Atrapados en el Ártico, nadie podía oír sus gritos
La serie ‘El Terror’, producida por Ridley Scott y basada en la novela de Dan Simmons, revive la tragedia polar y el misterio de la expedición Franklin mezclando historia y ficción y añadiendo un monstruo
JACINTO ANTÓN
Barcelona 25 MAR 2018 - 00:00 CET
Una escena de la serie 'El Terror'.
Pocas aventuras reales hay tan escalofriantes como la que cuentan, añadiéndole unas buenas dosis de ficción e inventándose un monstruo, la nueva serie televisiva El Terror -producida por Ridley Scott, estreno en España el 3 de abril, canal AMC- y la novela del mismo título de Dan Simmons en que está basada. Es la famosa y terrible historia de la última expedición al Ártico del explorador británico sir John Franklin, al mando de los barcos Erebus (el buque insignia) y Terror. El hielo se tragó al capitán, sus navíos y los 128 hombres que se adentraron con ellos en el laberinto ignoto de tierras desoladas y mar con artera tendencia a congelarse que se alzaba como un sudario en el extremo norte de Canadá, en el mismísimo patio trasero del polo Norte. La novela y la serie conjugan maravillosamente el ambiente de las novelas de la Royal Navy de Patrick O’Brian y Master & commander (al cabo la de Franklin era una expedición de la Armada) con la aventura polar real y una trama espeluznante digna de un Stephen King. Ridley Scott se ha encontrado muy cómodo con una historia sobre una expedición perdida en un mundo hostil que es acosada por un monstruo de aspecto indefinido. Como en Alien, de los expedicionarios de Franklin atrapados en el Ártico nadie podía oír sus gritos.
La última vez que se vio a los barcos de Franklin (a excepción de algunos vagos relatos esquimales), el 28 de julio de 1845, navegaban orgullosa y confiadamente, según contaron unos balleneros que se los cruzaron, al oeste de Groenlandia, en la bahía de Baffin, dirigiéndose como dos grandes avispones –los cascos estaban pintados de negro con una gran franja amarilla- a la entrada del estrecho de Lancaster. Desde ahí iban a acometer su misión: la búsqueda y travesía por el archipiélago septentrional canadiense del denominado Paso del Noroeste, el Grial Ártico, la soñada vía navegable que permitiría viajar del Atlántico al Pacífico para establecer una ruta comercial con China y Japón. Desaparecieron, se evaporaron en esas latitudes letales en las que la blancura y la oscuridad se conjuran para aplastar cuerpos y almas. Se los buscó obstinadamente, convertido el enigma de dónde se habían metido toda esa gente y sus poderosos barcos en la gran obsesión de la época victoriana (de manera parecida a como preocupó luego la suerte de Livingstone). Pero pasaron casi diez años antes de que se volviera a tener noticias de ellos y, como era previsible, no fueron buenas: habían muerto todos, los 129 (de Gran Bretaña partieron 133 pero 4 se quedaron en Groenlandia), y algunos habían tratado de sobrevivir comiéndose a sus compañeros, como acreditaban, para pasmo de la sociedad británica, huesos descarnados y restos hallados en ollas que aparecieron entre los escasos testimonios desperdigados por el corazón del Ártico. Un drama digno de Poe, Melville o Conrad, ecos de los cuales, y de otros como Lovecraft o el Frankenstein de Mary Shelley, hay en El Terror.
Desde entonces, se ha tratado de resolver el misterio del desastre y averiguar qué pasó exactamente, cómo pudo sucumbir de manera tan absoluta una expedición de la Marina británica tan minuciosamente preparada y equipada (llevaba provisiones para tres años y hasta una biblioteca, en el Erebus, de 1.700 volúmenes). Pese a que se han descubierto algunas cosas, entre ellas un bote-trineo con dos esqueletos descabezados y un ejemplar de El vicario de Wakefield, de Dickens (uno se hubiera llevado, aunque aún no se había escrito, La Venus de las pieles, que da más calor), y en 2014 y 2016 aparecieron, sumergidos, los propios barcos (hallazgo que se ha comparado por su importancia con el de la tumba de Tutankamón) sigue habiendo muchos, demasiados blancos (y valga la palabra) en el relato.
Tobias Menzières (capitán Fitzjames), en una escena de 'El Terror'.
Tobias Menzières (capitán Fitzjames), en una escena de 'El Terror'.
De esos vacíos se aprovechó en 2007 para reescribir la historia en El Terror Simmons (Peoria, Illinois, 1948), un espléndido autor de literatura fantástica y hábil mezclador de géneros, con novelas tan inquietantes e inolvidables como La canción de Kali o Hyperion (y sus secuelas), una obra maestra de la ciencia ficción. Simmons ha publicado asimismo una asombrosa historia sobre el fantasma de Custer que se introduce en el cuerpo de un joven sioux (Black Hills), una revisión en clave fantástica de la Ilíada (Ilión) y otro “libro frío”, The abominable, sobre una expedición al Everest tras el fallido intento de Mallory e Irvine (también con elementos sobrenaturales).
El Terror es un magnífico novelón de 760 páginas (Roca Editorial, 2008) que resigue minuciosamente, con un dominio portentoso de la documentación histórica, hálito épico y casi más metáforas de blancura que Moby Dick (hay varias alusiones a la obra de Melville), el drama de Franklin y su expedición tomando como especial protagonista al originariamente segundo al mando (y capitán del Terror), el también ya célebre explorador polar Francis Crozier, descubridor de la Antártida con James Ross cinco años antes. La novela, que luego traza diversos flash backs, arranca en octubre de 1847, a -45 grados (llega a ¡ -75!) y con los dos barcos ya atrapados en la banquisa y a un kilómetro de distancia uno del otro. Simmons describe de manera sensacional el paisaje de pesadilla –y a la vez fascinante- y los efectos del frío tremendo: los dientes que explotan de tanto castañetear, los suspiros que se convierten en cristales de hielo y caen sobre cubierta como minúsculos diamantes, la carne expuesta que se congela inmediatamente y se queda pegada a cualquier superficie metálica.