De Nicholas Ray conocía la muy célebre "Rebelde sin causa" (que no me entusiasma, precisamente) y "Johnny Guitar" (un western fascinante y muy, muy particular).
En los últimos días he visto y disfrutado de "Los amantes de la noche" (1948), "En un lugar solitario" (1950) y "La casa en la sombra" (1952), tres películas con elementos de género negro que pertenecen a la primera etapa de Ray como cineasta. Para mí, tres obras maestras absolutas que me siguen revoloteando por la cabeza y que me hacen comprender el motivo por el que Godard afirmó que Ray era "el cine".
El cine de este director atrevido y de fortísima personalidad hay que sentirlo. Caracterizado por el halo de tragedia y de fatalidad que sobrevuela sus películas en función de un destino que se revela inalterable, uno puede, en todo caso, extraer una lírica y un romanticismo de entre tanta sordidez. Los complejos personajes de sus películas (intrerpretados por grandes como Bogart, Gloria Grahame, Farley Granger, Robert Ryan o Ida Lupino) se sienten verdaderos, auténticos, así como el oscuro mundo en el que se mueven, estando casi siempre al borde del precipicio.
En términos de realización, uno puede deleitarse con un amplio catálogo de recursos que evidencian su virtuosismo, su audacia: tomas aéreas, tomas desde el interior de los vehículos, cámara al hombro, encuadres precisos, uso de las sombras, aprovechamiento atmosférico del escenario... Y todo, mediante una narración potente, sin tiempos muertos, y sintetizando sus historias en metrajes ajustados.
Por si fuera poco, su obra destila una modernidad brutal. Sus historias, temas tratados y dirección se sienten muy frescos, como si el tiempo no hubiese hecho mella.
Impresionante, de verdad. Se me hace difícil pensar que a alguien pueda no gustarle este maestro.
Ahora, me apetece muchísimo seguir por "Chicago, años 30"... Habrá que localizarla.
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