un poco cortas y no aportan lo mismo que una opinión personal.
Por supuesto, no hay ninguna limitación de época, género, nacionalidad o temática, siempre que la peli transcurra en verano y este tenga un mínimo peso en la trama.
Sin más, pongo algunas de las mías. No es obligatorio enrrollarse en el comentario, pero a mi me gusta, perdonarme
Un título ultra-reconocido de su época en el que participaron varios de los comediantes más reconocidos y populares de los años 80. Se trata de una película prácticamente coral, que gira en torno al exclusivo y elitista campo de golf Burswood. El nexo de unión entre los diferentes personajes es el adolescente Danny Noonan, un chaval como otro cualquiera; Danny vive los últimos días del verano trabajando como caddy en el club, y preocupado por su futuro, ya que proviene de una familia humilde (sus padres tienen tropecientos hijos) y no le van a dar beca para ir a la Universidad. Por lo tanto, su futuro parece abocado a enclaustrarse de por vida en una serrería familiar, sin perspectivas de mejorar; seguirá convertido en otro tipo como su padre, un obrero malhumorado constantemente envuelto en estrecheces económicas. No obstante, Danny decide hacer la pelota a sus acaudalados “clientes” del campo de golf, con la esperanza de impresionar a alguno de ellos y que este se convierta en su mecenas y lo mande a la Universidad.
Algunos de los clientes más destacados son Ty Webb (Chevy Chase) elegante hijo del fundador de Burswood, financiero millonario, joven playboy despreocupado, un alma libre que parece entregarse al golf, el ligoteo y la buena vida, sin problemas concretos. Ty vive en una cabaña destartalada en el propio club, y es un tipo admirado y envidiado por todos, aunque es muy torpe, en ocasiones se sugiere que solo lo aparenta para tener alejada a la gente que no le interesa.
Otro miembro del club, también fundador, es el juez Smails, un millonario anciano racista, clasista y estúpido, muy conservador y celoso de sus derechos como miembro de honor del club. Smails se enemistará precisamente con el recién llegado Al Czervick (Rodney Dangerfield) un nuevo rico, negocios inmobiliarios, podrido de pasta, pero un auténtico cafre, sin clase, sin modales, un escandaloso tipejo que vendrá a perturbar la paz de tan idílico y repugnante lugar.
La película nos va mostrando a Noonan intentando que alguno de estos le haga caso, y parece ser que el juez Smails es el único al que impresionará lo suficiente, aunque el adolescente siente que logrará ir a la Universidad y cumplir su sueño de ser un pez gordo, a cambio de su conciencia, ya que se va dando cuenta de que toda esa gente carece de escrúpulos y pisotea a cualquiera por conseguir sus propósitos, algo que a él no le parece correcto. Además, Danny ni siquiera tiene una vocación real, quiere ir a la Universidad simplemente por forrarse y salir de la clase baja en la que vive.
De entre medias, otros personajes tendrán su minuto de gloria, como Carl (Bill Murray) el jardinero medio retrasado que se toma demasiado en serio la misión de acabar con los topos que hacen madrigueras en el campo de golf, o la sobrina neoyorquina de Smails, Lacey (el bombonazo de Cindy Morgan, vista en Tron) un putón verbenero que volverá locos a todos los chicos del entorno y se llevará a la cama a varios de ellos.
Divertida, irreverente y loca (se rumorea que la cocaína corría por quilos en el set) El club de los chalados es una película hoy en día perfectamente recuperable, muy disfrutable, aunque su tono coral y absurdo pueda despistar a los pocos versados en cine ochentero, y tiene el mensaje moral de fondo típico en su época (ascender en la pirámide económico-social no lo es todo, y menos cuando el precio es convertirse en un capullo. Vale la pena verla solo por ver reunido a tanto artista de la comedia ochentera junto.
No puede faltar una de monstruos marinos, ubicuas en nuestras pantallas todavía hoy. Podía haber elegido Tiburón (un título clásico del verano) o cualquiera de sus secuelas, pero tengo mucho aprecio a las copias de serie B que se hicieron, y especialmente a esta.
Corría el feliz año 1978, y Tiburón había dejado tras de sí las playas vacías, y las cajas registradoras de los cines llenas. Los imitadores, explortadores y sinverguenzas pretendían capitalizar aquel éxito a toda costa. Pronto surgirían orcas, pirañas, pulpos, tiburones y otros bichos varios a aterrorizar a los bañistas.
Barracuda es una producción bastante barata y donde, a pesar de cómo se vendió y lo que pueda parecer, el terror marino es lo de menos, y es el hombre el que aquí acojona más; y es que estamos ante una película de gran contenido ecológico y denuncia social contra las grandes corporaciones que vierten mierda en los mares.
Varios submarinistas y bañistas han estado desapareciendo en una pequeña ciudad costera que vive, principalmente, del turismo; como espectadores sabemos que estos desaparecidos han sido atacados por ALGO en el mar, hasta morir asesinados bajo el agua. Y esos no son los únicos fenómenos extraños; masas de peces amanecen muertos en la orrilla, cosas a las que no es ajena una todopoderosa corporación que está haciendo "cosas" en el pueblo, en colaboración con el cacique local, que tiene una planta de industrias químicas.
El protagonista, un joven científico, biólogo marino, no tardará en olerse que el pueblo está a punto de sufrir una crisis, y se aliará con el sheriff local para investigar, aunque poco a poco se irán dando cuenta de que la envergadura del asunto les supera y mucho. Los peces, las barracudas asesinas, parecen haber sido alteradas de forma química, aumentando en tamaño y en agresividad, motivo por el que atacan a la gente.
Sin embargo, el objetivo no son las barracudas, ellas son daños colaterales; se han estado alimentando de desechos tóxicos arrojados por la empresa química al mar, pero esos residuos son producto de una cuidadosa investigación científica, apoyada económicamente por una misteriosa corporación relacionada con el gobierno; nada se sabe de ello, excepto el nombre: el Proyecto Lucifer.
Así, las barracudas atacan porque los residuos de la droga caen al mar, pero sus ataques están contados y en ningún momento son una amenaza, ni el motivo de la película, solo el reclamo. Los ataques se resuelven con recursos de sobras conocidos: movimientos bruscos de cámara, planos cortos de las mandíbulas, sangre en el agua, y ya poco más.
Vi esta película siendo un crío en Telecinco, un verano que pasé en Torrevieja, y desde entonces no la había vuelto a ver hasta ahora, pero la recordaba nítidamente por el final, un final increíble, incluso para una producción como esta. Un final totalmente setentero Si se asume que los bichos son una excusa que dura en pantalla a lo sumo, 15 minutos, estamos ante una película barata, llena de actores desconocidos, pero con un saludable tono de denuncia social, tan presente en la época, presentando un futuro negro para el ser humano.
Faldas revoltosas: Esta película, estrenada en 1980, cuenta la historia de un grupo de chicas en torno a los 15 años, que van a pasar el verano al campamento Little Wolf; ya en el autobús hay dos chicas que destacan claramente, sobre todo por las hostias (verbales y físicas) que se meten entre ellas. No podrían ser personas más opuestas: Ferris (Tatum O'Neil) es una chica elegante y sofisticada, de familia muy rica, con un surtido vestuario, un padre consentidor y un carácter algo frívolo en la superficie, aunque en el fondo es muy sensible. La otra chica, Angel (Kristy McNicol) es todo lo contrario... la barriobajera sin educación; fumadora, malhablada, huraña, sin modales, hostil...
Durante el viaje, Cinder (la guarrilla oficial del grupo, una engreída que se cree una diosa por haber salido en un anuncio de la tele) empiea a sacar el tema del sexo y pronto queda patente que solo Ferris y Angel siguen siendo vírgenes, y Cinder propone una competición: la primera de las dos que pierda la virginidad ganará una apuesta de 100 dólares. Aunque a ninguna de las dos implicadas le hace mucha gracia, ambas aceptan debido a la presión, y pronto todo el campamento toma partido por una u otra, haciendo intensas apuestas o incluso imprimiendo camisetas con sus nombres
Entre actividades deportivas, visitas de los padres y batallas de comida (durante las cuales, Ferris y Angel empiezan a limar sus diferencias) cada una va eligiendo a su "blanco" a algún "voluntario" que las ayude a ganar la apuesta: Ferris se decidirá por el entrenador de gimnasia del campamento, el señor Gary (Armand Assante) considerando que será mucho más fácil si elige a alguien que ya tenga experiencia en el asunto para su primera vez; Angel por su parte elegirá a un chaval motorista de un campamento masculino vecino al suyo, Randy (un joven Matt Dillon en uno de sus primeros papeles).
Sin embargo, estamos en una película americana, que parece que obligatoriamente debe incluir algún mensaje con moralina del estilo "el sexo no es un juego" por lo que, finalmente, una de las chicas no se irá a la cama (aunque dirá que sí, para ganar la apuesta) y la otra sí lo hará, pero arrepentida decide negar haberlo hecho, aún a costa de perder la apuesta...
Es curioso, pues, e interesante, que la mayoría de las películas de su época que tratasen el tema de la virginidad lo hicieran siempre desde el punto de vista masculino y en tono cómico o festivo, salvo alguna excepción (EL último americano virgen era bastante buena y con un un final muy realista y nada hollywoodiense) pero el punto de vista femenino solía brillar por su ausencia, sin entrar demasiado en el tema. Faldas revoltosas viene a llenar ese vacío con bastante elegancia; resulta una película muy entretenida a pesar de que a ratos se vuelva demasiado dramática, pero sin perder su condición de producto destinado al público juvenil; dado que apareció en 1980, el estilo cinematográfico ochentero no estaba todavía plenamente definido y por lo tanto, podemos encontrar en la fotografía y la música varios puntazos seventies, así como algún personaje (la niña hippie del campamento, que prepara brebajes amorosos y toca con su flauta cánticos afrodisiacos).
En mi opinión, esta es la mejor película del lote, y deberían hacerse esfuerzos por su recuperación.
En verano, junto con los monstruos marinos había otro género que no podía faltar: el de los campamentos
A uno de ellos, el campamento Pinewood se dirige Dennis (nuestro querido Michael J. Fox antes de hacerse un lío con el tiempo) el típico caradura que encandila a las mujeres gracias a una combinación de amoralidad, mentiras y mucho morro.
En el campamento tenemos todos los arquetipos posibles de este tipo de películas: el jefe de monitores, estirado, pijete, antipático, riguroso con normas y horarios, y enemigo natural del protagonista; el dueño del campamento, motivado por la competición y obsesionado por los valores y el espíritu deportivo de su campamento, así como su esposa insatisfecha, harta del bobo de su marido; no faltan, entre los niños, el espabilado, el que le tiene miedo a todo, el gordito, el chulillo, o el aspirante a poeta que sobresale cual rana fuera del agua.
Como toda película de campamentos, hay una serie de elementos que tampoco pueden fallar, tienen que estar presentes sí o sí; los baños en el lago / río de turno, el campamento de las chicas, que por supuesto está "al otro lado del lago", el día de los padres, en que los familiares visitan a sus hijos en el campamento, o la competición final entre campamentos (la guerra de colores, la llaman aquí). Más tópicos ochenteros: el personaje de Fox se quiere llevar a la cama a la nueva enfermera del campamento, que está de muy bien ver, pero ella está PROMETIDA (cosa que a él no le desanima en demasiá) y cuando finalmente, conozcamos al afortunado, este resulta ser un gilipollas pretencioso, pagado de sí mismo y al que le importa más su carrera que la adorable muchacha, a la que trata como una posesión más.
La película cuando la vi de niño, me pareció un despiporre mayúsculo y el colmo de la diversión. ¿Lo es, hoy en día? Hay que reconocer que lo primero, no. Después de ver tantas pelis juveniles salidas de madre (Porky's, Novatos, y sus aún más desvergonzadas imitaciones europeas o canadienses) queda bastante obvio que Movida en el campamento es una película muy, muy blanca y totalmente inocente; no hay apenas tacos, olvidaros de los desnudos, todo es muy sugerido, supongo que por la mayor presencia infantil, y un intento de que la película llegara a todos los públicos; más "cine familiar" que para adolescentes.
Poco puedo decir de esta, una de las comedias familiares de culto más populares en Estados Unidos, que no se haya dicho ya. En 1980, Harold Ramis, guionista, director y ocasionalmente actor conocido ya por todos, había debutado en la dirección con la ya mencionada Caddyshack (El club de los chalados en España) donde unía a varios cómicos de la movida americana del Saturday Night Live y demás. Sin duda hizo allí buenas migas con Chevy Chase, y tres años después se enrolaron juntos en una auténtica sátira sobre la familia media americana, que de hecho no difiere mucho de (solo las primeras temporadas, eso sí) Los Simpsons, con las obvias diferencias.
Se nos cuenta pues la historia de Clark Griswold (Chase) su esposa Ellen (Beverly D'ángelo) y los niños, Rusty (el ochenterísimo Anthony Michael Hall) y Audrey (Dana Barron) en un viaje por carretera a lo largo de todo el país. El destino es uno de esos macro parques de atracciones en Orlando, que tanto abundan allí, Wallyworld. Por el camino visitarán a familiares a los que ven poco, harán turisto, verán monumentos y estarán en contacto con América. ¿Que puede salir mal? Pues, previsiblemente, TODO.
La película comienza mostrándonos lo patán y cobarde que es Clark, cuando acepta en el concesario de coches uno ruinoso en vez del súper deportivo azul que él había pedido. Posteriormente, Clark "programa" el viaje, en un simulador que tiene en el ordenador de casa (¿un Amstrad? como mucho) momentazo para los que adoramos los viejos cacharros que decoraban los salones de los hogares en los años 80.
Una vez iniciado el viaje, la película tiene enormes set pieces, de los cuales me quedo con la visita a los parientes de la América profunda, auténticos desechos sociales (Randy Quaid como el patriarca de los parientes) donde "los de pueblo" se pitorrearán de "los de ciudad" (en el caso de los adultos) o bien, los corromperán (en el caso de los niños), cargándoles además a la insoportable tía Edna (grotesco y entrañable personaje, la detestable anciana y su no menos detestable can de mandíbulas castradoras).
Se van encadenando, entre muchas otras peripecias, problemas y peleas familiares, escenas como aquella en la que se cuelan en un barrio poco recomendable tras perderse, donde desentonarán totalmente con sus modales corteses, educados e hipócritas. Otras escenas que personalmente me encantan, son esas pequeñas excursiones mentales de Clark, que se imagina (¿o no se lo imagina?) que una despampanante rubia lo persigue en un increíble coche rojo. Las varias ocasiones en las que se la va encontrando representan en cierta forma, el inevitable cansancio de cargar con responsabilidades, con una familia mal avenida (la mujer y los hijos querían ir directamente en avión hasta el parque, es Clark quien se empeña en ir en coche para "vivir aventuras en América"). La mujer rubia en su coche rojo representan justo lo contrario, la tentación de una vida sin mirar atrás, sin responsabilidades, sin cargas. No en vano el guionista de esta película es el recordado John Hughes, y de hecho el dilema de Clark con la rubia recuerda y no poco, a la rubia que se le aparecía en su mente a otro hombre agobiado por las responsabilidades, el Kevin Bacon de "La loca aventura del matrimonio" como forma de escape. Todo queda en familia.
Dicen que cuando uno emprende un viaje, lo de menos es el destino, sino que es el viaje lo que tiene que haber valido la pena, lo que se recuerda. Invito a quienes aún no la hayáis visto o como yo, no la tengáis muy fresca, a comprobarlo en esta película, aunque sí adelanto que hacia el final, el entrañable John Candy aparecerá para un cameo. Como he dicho arriba, todo queda en familia.
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