Los ochenta… ¿Qué se puede decir de esa década que no se haya dicho ya?
Todos los que la vivimos la recordamos cariñosamente. He estado discutiendo un rato conmigo mismo si ponía este post en cinefilia o en charlas, porque aunque se habla, sobre todo de cine, también hay otras cosas.
Tampoco el título es del todo exacto, ya que también paso (de puntillas, eso si) por los noventa y por la actualidad. Por último, no hablaré en orden cronológico, no empezaré por 1980 para acabar por 1989, eso me parece imposible. No pretendo clasificar y analizar los ochenta, eso sería imposible, solo intentar que comprendáis lo que siento por era gloriosa era cinematográfica, donde las películas todavía eran películas, y no telefilms basados en hechos reales.
Yo no debía tener más de diez años cuando me colé en el salón a oscuras, más o menos a medianoche, y vi una escena aterradora en la televisión: Un niño deforme saltaba sobre una chica que iba en barca. Ese fue el PRINCIPIO.
Otro momento que marcó mi vida: una película que vi en el sofá del salón, un par de años después. Trataba sobre un tipo con un parche en el ojo que iba por una ciudad medio quemada, destrozada, y que a veces huía de la gente que quería cazarle.
Esos dos momentos me hicieron enamorarme del cine irremediablemente, a mi corta edad. El cine para mi siempre ha sido motivo de sorpresa, de angustia, de intriga, de suspense a vida o muerte…
Pero lo mejor quedaba por llegar.
De niño, como es lógico, me encantaban las películas de niños, con tendencia a la fantasía, así, películas como Cuenta Conmigo, ET, Exploradores, DARYL… por poner unos pocos, me encantaban. Pero luego, los niños empezaban a mezclarse con el terror, concretamente al ver en acción al niño de Critters, con su bici, sus petardos y sus tirachinas… eso si que es nostálgico. Hice que me compraran un tirachinas, y no me separaba de él ni para ir al colegio.
Más tarde pude ver a unos enanos asquerosos, de formas monstruosas, viendo Blancanieves en el cine después de destruir una ciudad. Si, Gremlins y su maldito diálogo sobre el padre de la chica encerrado en la chimenea hasta morir, vestido de Santa Claus, supusieron un buen trauma para mi.
Luego ya vas creciendo, y llega un momento, cuando pasas de los trece o los catorce, que tus padres (los míos, concretamente, si) empiezan a dejarte ver “pelis de miedo”. Batidas por todo el videoclub, con los amigos, para buscar la última entrega de Viernes 13 antes de que otro la alquilara (en aquella época, todavía la gente se rifaba esas películas en cuanto salían en los videoclubs). Pude contemplar las primeras andanzas de Michael Myers, atormentando a sus vecinos de Hadddonfield cuando el Doctor Loomis todavía era algo serio, y no un chiste patético, y Jamie Lee Curtis nos parecía que estaba “buenísima”. Pero mi preferido, quizá por aquellos breves fotogramas escapados en la tele familiar mientras se suponía que dormía, eran las aventuras del tipo de a máscara de hockey. A la voz de “mátala, mamá” asistí a un cursillo de carnicería humana que nos dejó pegados al sillón mucho después de que los títulos de crédito hubiesen acabado, y a partir de ahí, todas sus secuelas. Y entró en acción el payasete de jersey rojo y verde, el sombrero, la cara quemada y esas cuchillas… todavía recuerdo la fuerte impresión que me produjo. En la primera parte, Freddy corre, grita, con su rostro en las sombras, confiado y dando muestras de poder tales como cortarse los dedos o hacerse cortes con sus cuchillas. Escenas como Tina, suspendida en el techo cubierta de sangre, o metida en una bolsa de cadáveres arrastrándose por los pasillos del Instituto, o Glen, devorado por su cama… No nos importaba que en los últimos minutos, Nancy se convirtiera en la hija de McGyver y Freddy pudiera besar con lengua a cualquiera, aunque estuviera despierto. Las secuelas no me impresionaron tanto. La segunda aún daba mal rollo, pese a lo que digan algunos. No era aterradora, pero daba mal rollo, solo por esa escena en el autobús… en la tercera vuelve La Chica Que Lo Consiguió, nuestra Nancy Thompson, ahora una psiquiatra que ayuda a unos chavales con poderes a deshacerse de un Freddy que ya empezaba a dejar de ser un monstruo sombrío y a convertirse en el mito que es hoy en día.
El Hombre Alto de Phantasma, con sus esferas voladoras asesinas y su puerta a ese mundo donde la gravedad y temperatura son distintas… una peli muy rara, con unas secuelas todavía más raras.
Y por supuesto, Hellraiser, los cenobitas con Pinhead a la cabeza, clavos, garfios de acero clavados en la carne, placer y dolor, cajitas y puertas al Infierno… una delicia.
Pero Freddy, Jason y compañía no fueron para nada lo único que veíamos. El gore y los zombis se convirtieron inmediatamente en nuestro santo grial. Las de Romero (especialmente Zombie) la de O’Bannon, las de Lucio Fulci, Demons y Demons 2, de Lamberto Bava, Re-Animator, Posesión infernal… los zombis se convirtieron inmediatamente en mitos terroríficos, y nos encantaba reunirnos por la tarde, en casa de uno cuyos padres siempre se iban fuera el fin de semana, y ver pelis de zombis mientras masticábamos ruidosamente con la boca llena de patatas fritas, haciendo apuestas sobre quien vomitaría primero.
Las pelis de la Canon nos parecían lo mejor de la mejor. Charles Bronson, Chuck Norris, y Michael Duddikoff, en sus sagas de Yo soy la Justicia, El guerrero americano… Chuck Norris, con esas tramas imposibles de terroristas malos y traficantes de droga, o en la simplemente inclasificable “El templo de oro” con Louis Gosset Jr. También de la Canon pude ver Invasores de Marte, el remake de Hooper, y la película que se convirtió en la comidilla en el patio de colegio: Lifeforce. No porque fuera de miedo, ni mucho menos, sino porque podíamos alquilarla tranquilamente para disfrutar impunemente de los encantos de Matilda May…
Y las pelis de vampiros, también tuvieron su momento de gloria. Noche de miedo, Jóvenes ocultos, Los viajeros de la noche… mitos de videoclub en la tarde del sábado. La más religiosa de todas era la de Salem Lot, que cuando la echaban por la tele, muy pocos se atrevían a verla. La escena del niño arañando la ventana se convirtió en una atormentadora pesadilla…
Pero terror y Cannon siguen sin ser lo único que veíamos. Por encima del gore y los zombis, las pelis de adolescentes e Institutos nos las rifábamos. Durante meses imitábamos a John Bender, el rebelde, después de ver El club de los cinco. Nos sabíamos los diálogos de memoria. 16 velas fue esa película de la chica cuyos padres habían olvidado su cumpleaños y el chico del instituto que ella quería no sabía que existía… y Ferris Buller, con su “Todo en un día” nos hizo soñar con ser un poco más mayores para poder hacer ese tipo de cosas. Votarse clases y robarle el coche a papá.
También estaban cosas como los Bicivoladores, los Trashin, con sus monopatines, Admiradora Secreta, con Thomas Howell y Kelly Preston, y ese comienzo, unas manos escriben y sellan la carta, mientras sonaba esa música que luego no te podías quitar de la cabeza, No puedes comprar mi amor, las de Karate Kid, las de campamentos, albóndigas, Porky, las de Loca academia… la lista sigue y sigue, y seguro que se me escapan muchas.
Luego, una vez desvelado lo principal, nos volcamos a recuperar el tiempo perdido en ese amplio campo que es la serie B: esas sagas interminables que acaban confundiéndose unas con otras, y que de tantas secuelas, te vuelven bizco: Noche de paz, noche de muerte, Aullidos, Critters, Ghoulies, Los muñecos asesinos de los Band, y tantas otras. Te alquilabas una peli llamada “Muñecos asesinos” y descubres que es la cuarta parte de “La venganza de los muñecos asesinos” e historias así. La Empire, Troma…
Luego están los maestros: Carpenter, Cronenberg, Romero, Argento. La matanza de Texas hizo vomitar a unos cuantos. La cosa me sigue pareciendo indescriptible. Videodrome sigue siendo la pesadilla de la tecnología, y no ha perdido ni un ápice de frescura, Suspiria y Phenomena, por citar solo dos, siguen siendo pesadillas oníricas, especialmente esta última, con tanto mono asesino, insectos, “el niño” y el viejo Doctor Loomis ayudando a la deliciosa Jennifer Conelly. Lo tiene todo. Nos encantó Creepshow, nos encantaron los delirantes Caballeros de la Moto. Martin, en cambio, no gustó a mucha gente, excepto en el prólogo, ese prólogo en el tren… supongo que era demasiado extraña.
Si quieres hablar de los ochenta, de mitos de videoclub y de leyendas del patio de colegio, no puedes dejarte Yo, el Halcón, y por extensión, todo Stlalone y Swarzenegger.
Yo, el Halcón, es esa peli que lo tenía todo para triunfar en aquella época: Stallone, pulsos, música de Giorgio Moroder y una carátula impresionante: Stallone, con el brazo extendido, las alas de halcón y su camión… vista hoy, decepciona. No creo que nadie que no la viese en su época pueda verla hoy y no pensar que es un bodrio. Pero en su día, hicimos míticas escenas, como la del pulso del hijo con un macarra en las maquinitas de un bar, antológico. Es triste decirlo, pero hoy en día, muchos de estos mitos han caído.
Stallone es más que Yo, el Halcón. Es Rocky, era Rambo. Me encantaban sus pelis. Hasta Fist, y con eso está todo dicho. Swarzenegger era harina de otro costal. Él si que era un mito. Conan, tanto bárbaro como destructor, nos entusiasmaba, no más que una de las piezas de culto de los ochenta más apetitosas: Terminator. Comando, Depredador, Perseguido. Todas eran geniales. Vistas hoy, algunas conservan su impacto, otras no. Pero todas tienen la magia.
No puedo convertir este post en la Historia interminable, aunque queda tanto por decir… Elvira, la señora de las tinieblas, Estamos muertos ¿o qué? El terror llama a su puerta y La pandilla alucinante, las locuras de Fred Dekker. Los bebés asesinos, yogurs ultracuerpos y serpientes voladoras de Larry Cohen. En compañía de lobos, Un hombre lobo americano en París, Lobos humanos, el resurgir de los licántropos. Las pelis Stephen King, todo un subgénero que daría para otro post entero. Cosas de poco presupuesto, pero recordables, como La puerta, La habitación del miedo. El corazón del angel. Rebeldes y La ley de la calle, ambas de Francis Ford Coppola basadas en novelas de Susan Hinton. El experimento Filadelfia…
Todo lo que sé es que llegaron los noventa, y en 1991, a nadie le interesaban las secuelas de Viernes 13, ni la última peli de John Carpenter. Todos estaban como locos por unos tipos metidos en un almacén después de un robo fallido y uno que corta orejas. Quizá tenían razón, porque entonces empecé a empaparme de cine clásico. La Hammer y la Universal sustituyeron a la Empire, Full Moon y Troma, Terence Fisher y Roger Corman sustituyeron a Carpenter, Cronenberg y Argento. Robert Englund y Doug Bradley dejaron paso elegantemente a Chistopher Lee y Vincent Price. Mis amigos, aquellos que elevamos al pedestal a los zombis y los asesinos de campamento, se perdieron, y llegaron otros nuevos. Hablábamos de Tarantino, de Pulp Fiction. Unos cuantos genios, como Carpenter, David Lynch y Cronenberg, han seguido haciéndonos llegar sus joyitas, pero nadie les hace mucho caso. En 1996, Scream lo revolvió todo. El prólogo es digno de verse, pero la película, en conjunto, aunque es un digno entretenimiento de palomitas, alejó el cine de terror verdadero. Ahora, el terror es leyenda urbana. Los viejos, como Fredy y Jason, siguen produciendo secuelas, pero se han amoldado a Scream y han perdido su magia. Scream nos hizo olvidar el verdadero cine de terror, sucio, incómodo, cochino, y lo ha sustituido por uno limpio, brillante, sin sorpresas, sin fuerza, hecho en serie, que no inquieta para nada, y donde todo es un gran chiste a base de bromas y citas cinéfilas.
Un amigo que me ha ayudado a recordar algunas pelis que no conocía, me ha dicho, cuando ha leído el post, que las cosas no han cambiado. Las pelis siguen ahí, junto a las series como El gran héroe americano, El coche fantástico o el Equipo A. Las pelis no cambian, cambiamos nosotros.
Pero no es cierto. Ahora, pones la tele y solo ves programas rosas, concursos chorras o series españolas dignas de llorar, y cuando hay una película, o es un telefilm dramático, o una de las cuatro pelis conocidas que ponen siempre.
Ahora vas al videoclub, preguntas por las pelis de Argento y te dicen que allí no comen de eso. Si quieres ver una peli antigua, tienes que rebuscar, y a veces, no lo encuentras. Aquellas carátulas gordas y polvorientas, o han desaparecido o se han visto relegadas a las estanterías más oscuras. A veces, sencillamente, no encuentras lo que buscas, y te ves obligado a buscar en la mula (que nunca será lo mismo) o a catálogos de pelis descatalogadas (que ya casi han desaparecido). Así que, creo que las cosas si que han cambiado. Stephen King ya no es el autor de culto que era, Lucio Fulci ha muerto y Carpenter se ha retirado. Y no se me ocurre otra forma de acabar el post… seguro que cada uno echa de menos aquí su peli favorita, así que os animo a seguir mi lista.
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