La historia del octavo pasajero
(noveno si contamos con el gato),
es conocida por el mundo entero,
pero si examinamos el relato
y lo estudiamos con detenimiento,
se hace perceptible de inmediato
que, tal como nos ha ha llegado el cuento,
es una patraña de campeonato.
Los siete tripulantes de una nave
regresan a La Tierra, y ya se sabe
que hablando de distancias siderales
el viaje puede hacerse un poco largo
si no se hace en estado de letargo,
por eso van durmiendo angelicales,
metidos en sarcófagos-nevera
ajenos a la suerte que ya espera.
El caso es que la nave les despierta
porque intercepta una señal de alerta
y en lugar de seguir hacia su casa
prefieren detenerse a ver qué pasa,
llegando hasta un planeta tan sombrío
que con solo mirarlo al más bravío
de los hombres daría escalofrío;
Lambert, Dallas y ‘Kein’ forman el trío
que se lanza (misión un tanto incauta)
a explorarlo en sus trajes de astronauta.
Siguiendo la señal interceptada
arriban a una nave abandonada,
y aunque hallan vestigios de fiera violencia,
insisten en obviar la más mínima prudencia,
y así es como en lugar de emprender la marcha atrás,
deciden que es mejor adentrarse un poco más.
Y pasa lo que tiene que pasar,
cuando dan a parar a unas cavernas
y en lugar de salir de allí por piernas
se ponen a curiosear,
hallando cien mil huevos alienígenas
cubiertos de sustancias cancerígenas.
La cosa, como poco, pinta fea
cuando ‘Kein’ uno de ellos manosea;
infausta idea, cuyo resultante
es que despierta a su único habitante,
una especie de artrópodo mutante,
que se lanza a su cara en un instante
y cual lapa se pega a su semblante.***
En un alarde de sensatez tardía
(disculpen la ironía)
salen pitando de la huevería
Lambert, Dallas y ‘Kein’, “El Contumaz”,
con el bicho aquel adherido a su faz.
Vuelta la expedición a su aeronave
opina el doctor Ash, que es el que sabe,
que para proceder la única vía
es retirar mediante cirugía
aquel engendro de la zoología.
La inconveniencia de tal decisión
se hace patente en la primera incisión
pues la sangre de aquel molusco atroz
resulta ser un ácido feroz,
capaz de disolver en un instante
el material más sólido y boyante.
Por muy poquito una sola gota
no les dejó la nave inservible y rota.***Componen los sucesos hasta ahora
funesta sucesión de adversidades;
tal cúmulo de calamidades
parece anticipar un cataclismo,
mas a continuación todo mejora,
cuando se desadhiere por sí mismo
de la cara de ‘Kein’ el organismo.
Lo que apuntaba en todo a una tragedia
en solo un periquete se remedia:
cae el monstruo aparentemente muerto
y poco después ‘Kein’ ya está despierto.
“¡Menudo sobresalto!¡Vaya susto!
Tras semejante trance lo más justo
es que le demos un capricho al gusto.”
Así, antes de volver a congelarse
decide en pleno la tripulación
que un buen banquete deben de pegarse
a modo de justa celebración.
Mas la alegría solo dura un rato,
pues apenas servido el primer plato
‘Kein’ siente una indisposición,
entrando en convulsión,
y para horror de la tripulación
revienta su esternón
y explotan sus entrañas,
y entre vísceras y restos de lasaña
emerge una nueva alimaña
(siendo la única explicación válida
que el primer bicho era una crisálida,
siendo por tanto el monstruo secundario
el mismo ser en estado larvario).
Tras lanzar una mirada desafiante,
da un salto y se las pira tan campante,
dejando al personal estupefacto
y en este punto acaba el primer acto. ***Aún conmocionados por situación tan brusca,
se dividen en grupos y parten en su busca.
Armados con un palo y una red,
marchan delante Parker, ‘Ripli’ y Brett.
Siguen un rastro durante un buen rato
y cuando al fin lo encuentran, resulta que era el gato.
Curiosa paradoja, pues un poco después
vuelve a pasar lo mismo, pero justo al revés,
cuando Brett, en busca del felino,
se topa cara a cara al inquilino
del huevo profanado,
que ha cambiado,
¡y vaya si ha cambiado!…
…¡ni Kafka en un momento de apoteosis
concebiría tal metamorfosis!…
…pues en ese momento la criatura
supera ya los dos metros de altura,
¡menuda envergadura!
Y aparte del tamaño,
aún más extraño
es que luzca una doble dentadura,
y con ambas sonríe el caradura
mientras piensa “qué bueno que viniste,
que este cuerpo no se llena con alpiste”.
Y es el final de Brett: un final triste.***
Llegando a la certeza, por pura deducción,
de que está en los conductos de la ventilación,
planea el capitán lanzarse a su encuentro,
tratar de arrinconarlo y expulsarlo de allí dentro.
Más que una idea se antoja un delirio
que ha de llevarle por fuerza al martirio,
pues como poco parece temerario
encerrarse en un tubo con tan fiero adversario.
Muerto de antemano, como si fuera el Cid
se interna en los conductos a dirimir la lid,
pero a diferencia de Díaz de Vivar,
esta batalla no la puede ganar.
El resultado del plan descabellado
es que termina siendo el cazador cazado;
al poco que se adentra
sucede lo esperado: se lo encuentra,
dando pie a un combate harto desigual,
cuyo desenlace, claro, fue fatal;
pronto de Dallas en aquel conducto
queda tan solo el eco de un eructo.
Sucumbe de este modo el capitán
ante el sofisticado Leviatán,
constituyendo, por más que valeroso,
un sacrificio del todo infructuoso.***Muertos el capitán y su segundo,
el asunto se pone furibundo,
cuando el ordenador de a bordo le descubre
a ‘Ripli’ el contubernio que se encubre
tras tanta desventura…
¡Aflora la conjura!
Pues la misión, que creían comercial,
distaba francamente de ser tal,
siendo su fin real
el de llevar aquel monstruo a la Tierra
para usarlo en la industria de la guerra;
y lo peor: el doctor Ash sabía
desde el principio lo que sucedía.
Viéndose descubierto -¡qué bochorno!-
Ash ataca a ‘Ripli’ con una revista porno.
Menos mal que Parker, a golpe de extintor,
tercia en el combate noqueando al doctor,
propinando el impacto con tanta certeza
que además de noquearlo, le arranca la cabeza.
Emerge la segunda parte del complot,
pues Ash, el traicionero, resultó ser un robot.***En pleno desconcierto,
intentando solventar aquel entuerto,
empalman tres cables con un pegote
y remiendan la testuz del iscariote,
exigiéndole que hable
y les cuente si aquel ser es vulnerable.
En un tono no exento de retranca
y manando abundante baba blanca
les invita, parafraseando a Dante,
a abandonar, de ahora en adelante,
cualquier mínimo atisbo de esperanza
y asumir que acabarán en la panza
de aquel ser aberrante. ***No hallando manera, por ser tan fuerte
el enemigo, de darle muerte,
la unica solución será, si cabe,
huir en lanzadera y destruir la nave.
No hay tiempo que perder y es acuciante
para poder huir, portar refrigerante.
Van Parker y Lambert, con tal motivo,
a hacer acopio de él al lugar preceptivo.
Casi lo logran, mas de repente
la criatura se hace presente:
“Hola, ¿qué tal?¿qué es lo que veo?
¿os preparáis para dar un paseo?
si me lo cuentan, no me lo creo:
¿¡ibais a iros
sin despediros!?”
Paralizada por el terror,
Lambert comete el funesto error
de no salir pitando de la estancia
y el monstruo va acortando la distancia.
Cómo terminan, podeis imaginarlo:
los infelices no van a contarlo;
en un periquete, por ser tan cansina,
con muy poco esfuerzo a Lambert fulmina,
cobrándose a Parker como propina.***Sabiéndose la única superviviente,
‘Ripli’ intenta huir muy rápidamente;
inicia la secuencia de autodestrucción
y va a la lanzadera con mucha precaución.
Mas su intentona apunta al fracaso
cuando aparece, cortándole el paso,
la criatura -¡ominoso destino!-
que se ha plantado en mitad del camino.
Trata la sargento, con deseperación,
de anular la secuencia de autodestrucción,
pero ya es tarde, y no hay más remedio
que el de tirar por la calle de en medio;
mas cambia su suerte y afloja un poquito
tamaña espiral de infortunio infinito,
pues en lugar de toparse al maldito,
se encuentra esta vez el camino expedito.
De esta manera, tras mucho penar,
alcanza ‘Ripli’ la nave auxiliar;
apenas sí lo cree cuando al fin arranca y huye
y la nave a su espalda explota y se detruye,
no quedando ni una pieza p’al desguace,
pero aún no se vayan, que viene el desenlace.***Habiendo la tensión acumulada
causado que se sienta fatigada,
‘Ripli’ se presta
a dormir la siesta
criogenizándose en un sarcófago,
justo en el momento
que, para su tormento,
vuelve a entrar en juego el vil antropófago,
que viajaba oculto en uno de los huecos,
cual pobre inmigrante ilegal de Marruecos.
Urde entonces ‘Ripli’ una estratagema
que contribuirá a sacarle del problema:
en primer lugar se amarra a una silla,
y a continuación, abre una escotilla,
siendo ese el momento en que entendemos su intención,
la de generar despresurización ,
para de ese modo expulsar al espacio
al bicho, que, claro, se muestra reacio,
pues no quiere ser criatura muerta,
y se agarra, por tanto, al marco de la puerta.
Viendo a su contrincante desvalido
´Ripli’ empuña con odio mal fingido
un arpón que encuentra por allí,
y le dispara en pleno frenesí,
consiguiendo expulsarlo, esta vez sí.
Y aunque pertinaz, el monstruo aún se agarra
a la cuerda que el propio arpón amarra,
e intenta seguir dando la tabarra
internándose esta vez por el motor,
termina éste por ser su último error,
y el fin de resistencia tan bizarra,
pues para alivio del espectador
‘Ripli’ enciende el motor y lo achicharra.***Habiendo llegado a su fin la narración,
inserto en este punto una consideración,
pues cuestiono, y pongo en entredicho
que el malo de esta historia sea el bicho.
Expónganme, si no, qué tiene de perverso
incubar en un remoto rincón del universo;
aclárenme si entienden que existe algún abuso
en tratar de defenderse si te ataca un intruso;
cuéntenme por qué no culpan al demente
capitán que arriesgó la vida de su gente;
díganme si ‘Kein’, que tocó el huevo con la mano
no encarna la soberbia proverbial del ser humano.
Y así, para que palien
el daño hecho a la imagen de los alien,
proclamo, pues es lo que yo creo,
que al monstruo lo denigran por ser feo.***En todo caso, la historia nos deja
como los cuentos, una moraleja:
“ir por la vida tentando a la suerte
con cierta frecuencia conduce a la muerte”.
Voy a intentar decirlo de otro modo:
a un ser tan feo como un Quasimodo
no se os ocurra tocarle los huevos,
¡no si aspiráis a llegar a longevos!,
menos aún si es un extraterrestre,
pues lo más probable es que os defenestre.
Y con este consejo,
pongo el punto final y aquí lo dejo.