El título imposible de Alonso
"Es el mejor. Nadie tiene su frialdad e inteligencia en la pista. Hamilton le teme. Debería ganar el Mundial, pero es imposible que lo consiga. No le van a dejar". A última hora de la noche, el
paddock de Spa era desmontado a toda velocidad. Bajo el frío de otoño, sólo quedaba un piloto ya a oscuras, aguardando al fin de un festejo de su escudería. Hablaba con resignación sobre el futuro de su rival, también amigo:
Fernando Alonso. Cree que, en una situación de normalidad interna en McLaren, el español terminaría logrando el campeonato. Tercer título consecutivo, pasaporte definitivo al podio de las leyendas de la Fórmula 1.
La tendencia cambió en el mes de julio, en el Gran Premio de Inglaterra. Desde entonces, ahí el asturiano empezó a arañar a su compañero y rival,
Lewis Hamilton. Ya lo tiene a dos puntos, y le cuesta olvidar la faena que le hicieron en Hungría, con aquella sanción traicionera. El aire sopla a su favor, ha puesto un ritmo frenético y está siendo más rápido que el enemigo inglés. Punto a punto, la distancia ha ido cediendo. Ahora, sólo un suspiro.
Pero, el piloto de la noche belga de domingo está convencido de que Alonso no ganará. No puede ganar. La irrespirable situación dentro de McLaren ata el porvenir del bicampeón. Los mil conflictos abiertos, el dedo acusador de
Ron Dennis en la sanción por espionaje, los celos y envidias domésticos, un compañero brillante con la misma máquina de combate, los intereses publicitarios, un futuro probable lejos en otra marca... Demasiadas barreras, cree el piloto, para superar por su colega español. "Algo le pasará", teme.
El piloto, en el estrecho puesto de conducción del monoplaza, está atrapado. Es una
pieza frágil, impotente en el mar de electrónica, mecánica y detalles que hacen ganar y perder carreras. Ahí, es donde ven, desde los rincones del
paddock, la gran amenaza sobre un piloto en trance en estos momentos. Quiere el campeonato con un ansia única, movida por la rabia y la ambición como respuesta a un curso de pesadilla, en una casa -propia- donde no le quieren, donde le miran como si fuera un advenedizo. Un extraño que habla español.
Faltan tres carreras y cientos de vueltas perfectas por trazar. Las trampas que le esperan son imprevisibles. Lo sabe y, desde la agonía, casi lo acepta y le motiva. Desea la corona y en su cabeza sabe que es el favorito a revalidarla. Pero la misión parece titánica. Casi imposible. El piloto de la noche de Spa no cree que lo consiga. Otros sí lo creemos.