Es que eso es lo que hace valiosos y grandes a los directores como Nolan. A menudo se les tacha de egocéntricos y vanidosos, y puede que algo de eso sea verdad y hasta sea necesario para crear lo que crean, pero es que hoy en día, en medio de tanto mercenario juntaplanos mediocre, se agradece (¡y cuanto!) que cada cierto tiempo haya directores que den un golpe de autoridad sobre la mesa y estrenen una película que sea CINE de verdad, con mayúsculas. O al menos lo que yo entiendo como cine de verdad, que no tiene que ser lo mismo que lo que buscan otros espectadores cuando se apagan las luces de las salas.
Todos estos directores que no se limitan a rodar una película, ni siquiera a rodar una buena película, sino que quieren ir un paso más allá y quieren hacer LA película, aunque algunas veces tengan más éxitos y otras veces tengan menos, aunque en ocasiones se la peguen y otras acierten de pleno, pero que ahí están arriesgando, con un par.
En el fondo, creo que somos los propios espectadores los que estamos tan malacostumbrados a que nos den el potito de papilla con el delantal puesto, que cuando nos preparan un solomillo que hay que masticar, ni tenemos dientes ni sabemos apreciar su sabor.
Ay, ojalá un mundo con más Nolanes que estrenasen películas como estas todos los meses del año.




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